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artes visuales

Semana del 22 en Brasil: Tres mujeres (1a parte)

Por Gonzalo Aguilar / Domingo 20 de febrero de 2022
De izquierda a derecha: Pagu, Anita y Tarsila en Rio de Janeiro (1929).

La Semana de Arte Moderno en São Paulo, o «Semana del 22», fue un antes y después en la pintura, escultura, literatura, y música brasilera. En estos días, se cumplieron cien años de aquel evento multidisciplinario, puntapié de las vanguardias en Brasil. Gonzalo Aguilar revisita la obra de tres mujeres centrales en el movimiento: Anita Malfatti, Tarsila do Amaral y Patrícia Galvão (Pagu). Esta es el primer texto de dos. 

Anita Malfatti (1889–1964)

Cuando a fines de 1917 Anita Malfatti realizó su muestra Exposición de Pintura Moderna en São Paulo, provocó un escándalo. Monteiro Lobato, por entonces un joven escritor en ascenso, publicó una crítica titulada «Paranoia o mistificación» en la que afirma que el «futurismo, el cubismo, el impresionismo y tutti quanti» son «artes de caricatura» y los compara con las pinturas de un loco (o una loca): «la única diferencia de las telas de Anita con aquellas hechas en los manicomios, con fines terapéuticos, es que las de los locos son arte sincero». Aunque Monteiro Lobato reconoce a regañadientes su talento, la emprende con un ataque frontal a la novedad de su pintura en la que no falta el mansplaining: ante los elogios que suscitó la exposición por parte de algunos jóvenes (entre los que se encontraban Mário y Oswald de Andrade), Monteiro le advierte a Anita que «los hombres tienen el vicio de no tomar en serio a las mujeres» y que por eso los elogios no son producto de la sinceridad, sino de una falsa caballerosidad. Típico del mansplaining: usar un argumento feminista (los hombres no se toman a las mujeres en serio) para definir una postura machista (por eso yo te digo la verdad y es que sos una mediocre). En realidad, los ataques de Monteiro Lobato, la acusación de que esas obras deberían estar en un manicomio y no en una galería, no hacía más que mostrar que la exposición de Anita Malfatti era un hito en la escena artística brasileña de ese entonces y el primer anuncio de lo que pocos años después sería la Semana del 22.

La reseña de Monteiro Lobato, publicada nada menos que en el diario O Estado de São Paulo el 20 de diciembre de 1917, fue respondida por Mário de Andrade y Oswald de Andrade, líderes de lo que después será la vanguardia brasileña. Oswald escribe que «las telas de Anita chocan con el prejuicio fotográfico que generalmente se lleva en el espíritu a nuestras exposiciones de pintura». Y lo cierto es que muchas de estas obras van a ser muy resistidas durante años.

Uno de los cuadros que más impresión causó fue A boba (La boba). Toda la clave de esta obra está en el color. Me gustaría leer La boba como si ella se adelantara a la crítica de Monteiro Lobato y su cuadro fuera una petición para que esas personas excluidas (como la boba) tuviesen derecho al retrato. ¿Quién es la boba? ¿De dónde sale este personaje? ¿La boba es la retratada o se trata más bien de la pintora? ¿Y si la terapia del manicomio valiera también para las personas normales? Las «artes de la caricatura» de las que habla Monteiro Lobato están llevada al extremo con estilo expresionista (Anita se había educado en Alemania y Estados Unidos) y si, de vuelta Monteiro Lobato, «la única diferencia de las telas de Anita con aquellas hechas en los manicomios, con fines terapéuticos, es que las de los locos son arte sincero», ¿qué quiere decir con «arte sincero»? ¿Qué es un arte espontáneo y sin conciencia? ¿Y si el arte de vanguardia consistiera en tomar la potencia de los locos, los niños y los anormales estratégicamente? Está claro que en su retrato Malfatti toma decisiones que, como pintora, sabe que serán polémicas: la modelo está descentrada, el fondo es abstracto, los colores se confunden y los rasgos de la retratada retroceden, por así decirlo, frente al color. La modelo, además, no mira hacia el espectador. ¿A quién está mirando la boba? Anita toma el género del retrato y lo enloquece.

De hecho, en los cuadros uno puede ver la importancia del trazo y el color y hasta el uso de la tela como una paleta en la que mezcla trazos, esbozos, colores y manchones. Otra obra de Anita, O homem de sete cores de 1915, remite por sus colores a lo brasileño (verde, amarillo, azul predominan) y también por la vegetación (las hojas de la bananera) pero eso se contradice con el tema de la pintura que se asemeja a un ejercicio de copia de un modelo en las academias con esos típicos cuerpos griegos. Además, O homem de sete cores escapa a todo naturalismo, a todo intento de continuar la tradición iconográfica brasileña (la fuerte idea de que el arte debe hacer un inventario de lo brasileño, de lo propio).

Un detalle importante de este cuadro es que el cuerpo no tiene cabeza, se trata de un cuerpo acéfalo, pura potencia, energía pura.

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