El producto fue agregado correctamente
Arqueología forense

Día Mundial del Medio Ambiente: ecologías políticas disidentes

Por Javier Uriarte / Lunes 02 de junio de 2025
Día Mundial del Medio Ambiente: ecologías políticas disidentes
-

¿Es un bosque una ciudad? ¿Es la selva un jardín? ¿Cómo pensar la naturaleza en tanto arquitectura o infraestructura? Para este 5 de junio, Día Mundial del Medio Ambiente, Javier Uriarte reseña La naturaleza política de la selva, de Paulo Tavares (Caja Negra, 2024), y afirma que estas preguntas sean tal vez las más originales, estimulantes y provocadoras que propone el libro.

La naturaleza política de la selva: Escritos sobre arquitectura, ecología y derechos no-humanos es una compilación de textos del arquitecto y crítico cultural Paulo Tavares publicada por Caja Negra en 2024. Los ensayos recogidos son, con una excepción, traducciones, sobre todo del inglés (la traducción y selección corresponden a Alejandro Limpo González). Vienen de distintas fuentes (no solo libros académicos, sino también varias páginas de internet, lo que da cuenta de la naturaleza pública y activista de la producción de Tavares) y se publicaron en distintos momentos, desde 2012 hasta el 2023 (más una entrevista hecha expresamente para este volumen). Así, los textos compilados ofrecen una mirada rica y bastante completa sobre el trabajo intelectual de Tavares, quien enseña en las universidades de Brasilia y Columbia. Se trata de un trabajo genuinamente interdisciplinar, que acerca los discursos de la arquitectura, la arqueología, el paisajismo, la botánica, la antropología y los estudios culturales, al tiempo que, de manera fundamental, hace uso de la tecnología, de las imágenes satelitales y la fotografía, para mirar de nuevas maneras las relaciones entre cultura, poder y territorio.

El título del libro es también el de uno de los ensayos en él compilados. Pero se trata de una preocupación constante del autor a lo largo de casi todo el volumen: la insistencia en concebir lo que llamamos «naturaleza» como una entidad fundamentalmente política y no como desligada del quehacer humano, central a miradas ideológicas sobre el Estado y el territorio. Y ella misma no solo objeto de disputas políticas, sino también como sujeto o agente político. Una de las críticas más fuertes que el texto presenta es a la idea de la naturaleza como un espacio intocado o prístino, idea que aparece cuestionada como una creación cultural de lo que se conoce como Occidente, como un imposible o una ficción. Pero también como un artilugio retórico para, por ejemplo, expulsar a varias comunidades amazónicas de sus territorios con la excusa de que no lo poseen o modifican.

Esto último aparece, por ejemplo, en el ensayo titulado «Arqueología del progreso». A través del análisis de fotografías (así como de mapas y películas) tomadas durante la dictadura brasileña en proyectos que acabaron expulsando a varias comunidades amazónicas (lo que se llamó, perversamente, la «Pacificación»), el trabajo del grupo de Arqueología Forense del que Tavares forma parte detecta los rastros que quedaron en la selva de los espacios habitados por esas comunidades (en este caso en particular se trata de la comunidad xavante, habitante de la región del Río das Mortes). Ese trabajo de arqueología y rastreo constituye una alianza estratégica entre el trabajo académico y los pueblos desplazados, al tiempo que tiene concretas implicancias jurídicas y políticas, ya que se utiliza para apoyar los reclamos territoriales de estas comunidades.

Metodológicamente, en ese ensayo se realiza un análisis forense de estas imágenes (p. 158). Tal análisis constituye una relectura de la fotografía como «dispositivo visual» o instrumento de expansión de la frontera (p. 153); la fotografía se revela como central a la lógica del despojo (p. 159). El trabajo de Tavares funciona así en dos direcciones complementarias: por un lado revela las operaciones ideológicas de las que este esfuerzo documentador estatal formaba parte y, por otro lado, trata de visibilizar lo que ellas buscaban borrar, subsanando en cierta medida el daño provocado. Tavares muestra cómo, durante la dictadura brasileña, la fotografía fue parte fundamental de un intento de expansión de la frontera hacia el oeste, con la intención de conquistar lo que se describía como «espacios vacíos». En mi trabajo de investigación, me he interesado por explorar esta noción del vacío políticamente construida que, en realidad, explica Tavares, constituía una parte integral de lo que él llama «política de borrado», una «construcción» de vacíos. El autor —de igual manera que este reseñador— ha trabajado sobre este proceso de construcción de desiertos, central a formas de lo que Tavares llama «autoimperialismo» (ver su artículo «The Politics of Desertification», lamentablemente no incluido en este libro), constitutivo de los estados modernos latinoamericanos.

