Punk canario
Nenes raros
Por Federico Medina / Martes 06 de agosto de 2019
Vidas vertiginosas, letras inconformes y acordes rabiosos en un pogo ilimitado: Tango que me hiciste mal fue el primer LP de Los estómagos y el título del libro que Gabriel Peveroni dedica a la historia de la mítica banda uruguya. Federico Medina nos invita a leerlo cuando se cumplen treinta años de su último concierto.
El mejor personaje de este libro se llama Gustavo Parodi, un adolescente antisocial, obstinado y mañoso que escucha punk rock encerrado en su cuarto de la ciudad canaria de Pando. También me gustan, Andy Adler, un viejo convencido de que lo arruinó todo, y Fabián «Hueso» Hernández, un dark de Empalme Olmos con notables poderes mentales.
La historia que aquí se cuenta es la de Tango que me hiciste mal, uno de los discos más importantes e influyentes de la historia del rock uruguayo, un mítico long play del grupo Los Estómagos que se grabó un invierno de 1984 entre los mármoles del Palacio Salvo: «el rascacielos más decadente del sur del planeta».
Su autor, Gabriel Peveroni (periodista, escritor, dramaturgo) tomó la responsabilidad de escribir el número uno de la colección Discos de Estuario Editora, y para ello eligió un vinilo que, según sus propias palabras siente «como una cicatriz».
Se trata de un libro breve, y lo menciono porque no deja de sorprender como en las 132 páginas de texto (en las últimas hay fotos, dibujos y afiches de conciertos) Gabriel retrata y vincula al menos tres universos: el de la banda de rock y su sonido, el de un país deprimente a principios de los ochenta, y el de su propia memoria emotiva durante su adolescencia y su actual adultez, a través de un diario de viaje de zurcido casi invisible, donde las emociones y recuerdos personales que el autor decide mostrar están al servicio de la historia principal, la del disco, acercándose y alejándose de su objeto de análisis con notable habilidad.
Los viajes de este diario tienen vehículos reales y concretos, como la bicicleta para paseos de verano que colabora en un encuentro casual del narrador con uno de los fundadores de grupo; pero también están sus viajes mentales de flashback, donde cada vez que vuelve a poner la púa sobre el disco, describe con detalle los placeres, miedos e incertidumbres que sintió mientras sucedía el fenómeno cultural de Los Estómagos en Uruguay, y en su mente.
Para reconstruir y contar los inicios, el auge y el final de la banda, el autor recurre a su gran archivo de entrevistas a los protagonistas principales y secundarios de esta aventura, que incluye testimonios en diferentes épocas y espacios de: Gustavo Parodi, Fabián «Hueso» Hernández, Gabriel Peluffo, Gustavo Mariott, Gonchi López, Renzo Teflón, Juan Casanova, Andy Adler y Pedro Dalton, entre otros.
Para completar la historia, en 2017, Peveroni volvió de visita a los hogares de Gustavo Parodi y «Hueso» Hernández.
Hay muchas imágenes bellamente construidas y seleccionadas a lo largo de todo el libro. Los lectores aficionados a la historia del rock y los ingenieros de sonido disfrutarán, especialmente, con los testimonios que recuerdan la grabación de los bajos y las baterías del disco en las frías noches del Palacio Salvo, con la ayuda del músico Jorge Galemire; quizás, el verdadero responsable de todo lo que pasó. La obsesión de Peveroni por descubrir las raíces de unas sonoridades que marcaron a buena parte de los adolescentes de los ochenta en Uruguay, aquí se traduce en un mapa definitivo con cada una de las rutas que conecta al grupo inglés Joy Division con el sonido de Los Estómagos, y, tal vez, por primera vez responde con buenos argumentos, al misterio del disco punk de la banda que nunca se editó, y del que se podría decir que -de algún modo- marcó el final de Los Estómagos y el nacimiento de Los Buitres.
Otra gran imagen: Gustavo con su guitarra al hombro camina por las vías del tren para llegar hasta la casa de Hueso en Empalme Olmos. Hueso camina por las vías del tren para llegar a ensayar al cuarto de la casa de Gustavo en Pando.
Gabriel dedica el libro a su padre, y lo trae al recuerdo con una colección de instantes siempre significativos para la historia. En uno de ellos, describe una carpintería en la que pasó muchas horas, y con unos pocos trazos y al mismo tiempo, una sensación muy precisa que le permite conectar sus tres universos retratados en «un domingo eterno».
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