Ternura y crudeza
Soy de la esquina: entrevista al escritor colombiano Gilmer Mesa
Por Rafael Rey / Lunes 13 de enero de 2025
Foto: Juliana Restrepo Santamaría.
Gilmer Mesa nació en Medellín en 1978 y vive ahí desde entonces. Más precisamente, vive en el barrio que le da nombre a su más reciente novela, Aranjuez (2023). Hablamos sobre un narración disparada por la muerte de su padre y que es un homenaje a él, pero también, y especialmente, a un barrio y su gente, a una comunidad y una manera de relacionarse entre quienes la integran, formas que quizás también hayan muerto.
Al igual que en su celebrado debut (La cuadra, 2016), Gilmer Mesa (1978) pone en Aranjuez al barrio y a sus habitantes —incluido él mismo— en el centro de la escena, en este caso para contar la relación con su padre, en un intento desesperado de reconstruir una vida desde la memoria, de evitar que la muerte se lleve también los recuerdos de una persona a la que le han arrebatado la posibilidad de rememorar su propio pasado.
Tras abordar el conflicto armado en la zona rural de Colombia con Las Travesías (2021), Mesa regresa al barrio que lo vio nacer y crecer con una novela que es testimonio de una realidad marcada por la violencia, la desigualdad y la injusticia, y a la vez una reflexión poderosa y sincera, de una sensibilidad muy profunda, por momentos conmovedora, sobre el vínculo padre-hijo, sobre la trinchera de la amistad, sobre la pérdida irreparable de lo que se amará para siempre.
Aranjuez está dedicada al «entrañable y contradictorio barrio de Aranjuez». Puedo imaginar por qué entrañable, pero quería saber por qué contradictorio.
Aranjuez es un barrio contradictorio, como todos los barrios contradictorios de América Latina, porque es un barrio que fue muy violentado durante una época larga, pero a su vez también es un barrio donde se mueve mucha solidaridad, donde la gente aprendió como a quererse en medio de todas estas cosas tan complicadas que estaban pasando, en donde hay de todo, hay como mucha envidia, pero también hay mucha empatía. Casi que es un oxímoron. Y ya lo que es lo personal, a mí es el barrio que me ha dado cosas fundamentales para mi vida, pero también me ha quitado otras. Mataron a mi hermano, mataron a grandes amigos, pero también aprendí ahí que la vida se la puede buscar por la amistad, que la amistad es una cosa seria, que hay una idea como de familia extendida entre desconocidos que terminan siendo casi que familia en esos barrios populares. A mí siempre me ha parecido muy contradictorio, de verdad, tiene como las dos caras de una moneda, siempre.
Dijiste en una entrevista que te parecen ingenuas las personas que idolatran al narcotráfico. Hace unos años hubo un furor de series como Narcos y sobre Pablo Escobar y otras por el estilo y eso pegó fuerte en Colombia, sobre todo en Medellín. ¿Cómo lo viviste? ¿Por qué crees que esas series y que esas películas tienen tanto éxito pese a que retratan el lado más banal del fenómeno del narcotráfico?
Justamente por eso: yo creo que ahí mismo te lo acabas de decir, porque banalizaron el mal, pero a extremos de no solo banalizarlo, sino propagarlo ya como si fuera una aventura significativa. Incluso a veces llena de adrenalina. Y es todo lo contrario, pues nadie quiere vivir los desgarros que vivió también esa gente. Entonces, a un proyecto criminal lo vuelven fashion y eso sí es muy peligroso, porque lo fashion vende, porque eso es publicidad engañosa, de alguna manera. Ningún bandido vivió una realidad como las que retratan, una realidad tan ampulosa y tan voluptuosa. No, eran cosas muy complejas. Es más, yo siempre lo he mencionado también, creo que no se necesitaba esa disposición de farándula, se necesitaba una disposición de criminal, que es otra cosa. Hay que tener un temple de ánimo distinto para poder afrontar, por un lado, lo que había en esa época, que era una censura social absoluta contra el que se dedicaba a ese tipo de cosas, y, por otro lado, pues, haber quebrado también todos los diques morales que se tuvieran para poder asesinar personas, secuestrarlas, violarlas, etcétera. Entonces, aquí —en estas series y películas— incluso van como haciendo una suerte de profilaxis de una profesión que era absolutamente grave, compleja, difícil, que no era para todo el mundo tampoco.
Leyendo reseñas de Aranjuez, pero sobre todo de La Cuadra, me da la impresión de que a veces se las abordan con cierta condescendencia, esto de «transformar el dolor en literatura», centrado en la violencia, casi hasta con cierto morbo y regodeo y dejan de lado un aspecto que para mí es clave en tu obra en general, que es que hay mucho amor, hay una reivindicación del barrio, de la amistad, de la familia, un poco lo que me decías al principio.