El hallazgo más importante de esta investigación y revisión de imágenes se comenta en varios capítulos. Por ejemplo, en el que da título al libro. Lo que hace el trabajo de arqueología forense es en realidad recuperar ruinas. Pero se trata de ruinas vivientes (p. 182), ya que lo que se rastrea son, en realidad, indicios de modificación del paisaje. Es decir, se encuentran formas en que las comunidades desplazadas habían transformado los bosques donde habitaban. Y aquí vuelvo, entonces, a las preguntas con que abro esta reseña. Porque, ya que estas huellas son imperceptibles para cualquier ojo externo a ese espacio, se trata de un ejercicio de «aprender a leer» el bosque; así, lo que se acaba descubriendo es que el bosque es siempre un producto, en cierto sentido, un jardín. Hay toda una infraestructura compleja de comunicaciones terrestres y fluviales («una extensa red de asentamientos, caminos y senderos», p. 169) central a la comunidad desplazada (en este capítulo se trata de los waimiri-atroari) que, en efecto, no han desaparecido.

He aquí uno de los pasajes más provocadores de todo el libro:

La composición resultante del bosque que crece sobre un campo abandonado es similar a un huerto que continúa siendo aprovechado y a menudo tiene importantes connotaciones simbólicas para los pueblos indígenas, pues configura un elemento arquitectónico vivo y poblado dentro de una infraestructura urbana mayor compuesta por aldeas antiguas y nuevas. (p. 180, énfasis mío)

En este sentido, se cuestiona la oposición entre campo y ciudad, una de las ideas fundacionales del imaginario espacial y cultural (y político) latinoamericano: en lugar de ver la ausencia de la ciudad, dice Tavares, hay que repensar y ampliar la propia idea de lo urbano (p. 182).

Así, otro de los capítulos del libro es una conversación entre el autor y el antropólogo William Balée (el libro incluye varias entrevistas con investigadores y activistas, lo que ilumina varios aspectos de los demás ensayos), responsable por el término «bosques culturales». Estos se definen como «construcciones botánicas antropogénicas forjadas por tipos específicos de interacción entre dinámicas culturales y naturales que albergan "inscripciones, historias y memorias en la propia vegetación viva"» (181). Pensar el bosque como una naturaleza construida, como un ensamblaje social, como una «polis multiespecie», como un diseño paisajístico indígena (p. 189) o como una forma totalmente distinta de arquitectura son algunas de las sugerencias potentes para leer de otra forma lo que se entiende por «salvaje». Estas propuestas desestabilizan muchas de las ideas sobre lo que es la naturaleza, la propia selva, una ciudad o la idea misma de arquitectura. Así, se insiste en que la biodiversidad también puede producirse; eso es lo que generan las intervenciones indígenas en el paisaje, un enriquecimiento y una complejización. La entrevista con Balée llega entonces a plantear la necesidad de escribir una contrahistoria de la propia disciplina de la arquitectura, una reconsideración crítica de los conceptos de naturaleza y paisaje que han sido fundacionales en esta disciplina para, de ese modo, «descolonizar el archivo» (p. 191).

Detengámonos en otra noción central del libro: la de violencia ambiental. El texto vuelve una y otra vez sobre la idea de las dictaduras latinoamericanas como generadoras de esta violencia. Es más, uno de los ensayos acaba identificando el concepto de Antropoceno con la violencia política concreta asociada a golpes de Estado: «El Antropoceno es, de hecho, el producto de golpes de Estado militares» (p. 140). Como se sabe, la noción de la era geológica conocida como Antropoceno se ha vuelto central al pensamiento, a la investigación y a la acción vinculados al medioambiente. En resumidas (y simplificadoras) cuentas, se trata de un concepto que busca colocar al ser humano como el responsable de la era geológica en que vivimos, caracterizada por el calentamiento global.

