Ensayo
Némesis (Νέμεσις): insistir en la sutileza
Por Leonor Courtoisie / Miércoles 15 de febrero de 2023
Detalle de «La mort de Narcisse», de François-Xavier Fabre (1814).
Leonor Courtoisie empieza una serie de ensayos en los que se ocupa de lo mítico y lo legendario, pero sin desatender las minucias de la dimensión cotidiana. Diosa de la justicia retributiva y acérrima luchadora contra la desmesura, Némesis es la primera deidad a la que Leonor le ofrece estas líneas.
Debajo de un edificio que se asemeja a un barco donde vivieron dos personas que quise mucho, un escritor conocido y la prima de mi primo que una vez me prestó una bici o algo así porque muy bien no lo recuerdo, hay un círculo.
Si te paras en el centro del círculo nada sucede.
Si te paras en el centro del círculo y emites sonido,
cualquier tipo de sonido, ya sea vocal, percutivo o con un instrumento —aunque
debo admitir que este último no solo no lo probé sino que aparece en la
escritura que avanza— el sonido reverbera.
Es extraño ese círculo
construido especialmente para la reverberación, como un monumento a la
amplificación natural de lo que puede percibir el oído o una charla con una
misma.
Solo una persona puede pararse en el centro del círculo y
escuchar el eco.
Solo una persona puede pararse en el centro del círculo y
amplificar.
Solo una persona, mejor dicho, de a una, es que se puede
jugar a escuchar la propia existencia sin que quienes estén fuera del círculo
descubran el secreto.
No recuerdo cuántas
veces habré pasado por ese círculo de piedras en el piso cercano al edificio
que se asemeja a un barco sin haber probado sus propiedades de resonancia.
Pero, desde que las probé, cada vez que deambulo por allí, intento detenerme y
tomar el tiempo para hablar conmigo.
Es bueno a veces decir «a, a, a»
Provocar un «o, o, o»
Sacar la lengua y abstraerse.
Como cuando Eco,
dolorida por el rechazo de Narciso, se deja morir en una cueva. Ir a encerrarse
con las vocales propias a una figura geométrica apenas delimitada. Hundirse en
la transparencia de una avenida que intersecta con un extenso caudal de agua.
Hacer uso del homenaje, leer sobre el homenajeado y olvidar de inmediato.
Aislar los coches, los gritos, la desesperación. Encontrar un momento de calma
en el caos. Y esbozar una sonrisa.
Así, Eco se oculta en la
paciencia lúdica de repetir las últimas palabras dichas por un otro, sufre el
desamor pero acá, en este relato, extiende alguna de sus comisuras en una breve
mueca de placer. Sabe cuál es el destino funesto y se apropia de la justicia
que ejercen otras sobre su historia. Némesis ofrece la trampa y Narciso se
observa en su propio reflejo hasta morir ahogado.
Cuidado
con el castigo de los dioses.
Mi padre fue quien me
mostró ese círculo por primera vez: Parate en el centro y escuchá, me dijo. No
sé cuándo ocurrió ni qué edad tendría yo en ese momento, pero no era una niña.
Hoy, mientras escribo, soy una adulta y es la fecha de su cumpleaños. Como sé
que no vamos a ir a ningún círculo lo felicité temprano de forma austera —media
sonrisa— y, más tarde, lo llamé por teléfono. Hablamos sobre derechos laborales
y acoso. Supongo que, más allá de las diferencias, pensar que otro mundo es
posible sigue siendo nuestra manera de celebrar.
Aparecen las palabras sindicato y ministerio de trabajo y la verdad es que preferiría invocar a
Némesis para prescindir de las vías que existen y que, sé, suelen desamparar a
quienes están en la parte baja de la pirámide dentro de las lógicas de poder.
¿Qué se hace cuando una está dentro de un círculo gritando y pidiendo ayuda
pero la voz solo se transforma en el eco sordo de una ninfa de las montañas que
terminará abortada en una caverna escondida de una penillanura levemente
ondulada al sur del mundo? Nada, no se hace nada.
A veces lo evidente pasa
desapercibido, como las flores y sus significados o las mariposas que viven un
solo día. A nadie se le ocurriría presionar a una mariposa que tiene solo un
día de existencia, y sin embargo puedo encontrar y comprar mariposas muertas y
disecadas desde la comodidad de una casa ajena que ahora habito ubicada a una
cuadra del edificio que se asemeja a un barco donde se instala el círculo.
Busco: comprar mariposas muertas.
En la casa donde viven mis cosas, bastante lejos del círculo, guardo un escarabajo dentro de una caja. Desde hace días deseo ir a buscar a ese escarabajo para mirarlo. Acá tengo dos valijas con objetos de utilidad mínima; ¿qué es más importante, un cepillo de pelo o un escarabajo? Si tuviera alas todo sería más simple, volaría hacia mi casa con cosas, miraría el bicho un largo rato y planearía de regreso a escuchar batir mis extremidades en el círculo.
La existencia no significa sin la constatación de esa
existencia.
La violencia laboral es eso, una insistencia constante de
prácticas que colaboran con la precarización del trabajador.
Un círculo de ruido blanco.
Comportamientos informales asumidos.
Hacer del otro una materia informe.
Una no puede elegir volverse ola.
El edificio que se
asemeja se convierte en barco. Navegamos el torrente con la claridad de un
tripulante experimentado. Tapones en los oídos lejos del círculo para evitar
transgredir a Némesis, Eco, cantos de sirenas y orishás. Si al borde del río —que
Diego suele llamar océano— erosiona la mente por su constancia —como dice
Eliana cuando hablamos de vivir cerca del mar— estar en el centro del círculo
de agua es vivir en la incesante fricción del pensamiento.
Cómo será la organización social de los átomos y cómo
detener la marea uniendo los restos de los pedazos de los náufragos que
quedamos internados en el reino abisal de Rocío.
Para qué seguir insistiendo en las sutilezas.
De qué manera.
Por qué.
Cómo, si cuando las alas se mojan ya no funcionan.
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