Yo creo que se sigue haciendo también como una suerte de romantización de ese fenómeno y a mí realmente tratar ese fenómeno en mis novelas ha sido como el telón de fondo de historias que son mucho más capitales. Por ejemplo, yo considero que ambas novelas son sobre la pérdida, no sobre un barrio de criminales ni nada de eso, sino sobre la pérdida de un hermano, de amigos y la otra del papá y de ciertas cosas ahí en el camino, de la inocencia, de la felicidad, de muchas cosas. Pero yo entiendo que ese fenómeno de la criminalidad es complejo, porque fue de muy poca gente. Lo que pasa es que fue una gente que hizo tanto ruido, una gente muy ruidosa y muy dañina que pareciera que fuera toda la sociedad la que estaba metida en eso. Ese retorno no me gustó mucho con La cuadra, porque hacía pensar como que en un barrio popular y en el mío sobre todo, como si el 90 por ciento de la gente estuviera dedicada al crimen y nada, ni de lejos. Pues era quizás el diez por ciento y eso que a lo sumo. Pasa que eran muy ruidosos y entonces en una sociedad eso podemos hacerlo extensivo a todo el país; todo el país no está dedicado a eso, son grupos muy pequeños, son muy ruidosos. Y eso es lo mismo que pasa cuando uno sale de Colombia, por ejemplo, que le preguntan por el perico o por la guerrilla o por el paramilitarismo, y yo, por ejemplo, en mi vida nunca he conocido un guerrillero o un paramilitar en la cotidianidad…
…no es que uno camina por Medellín y se va cruzando con guerrilleros y paramilitares…
Exacto. Y eso suele pasar por ser tan ruidoso, también llama la atención esa truculencia. Entonces de alguna manera se sigue hablando. A mí me molesta un poco decir como que aquí siempre se habla de eso, se habla mucho de la violencia, eso es mentira. Se habla de lo mismo muchas veces, pero la profundidad de esos temas nunca se han tocado. Yo entiendo que lo llamativo del fenómeno es la truculencia, pero es una lectura muy simplista hablar que sigue siendo una novela sobre esos fenómenos. No, es una novela sobre las pérdidas.
Una de las cosas sobre Aranjuez que me parece más evidente es el homenaje a tu padre, pero también una manera de ser padre que no sé si sigue existiendo o si es tan común como hace unas décadas.
Yo había visto en el arte en general y en la literatura en especial que aparecían como dos tipologías del padre: uno muy heroico, de muchos personajes públicos, que los hijos de los personajes públicos escribían sobre ellos y tal, y veía también el mal padre, ¿cierto?. Desde la «Carta al padre», de Kafka, y de hecho desde el Ulises, de Homero, entonces eran como esas dos tipologías. Y en los barrios populares había padres que me parecían casi que un arquetipo, como el tipo borracho que abandona y tal, y yo crecí de verdad en los barrios viendo a padres que tenían muchos defectos, pero que eran tremendos papás. Por ejemplo papás muy borrachos, pero que se buscaban la vida por sus hijos. Casi que el borracho por definición es mal papá y yo vi borrachos muy buenos papás, o papás como el mío que sí, tenían serios problemas de comunicar su afecto, pues, pero eso no implica que no lo sintiera y que no hiciera actos muy poderosos para demostrarlo. Eso incluso lo pongo en la novela, yo decía, «papá, ¿vos sí me querés?» y él respondía «¿cómo no lo va a querer uno a ustedes, huevón?», [risas] o sea, casi como regañándome. Ese tipo de cosas yo quería recuperarlas, porque era lo que yo había visto, que había padres así y que me parecía que no habían sido muy bien elaborados por la literatura y por el arte en general. Entonces sí, de alguna manera lo que yo quería era también voltear la torta, también de padres a quienes les costaba ser padres, pero que tuvieron que afrontarlo y lo llevaron adelante.
Hablás ahora del alcohol, también lo mencionás mucho en tu obra y quería saber si para vos fue un motor para escribir, si fue un obstáculo, una compañía o si fue todo eso junto.
Yo he pasado con el alcohol una historia larga y sinuosa, difícil, en la que no para escribir, pero para mi vida, ha tenido todas las opciones que has propuesto. Tuve una época con el alcohol en que fue una compañía y sentarme a escuchar música bebiendo daba como cierta hondura, que es distinta, y enfrentar la vida de esa manera fue interesante; después se volvió también ya problemático hasta que se volvió ya un enemigo, pues, ya estaba muy enganchado con problemas físicos y tuve que terminar en un hospital. Yo he tenido una relación muy ambivalente con el alcohol. Hablo de eso en esta otra novela nueva que va a salir en 2025, espero. Hablo de lo que ha sido el alcohol, como cuando ya se empieza uno a meter con cosas muy jodidas y pierde el encanto que tenía de la compañía, de la felicidad, de la alegría y empieza a volverse todo lo contrario. Yo he tenido el alcohol muy cerca en la vida y no siempre de la mejor manera.
Santiago Gamboa dijo que eras un sobreviviente. ¿Te consideras un sobreviviente? ¿De qué?
Sí y no, o sea, un sobreviviente por supuesto porque todo el que tenga 46 años en este país es un sobreviviente, y que haya vivido en un barrio como el mío y tal es un sobreviviente, pero no con la intención retórica de diferenciarme del resto. A mí me parece que uno de los grandes problemas que tenemos en este país, y creo que en el mundo, es en el lenguaje, y es que el lenguaje nos convalida ante ciertas cosas. Entonces uno decirse en este país víctima o sobreviviente, en un país donde de verdad sí hay gente que está a punto de caer al abismo, me parece hasta irrespetuoso. Entonces, yo no, en ese sentido jamás, digamos que en un sentido mucho más vital todos somos sobrevivientes de una realidad tan hostil como la que nos ha tocado enfrentar en este país, pero no a mí pues. Yo dentro de lo que cabe, dentro de haber nacido en una familia pobre y tal, he sido un privilegiado, porque tuve acceso a la ilustración, porque tuve unos padres que me aman profundamente y me amaron profundamente, un privilegiado porque, pues, mira a quién están entrevistando desde Uruguay, esto no le pasa al 99 por ciento de las personas, entonces yo no puedo desconocer eso, me parece hasta ofensivo. Hay gente que sí es sobreviviente, gente que sí es víctima.
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