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Señuelo o llamador

Apuntes sobre ciertos artes de tapa

Por Mariangela Giaimo / Lunes 28 de julio de 2025
Apuntes sobre ciertos artes de tapa
Portadas de «Sobre esta tierra», de Lalo Barrubia (Criatura Editora), «The Specter of the Archive», de Nicholas Popper (UCP); y «La muerte de Iván Ilich», de Lev Tolstoi (Penguin).

En la era de las tapas que pululan en Instagram, Mariangela comparte apuntes sobre la centralidad del arte en la portada de los libros. Ya sea porque son llenas de color o extremadamente minimalistas, «La tapa de un libro es casi una forma de puesta en escena o performance que incluye la gran tríada autor, editorial y lector», escribe y nos invita a explorar este mundo fabuloso. 

La idea de este artículo surge en diciembre pasado. Frente a la muerte de la intelectual argentina Beatriz Sarlo (1942-2024), vi una tapa suya en esos tantos homenajes que aparecen en redes. Era una fotografía de archivo de una Sarlo de jean y remera, con un sombrero de paja enorme en la cabeza, en un paisaje rural, quizás del norte argentino o boliviano. El libro, Viajes. De la Amazonia a las Malvinas (Seix Barral, 2014). ¡Qué hermosa tapa!, pensé, sin intentar saber nada más. El arte de tapa de un libro es otra capa de estos objetos. Es posible generar al mismo tiempo que la discusión sobre la literatura una conversación sobre cómo se ven los libros, qué muestran y cómo lo hacen sin riesgo de ser superficiales. Esto también es referirse al mundo de la estética y del gusto.

La tapa de un libro es casi una forma de puesta en escena o performance que incluye la gran tríada autor, editorial y lector. En términos goffmanianos y llevándolos a los libros, tenemos la fachada del libro como su primera cara visible que da una impresión deseada para atraer, persuadir, legitimar o posicionarse y, por sobre todo, enmarcar el contenido. Da un contexto de interpretación antes de abrir el libro. Funciona como un control del encuadre, de expectativa. Y puede, muchas veces, desalentar el vínculo.

Aquí les dejo ciertas (porque habría muchísimas más) consideraciones sobre eso que es una suerte de señuelo o llamador, y lo que para muchos —también lo he pensado— puede ser una excusa sin culpa para tener varios libros en casa.

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Todos los años surgen pequeñas notas periodísticas con las «mejores tapas», en las que diseñadores o eruditos tratan de entender las tendencias, así como destacar el trabajo de uno de los roles claves de la industria editorial. Qué trabajo difícil condensar en una imagen, en un diseño, lo que otro plasmó con otro lenguaje, en varias hojas, con corazón y otras razones. No querría estar en los zapatos de quienes tienen que decidir y condensar —ese verbo me parece genial en relación con el gesto, a la acción que implica hacer una tapa— todo un universo en una serie de elementos visuales concretos.

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Cubierta o tapa, sobrecubierta, contracubierta, guarda, cabezada, faja, tripa, título y logos son algunas de las partes internas y externas de un libro, que hacen al objeto. Ni qué decir del lomo de un libro, una de las partes más importantes de su diseño a menudo infravalorado: se vuelve visible al verlo de costado, o en una estantería. Por ejemplo, los lomos de Penguin Classics, sello de Penguin Books, que publica obras clásicas de la literatura en inglés, español, portugués y coreano, entre otros idiomas. Se pueden ver en la biblioteca de Escaramuza en idioma inglés, frente a la puerta: colores mates mezclados con fuertes, diseños que van de medusas a monos, ballenas o cadenas, copos de nieve o relojes. Solo verlos así ya encontramos placer en la vista. También estan los libros que juegan con el tacto, otro gran sentido en las tapas, como Fricciones. Crónicas de un viaje de arquitectura, de Alejandro Varela López (edición propia, FORUM, 2025) que propone una materialidad en la cubierta, en juego con el título, que se va desgastando con las manos.

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Me llaman la atención las tapas que proponen un objeto solo, existente o inventado, que se presenta casi como una obra de arte conceptual. Recuerdo la tapa de Serotonina, de Michel Houellebecq. Ese globo rosado-chicle con un clavito que lo sostiene presenta una tensión que invita a abrir el libro. En ese sentido, la colección De Bolsillo de Alianza, desde 2009 es el estudio de Manuel Estrada, también propone mucho espacio en blanco y luego una ilustración, una fotografía o fotomontaje, con un uso destacado de la tipografía, generando una propuesta clara y objetual.

