Escritos extranormales
Milagro: la tierra
Por Teresa Porzecanski / Lunes 31 de mayo de 2021
Durante tres años el filósofo coreano Byung-Chul Han estuvo trabajando en el jardín, llamado por una necesidad de acercarse a la tierra. De este encuentro surgió Loa a la tierra. Un viaje al jardín, un texto en el que aborda la jardinería como práctica meditativa y que acompaña con una suerte de cuaderno de campo.
«La tierra no es un ser muerto, inerte y mudo, sino un elocuente ser vivo, un organismo viviente. Incluso la piedra esta viva» escribe Byung-Chul Han, filósofo coreano nacido en 1959, formado en Alemania. Esta frase define su libro Loa a la Tierra. Un viaje al jardín (Herder, 2019). Prosigue diciendo: «cada vez nos alejamos más de la realidad: la digitalización elimina la propia realidad», situación que se revertiría volviendo a conectar con el jardín.
El tono calmo, aun si reivindicativo de este opus, apunta a la reflexión que le suscita un jardín florido donde ocurren transformaciones y eventos que no solemos notar: las plantas nacen, crecen, producen sus flores en diversos colores y formas, alumbran el verano y algunas el invierno, y luego, gradualmente, caen, se entregan a la tierra y mueren para dejar lugar a otras. Se trata de una observación concentrada y precisa de la naturaleza, para descubrir una nueva forma de interpretación de la vida.
En una suerte de poética devocional, el filósofo cuenta sobre cómo el observar estas transformaciones le provocó un cambio sustantivo en su vida. El darse cuenta de que la tierra es frágil y que la especie humana la ha estado explotando durante milenios, es para el escritor un descubrimiento mayor, frente al que el ser humano debiera inclinarse y pedir perdón.
Casi como escribiendo himnos de alabanza a la tierra, el filósofo cuenta que en el jardín se vive mucho más intensamente cada estación. Por ejemplo, observa la llegada del invierno como una penumbra de luz mortecina que provoca dolor. Y sin embargo, añade: «el dolor que siento a causa de ello es benéfico, incluso reanimador. Me devuelve la realidad, incluso la corporalidad, que hoy cada vez se pierde más en el mundo digital bien temperado». En contraste con el cuerpo digital guardado por múltiples capas de tecnología que impiden sentir el calor o el frío verdaderos de la tierra, el cuerpo conectado al jardín, y en general a la naturaleza toda, renace y se siente un sujeto más de ella.
A lo largo de esta reflexión poética y cuasi religiosa, Chul Han hace referencia a otros filósofos que han tocado este tema: Kant, Scheler, Holderlin, entre otros. «¿Qué yace bajo los suelos de Berlín o los suelos de cualquier ciudad moderna?», se pregunta. Allí abajo subsisten las sedimentaciones que el tiempo ha acumulado sobre la tierra, las aguas de deshielos prehistóricos: antiguos arroyos circulan por debajo de los cementerios...
A partir de la definición de Novalis de romanticismo, Chul Han apuesta a romantizar nuevamente el mundo al ser otra vez seducidos por una naturaleza respetada e intocable en tanto que sublime. En cada una de las estaciones hay algo sagrado, superior y mágico que debiera ser adorado como el milagro que es. Ello, más una suerte de diario personal en el que cuenta sus experiencias empáticas con la tierra, componen esta obra refinada, y celebratoria, que invita a repensar por qué vivimos sin advertir la cercanía de lo sagrado.
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