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La inteligencia y la ternura

Ruth Krauss y Maurice Sendak: maneras de vivir

Por Laura Wittner / Martes 28 de mayo de 2024
Interior de «Open House for Butterflies», de Ruth Krauss y Maurice Sendak.

En la biblioteca de Laura Wittner hay varios objetos emparentados. Entre ellos, está el libro Open House for Butterflies, de Ruth Krauss y Maurice Sendak, inédito en castellano. «El humor que propone está siempre enrarecido. Las palabras están un poquito corridas de lugar, o deformadas; las nociones flirtean con el absurdo o, diríamos ahora, con la incorrección política» escribe Laura y, de paso, lo empieza a traducir.

Tengo siempre «expuesto» un libro de Ruth Krauss y Maurice Sendak en un estante de la biblioteca. Lo tengo vertical, apoyado contra la pared, junto a un par de otras cosas que me gusta ver todos los días: un original enmarcado de Ana Paula Méndez, un cuadrito que me hizo Juan Lima en 2004, el programa de un ciclo de John Cassavetes al que asistí en un cine de Nueva York en 1997. El libro y el programa no sólo los miro; muchas veces, en busca de impulso, los abro y los hojeo, releo partes. El programa tiene un texto escrito especialmente para cada una de las películas de Cassavetes. El libro se llama Open House for Butterflies [Casa abierta para mariposas] y es uno de muchos que hizo Ruth Krauss junto a Maurice Sendak. Es chiquito, rectangular, de tapa dura y colores que coquetean con el sepia. Se publicó en 1960. Las ilustraciones también son chiquitas, en tinta negra. Cada página es una risa, un poema y un desafío. El primer desafío debe haber sido para Maurice Sendak, que al ilustrarlo le sumó sentidos y, de algún modo, nos ayudó a leer, a interpretar. Aunque hasta ahí. Hasta acá. Hasta allá. Porque el conjunto del texto más la ilustración tampoco se ofrece como una lectura lineal. Para nada. Al contrario. Se abre y se abre, y nos ayuda a descongelarnos en épocas de rigidez. 

El segundo desafío sería para quien lo tradujera, porque este libro no está traducido al castellano. Llegado el caso me pondría primera en la fila; hasta madrugaría, cosa que detesto, para ponerme primera en la fila (si la fila se hiciera de mañana temprano). No entiendo por qué nadie lo tradujo. Muchos otros de este dúo genial sí fueron publicados en castellano. Sin ir más lejos, o mejor dicho quedándonos muy cerca, existe A Hole Is to Dig, un libro-hermano de éste que el traductor supremo Miguel Azaola convirtió en Un hoyo es para escarbar. Le quedó excelente: «Un castillo es para hacerlo en la arena»; «Una cara es para que uno pueda poner caras»; «Los perros son para besar a la gente».

Así como Un hoyo es para escarbar, Open House for Butterflies es una especie de experimento lingüístico, filosófico, existencial. Cada pequeño texto tiene la forma de un consejo, de una afirmación, de un proverbio que en algún punto, al principio o al final, se tuerce hacia arriba o hacia abajo como una sonrisa socarrona. La voz parece estar a mitad de camino entre el lenguaje tentativo de la primera infancia y el guiño juguetón de alguien que vive y escribe hace tiempo. Muchas de las oraciones, además, están construidas sobre cierta extrañeza sintáctica.

Por ejemplo (traduzco al paso): «Si sos un caballo, algo bueno en lo que pensar es un castillo de terrones de azúcar» (la ilustración muestra un nene pensando y sonriendo con ilusión). 

O: «El matrimonio es para que tus hermanos y tus hermanas crezcan y se casen y vos puedas ser hijo único» (la ilustración muestra un nene en medio del abrazo de la mamá y el papá, parados junto a las fotos de boda de sus hermanxs). 

O: «Un tazón de leche es algo bueno de llevar si una está fingiendo ser un gatito» (la ilustración muestra una nena con tapado y sombrero de moño que camina muy seria con dos libros en una mano y un tazón de leche en la otra).

Me parece un libro muy gracioso, que puede causar distinto tipo de gracia según la edad de quien lo lea. El humor que propone está siempre enrarecido. Las palabras están un poquito corridas de lugar, o deformadas; las nociones flirtean con el absurdo o, diríamos ahora, con la incorrección política. 

Y sin embargo, a veces no; a veces se impone una imagen poética más aireada: «Todos tendrían que estar callados junto a un arroyito y escuchar».

O: «Creo que una carrera se ve mucho más linda cuando todos llegan al mismo tiempo».

O: «Ayer nos muestra que llegó otro día».

En todo caso, siempre prevalecen la inteligencia y la ternura.

Una vez Sendak dijo esto sobre Krauss: «Ruth rompió las reglas e inventó otras, y su respeto por la ferocidad natural de los niños floreció en una poesía que resulta completamente fiel a lo que hay de verdadero en sus vidas».

De esta pareja autoral, hoy en día, el más conocido es Sendak, que acá ilustra pero también publicó muchos libros como autor integral. Su libro más adorado por lectores y lectoras de todo el mundo es Donde viven los monstruos, y entre muchos otros que fueron traducidos y publicados en castellano están La cocina de noche, Al otro lado y Miguel, un cuento muy moral. (Casi todo Sendak fue publicado en castellano –y en varios idiomas más– por Kalandraka. Algunos de los libros los tradujo magistralmente Gloria Fuertes, una poeta española que también nos llenó de dicha con sus textos para la infancia). Pero en la época en que estas colaboraciones se publicaron por primera vez, la famosa era Ruth. Y sigue siendo una autora muy querida y admirada, aunque algunos de sus libros sean difíciles de conseguir.

Creo que es ahora, después de escribir esto, que de pronto me explico la yuxtaposición, en el estante, de esos cuatro elementos: Krauss, Sendak, Cassavetes, Juan Lima y Ana Paula Méndez son artistas que se ríen. Y para eso fuerzan un par de puertas, se tiran al piso, se fijan qué se ve desde ahí abajo, prueban maneras personales de decirlo. 

A mí, al menos, me hace bien, cada mañana, ese recordatorio de que es posible vivir –y crear– así.

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