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Siguiendo con lo simple, es particular la colección Nuevos Cuadernos Anagrama. La colección surge de su predecesora, Cuadernos Anagrama, cuyo objetivo era poner en discusión clásicos revolucionarios y analizar problemáticas actuales. Son tapas que usan una paleta de colores sobria, con tipografía limpia. A veces, no obstante, hay sorpresas. Tal esel caso del volumen Ciencia ficción capitalista. Cómo los multimillonarios nos salvarán del fin del mundo, de Michel Nieva, de un gris metalizado fuerte. La propuesta solo se enfoca en el nombre del autor y el título, en tanto en el lomo está la numeración. El título es usualmente directo, y provocador por lo que el diseño sobrio encaja perfecto para remarcar la propuesta escrita. Por ejemplo: ¿Una rayita? Por qué en España se consume tanta cocaína y no se habla de ello; La cancelación y sus enemigos; y Ahorita. Apuntes sobre el fin de la Era del Fuego.

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En esta misma línea están las tapas de Fitzcarraldo Editions, que no llegan a Uruguay, desarrolladas por el diseñador Ray O’Meara, editorial que ha sido ampliamente reconocida por su coherencia y minimalismo distintivo. Las tapas de ficción utilizan el International Klein Blue (IKB) con tipografía blanca, mientras que las de no ficción invierten este esquema, presentando fondo blanco con texto en IKB. A su vez, la fuente Fitzcarraldo, diseñada específicamente para la editorial, combina influencias de tipografías antiguas, transicionales y modernas, sin encasillarse en una categoría específica. Dentro de este apunte también está Gris Tormenta, taller y editorial mexicana, que utiliza las cubiertas por un diseño limpio, con tipografías que priorizan la legibilidad y con ausencia de imágenes de base. Justo sobre este asunto han publicado el libro El atuendo de los libros, de Jhumpa Lahiri en traducción de Jacobo Zanella.

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Luego está la categoría de libros para niños. Principalmente poseen en tapa la ilustración y están ahí las historias que desarrollarán dentro. Pongo el ejemplo de La gran panzada (Muñeca de trapo, 2024) en que María Elina, la ilustradora, utiliza una paleta de colores suaves y cálidos para mostrarnos tres osos que se abrazan en el bosque. Sé que es muy naíf, pero este enganche también me sucede con las tapas de los libros ilustrados, de cómic, de viñetas. Por ejemplo la editorial Edelvives trabaja con artistas reconocidos como Benjamin Lacombe, Rébecca Dautremer, Ana Juan y Antonio Lorente. Ya la conocen, ¿no?

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Y ahora Instagram, uno de los espacios en que circulan imágenes de libros por las tapas. ¿Quién no se ha encontrado con fotos de tapas con comentarios como «Estoy leyendo este libro y lo recomiendo por tal cosa»? Es más, también se encuentra la foto del libro sostenido por una mano también como una forma de autoexpresión: lo leí, lo recomiendo. Tal es el bookstagram, prácticas en que se revaloriza al libro como objeto estético, material y visual, en redes. De esta manera, el diseño también se piensa desde lo instagrameable. Algunos usuarios generan una especie de coleccionismo o comparación de portadas. Un caso interesante es la cuenta @ez.bookdesign que pertenece a Elisha Zepeda, un diseñador gráfico especializado en portadas de libros que trabaja con Penguin Random House. Zepeda muestra su proceso creativo en el diseño, presenta múltiples opciones de diseño para una misma portada, e invita a sus seguidores a elegir favoritos.

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Otra señal potente es la faja: la tira de papel que se coloca alrededor del libro y se usa para añadir información como el número de ventas, premios, reseñas, aniversarios, o la sinopsis. Por ejemplo, un caso interesante: una faja violeta dice «un retrato de Radiohead», así como metacomunicando que ese libro es una serie de fotografías de Clin Greenwood. Se titula Cómo Desaparecer, y es del bajista de la banda, quien documenta con 97 fotografías y un ensayo la vida de la banda.

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Todos los libros de arte, los llamados libros-objeto, poseen tapas, por tipo de papel, tamaño y diseño, que seducen, son sofisticadas e imponentes al mismo tiempo. He de decir que son objetos de deseo. Sumo los libros de narrativa Sobre esta tierra, de Lalo Barrubia, con una pintura de portada de la uruguaya Florencia Durán Itzaina o Carnada, de Eugenia Ladra, con el estilo característico de la ilustradora argentina María Luque: líneas sueltas, colores planos y fuertes, y trazos marcando el gesto en las imágenes. También unos perritos amuchados que nos miran.

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