reseña
Un «tránsfuga de clase» o «asesinar» a la familia
Por Santiago Cardozo / Jueves 05 de abril de 2018
Foto: Stéphane Burlot
«[…] lo que se escribe corre el riesgo de disgustar a aquellos de quienes se escribe. Y aquellos a quienes se vuelve pueden a la vez sentirse dichosos por esa reconciliación y no olvidar que uno los dejó y los “traicionó”.»
Didier Eribon
Una foto que no cesa de hablar: una mirada, una pose, una historia (una narrativa), una trama social y económica que se hereda, pero de la que se rehúsa; una imagen que se quiere ocultar, cuyo discurso dice más de lo que estamos dispuestos a admitir. En suma: herencias y rupturas. Los padres que pertenecen a cierta clase social, que reniegan del tipo de gente del barrio en el que viven, y un hijo homosexual que rechaza la actitud adoptada por los padres; que, en ese mismo barrio, es objeto de burla por parte de los iguales y que termina como académico universitario (entonces, ya no se puede volver la mirada al origen con los mismos ojos).
Didier Eribon (filósofo francés contemporáneo, conocido entre nosotros por la excelente biografía sobre Michel Foucault de nombre homónimo, aparecida originalmente en 1989 y publicada en español por Anagrama) escribe a partir de la experiencia personal que nada tiene que ver (todavía) con lo académico, pero que solo puede ser dicha así porque efectivamente es un académico, y critica la manera en que cierta sociología del momento, «de barricada» y de «introspección» (se trata de Bourdieu, a pesar de admirarlo), olvida las contradicciones inherentes de lo que decimos y actuamos, de las «caídas emocionales», suscitadas por el recuerdo, que la perspectiva académica no incorpora en su discurso, respondiendo a los protocolos de escritura que legitiman su decir.
A partir, entonces, de la lectura de Pierre Bourdieu (sobre todo de La distinción y de Autoanálisis de un sociólogo), de Jean Paul Sartre, y de la literatura de Annie Ernaux, Simone de Beauvoir, Claude Simon, Nathalie Sarraute, y con Foucault como fondo y frente, Eribon se interroga acerca de las condiciones de su existencia como individuo en el seno de una sociedad que se las arregla, de diversas formas, para reproducirse más allá de la voluntad de cada uno para transformarla. Aceptando las contradicciones que tiene cada persona (podemos ser críticos, creer que estamos emancipados intelectualmente, pero, al mismo tiempo, actuar en el sentido contrario: esta es, si acaso existe, la esencia del hombre), la tarea de «autodeconstrucción» es una empresa titánica que supone enfrentar, con la sinceridad más descarnada, los imperativos sociales que se infiltran por las rendijas más imperceptibles de la vida en común y que llegan a constituir el aire que respiramos todos los días. Valentía, coraje, miedo, desprecio, soberbia, vergüenza: Eribon levanta su reflexión a partir y en contra de estos sentimientos, y en su tarea crítica hace recordar a Foucault y su «coraje de la verdad» (tal vez en otro sentido, pero coraje al fin).
Se sabe: elegir un pasaje que sea capaz de sintetizar a la vez el contenido y el espíritu de un libro siempre es una tarea imposible y cuestionable; sin embargo, va el mío: «No hay gesto emancipatorio total, no hay política sin resto: siempre somos, en gran medida, hablados y actuados por el mundo social, aun cuando nos esforzamos por disolver, mediante la palabra y los actos, las adherencias de nuestra vida, nuestro pensamiento y, sobre todo, nuestro impensado a las formas del pasado, a los modelos que hemos recibido y de los que querríamos deshacernos (o de los que no nos interesa deshacernos del todo, porque son tal vez aquellos con los cuales hemos soñado, fantaseado, durante la infancia y la adolescencia)».
Este pasaje captura en pocas palabras algo que todos sentimos en nuestra carne, pero que pocas veces podemos ver con claridad y menos aún entender y aceptar. Y enseguida remata: «Sentimientos admitidos y prejuicios poco gloriosos pueden seguir cohabitando, en nuestra vida, con la reflexión que procura analizarlos y deshacerlos». ¿Cómo se desprende uno de sí mismo para examinar esos sentimientos y prejuicios que lo constituyen y, al mismo tiempo, cómo hace para seguir siendo esa persona que se esfuerza por criticarse para «ver mejor» el mundo? ¿De qué manera uno deja de ser quien es, en virtud de lo que ha heredado cultural y socialmente, para situarse en un lugar distinto que le permita ya no solo decirse a sí mismo, sino comprender, a partir de esa operación reflexiva, la sociedad en que vive, la manera como las conductas, los discursos, las posiciones críticas y no tanto tienen que ver con lo que heredamos de nuestra crianza, de nuestro paso por las instituciones educativas, de las relaciones en el barrio con el «otro», que siempre resulta, más acá o más allá, una especie de extranjero?
El texto de Eribon se detiene en responder estas preguntas; se toma el tiempo para darles las vueltas necesarias, sin llegar a una «solución» absoluta, clausurada, y aceptando la contradicción como asunto central. Consciente de sus limitaciones como persona, producto precisamente de esa herencia que se quiere romper, Eribon teje un discurso que bien puede ser visto como literario (el problema del ensayo), atendiendo al trabajo que realiza sobre la forma, sobre el léxico, al uso del entrecomillado, a la manera como vuelve repetidamente sobre los mismos asuntos, echando nueva luz a las reflexiones vertidas con anterioridad, a partir de las disquisiciones académicas de Bourdieu, pero también de la lisa y buena escritura, como la de De Beauvoir y Ernaux.
Eribon se reconoce deudor de un «linaje» que él mismo se forja (todo linaje es creado hacia atrás) y que encuentra en la literatura y la filosofía la clave de nuevas formas de ver la realidad con el propósito de cambiarla, empezando por él mismo. Y con ese linaje pretende verse en el pasado y en el presente, identificar, en suma, el signo de un tiempo y una herencia que desconoce, que no ha dejado rastros, pues, al fin y al cabo, sus antepasados son los pobres, los obreros, los oprimidos, a quienes les ha sido negada la palabra, los ignorados por la historia de la larga duración. La empresa de Eribon es interpretativa, al final de la cual busca quedarse con un puñado de «pequeñas verdades»: ¿quién es?, ¿cómo llegó a ser esa persona (académico, gay, escritor)?, ¿de qué manera la sociedad, en el juego de la construcción de una identidad propia, ha dado su veredicto?
La sociedad como veredicto. Clases, identidades, trayectorias
Eribon, Didier
Cuenco del Plata (2017)
Páginas: 276
UYU 1090