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Arquitecturas posibles

Un ombú, una bolsa y muchas piscinas urbanas

Por Patricia Roig Canepa / Miércoles 17 de enero de 2024

Gracias a Jill Stoner y de Ursula K. Le Guin, la noción de arquitectura se transforma en algo que va más allá de la práctica de edificar muros. La investigadora Patricia Roig, hurgando en la experiencia propia, escribe que «hasta un ombú, una bolsa y muchas piscinas urbanas constituyen arquitecturas posibles».

El ombú

En la estancia de mi abuela había un ombú al que íbamos a jugar con mis hermanos y mis primos para escapar de los ojos de los grandes (la familia se dividía en dos: los grandes y los chicos). El ombú se veía desde la casa, pero estaba lo suficientemente lejos como para que no se escucharan nuestros gritos, peleas o, por lo menos, los detalles de nuestra actividad. El campo en el noroeste del Uruguay es chato, ni siquiera suavemente ondulado, como una línea horizontal apenas interrumpida por montes de eucaliptus plantados hace más de un siglo. Así que ese ombú, con su copa frondosa y sus ramas enroscadas, era incluso más majestuoso. Ese árbol era un lugar («¿Vamos al ombú?»), un cuerpo («¡El que se trepa más rápido gana!») y refugio tanto del sol como de los grandes. Ese era nuestro lugar, nuestra casa en el árbol, solo que no precisábamos la casa: el árbol era casa y árbol al mismo tiempo. Nos colgábamos o nos acostábamos sobre sus brazos, nos apoyábamos sobre su tronco —habitábamos ese cuerpo como se habita un espacio—.  


La bolsa 

La idea de la casa como una bolsa no es mía, sino de Ursula K. Le Guin. En su La teoría de la bolsa de ficción, cuando la autora estadounidense se imagina un origen alternativo a aquel del hombre como héroe que permea los museos y los dibujos de las cavernas, propone que la primera herramienta que usamos como humanidad no fue un cuchillo filoso ni una punta de flecha, sino una bolsa o un recipiente. Un elemento que les haya permitido a nuestros ancestros recoger semillas, frutas y comida para llevar a casa. Ese elemento tan mundano no sería tallado en piedras, sino tejido con hojas, con pelo o algún otro elemento vegetal que se podía descomponer en la tierra. El problema es que el acto de recolectar comestibles, monótono y sin conflicto salvo por alguna picadura de mosquito, no proporciona una historia tan atrapante como la matanza de un mamut. De esta forma, Le Guin reflexiona sobre el poder de las leyendas. ¿Qué leyendas se cuentan y de qué manera?, ¿por qué ciertas leyendas persisten en nuestra memoria colectiva?, ¿qué leyendas no tienen el lugar que merecen?, ¿por qué precisamos un héroe? 

Si es humano poner algo que querés, porque es útil, comestible o bello, en una bolsa o en un canasto o en un trozo de corteza u hoja enrollada o en una red tejida con tu propio pelo o en lo que tengas a mano, y después llevártelo a tu casa, casa que es otro tipo más grande de saquito o bolsa, un recipiente de personas [...] si hacer eso es humano, si eso es lo que hace falta, entonces soy un ser humano después de todo. Plenamente, libremente, gustosamente, por primera vez... (pp.32-33)

Esta cita, traducida por mí de la edición en inglés, sugiere que la casa también es un contenedor. Es una sugerencia hecha casi al pasar y a primera vista puede parecer inocente. Pero es más radical de lo que aparenta. Si el origen de la arquitectura es una bolsa, un espacio que contiene y que no implica construir, habitar espacios es arquitectura. ¿Cómo se narraría la historia de la arquitectura si se empezara desde una bolsa en vez de Stonehenge o las pirámides de Egipto?


Piscinas y arquitectura sin mayúsculas

Para Jill Stoner, la literatura también ofrece aprendizajes espaciales. En su segundo libro, Hacia una arquitectura menor, la arquitecta y académica estadounidense recurre a las narrativas de Frank Kafka, Herman Melville, Raymond Carver y John Cheever, entre otros, para explorar una noción de arquitectura que va más allá de la práctica de edificar muros. Capítulo a capítulo, Stoner derriba los mitos que acechan y acotan las posibilidades de la arquitectura —las dicotomías interior/exterior, sujeto/objeto, naturaleza/cultura— a través de relatos y personajes que inyectan textura y detalle a sus ideas teóricas. No es la primera vez que Stoner pone en diálogo a la arquitectura con la literatura. En Poems for Architects (2001), su primer libro, compila poemas del siglo XX alrededor de términos como hogar, ciudad y espacio

Hacia una arquitectura menor toma prestada la denominación del libro que el filósofo Giles Deleuze y el psicoanalista Félix Guattari escribieron sobre Kafka, Kafka: Por una literatura menor. Incluso abre la introducción con una cita de estos pensadores: «Odiar toda la literatura de amos y maestros». 

Aunque Stoner no se presenta como una odiadora u opositora de la arquitectura de amos y maestros, el valor de su libro radica en dirigir la mirada y los sentidos hacia las potencialidades que se hallan en la periferia, lejos de las grandes narrativas y los monumentos. La autora nos recuerda que minorizar es una acción, no un sustantivo. Es deconstruir, reutilizar, reapropiarse y cualquier otra práctica que anhele ser más que un objeto. En palabras de Stoner, «la arquitectura ya no puede limitarse a la preocupación estética por hacer edificios, sino que debe comprometerse con una política que, cuidadosamente, los deshaga».

Una tarde de verano, de visita en lo de sus amigos Westerhazy y sumergido en la piscina, Neddy Merrill, el personaje principal de «El nadador» de Cheever, decide nadar hasta su casa. Según calcula, hay una línea de doce kilómetros hasta su hogar, así que se propone completar el retorno sumergiéndose en todos aquellos pozos con agua que encuentre por el camino. El cuento, entretenido y absurdo, seduce por la ambición de la intención. La lectura que hace Stoner de este relato revela la operación espacial que se propone en tal aventura. El acto que lleva a cabo Ned, de trazar esta línea con su cuerpo, moviéndose entre casas de diferentes dueños, al permear fronteras, atravesar jardines y carreteras, crear una conexión entre ellas que previamente no existía, constituye una forma de arquitectura. Junto a esta, el repertorio de arquitecturas menores del libro también incluye la transformación urbana de la Torre de David en Venezuela a través de la ocupación informal y orgánica, la reinserción de halcones en Nueva York facilitada por las alturas de los rascacielos, e infinitas otras.

En el prólogo, la traductora Lucía Jalón Oyarzun afirma que la arquitectura menor es «una posición vital del encuentro con el mundo». Desde esa posición, hasta un ombú, una bolsa y muchas piscinas urbanas constituyen arquitecturas posibles. 

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