El Antropoceno sigue estando en el centro de la polémica, en muchos sentidos. Uno de los debates importantes en relación con este concepto tiene que ver con la dificultad en determinar cuándo comenzaría esta era geológica. Y en tal sentido es que la provocativa afirmación de Tavares entra a jugar. En ese mismo ensayo, titulado «El imperativo geológico: sobre la ecología política de la historia profunda de la Amazonia», se desarrollan las nociones de genocidio, etnocidio y ecocidio. Tavares acaba sugiriendo que esta última de alguna forma incluye a las otras dos. La violencia de los gobiernos autoritarios es también, y acaso fundamentalmente, una violencia contra la Tierra. El impulso delirantemente desarrollista de la dictadura brasileña (la construcción de la carretera Transamazónica sería el ejemplo más patente al respecto) va en esa dirección. Basado en la idea colonial de que la Amazonia es un lugar que esconde innumerables riquezas que están esperando al hombre (el género es importante) que las explote y revele sus riquezas al mundo, es un impulso que no ha cesado: el reciente gobierno de Jair Bolsonaro volvió a activarlo de manera explícita y contundente. No obstante, el foco justificado en los regímenes dictatoriales parece a veces no insistir lo suficiente en el hecho de que los gobiernos democráticos, incluso los del PT en Brasil, han mantenido la perspectiva desarrollista y explotadora con respecto a la Amazonia (lo que la socióloga Maristella Svampa ha llamado «neoextractivismo»).

De la reflexión que realiza Tavares sobre autoritarismo y formas de mirar, representar y controlar los espacios surge también la iluminadora idea de que los persistentes ataques a comunidades indígenas amazónicas (y no solo) durante la dictadura no deberían leerse de manera separada de los ataques contra civiles urbanos. De hecho, el libro critica la despolitización del sujeto indígena víctima de persecución y genocidio durante este periodo; en otras palabras, dice Tavares, los indígenas son también «desaparecidos». Esto se enlaza con el fuerte trabajo con los conceptos de genocidio, etnocidio y ecocidio que varios artículos del libro exploran.

El ensayo «El imperativo geológico» elabora estos tres conceptos para acabar concluyendo que es difícil separarlos. Es decir, no deberíamos perder de vista que la destrucción del espacio es clave para entender la guerra y que destruir el territorio y el medio ambiente es una forma de destruir a las personas que allí viven. Estas ideas aparecen también con fuerza en el ensayo titulado «Tierra quemada: violencia ambiental y genocidio en el triángulo Ixil, Guatemala». En este texto, sobre las formas en que, durante la guerra civil en aquel país, y particularmente durante el gobierno de Efraín Ríos Montt (1982-83), se procedió a «una forma ordenada e industrializada de exterminio masivo» (p. 255), el grupo de Arquitectura Forense del que forma parte Tavares examina fotografías, imágenes satelitales, materiales cartográficos y de archivo, y testimonios para construir una cartografía web interactiva que contribuye a probar que dicho genocidio fue planificado. De manera fundamental, este ensayo repiensa nociones de genocidio que incluyen modos indirectos de exterminio como el desplazamiento y la hambruna (pensemos en lo que pasa hoy en Oriente Medio para tener una idea de la relevancia y urgencia de estas reflexiones). En el caso guatemalteco, argumenta Tavares, la transformación del bosque por parte del gobierno es parte central de la violencia militar. Es necesario, entonces, pensar el ambiente como «una entidad en sí misma en constante interacción con el conflicto» (p. 243). Hay que volver a preguntarse entonces qué constituye un acto de asesinato y si este no incluye también «la destrucción de la vida como resultado de las condiciones que la sustentan» (p. 244).

Finalmente, quiero centrarme en la noción de derechos no-humanos, tema del ensayo que lleva precisamente ese nombre (p. 79-112), y tema también de un libro de Tavares de 2022. Acá el autor piensa otra noción que desafía algunas ideas sobre el derecho y la ley, pero también profundamente filosóficas, y que otra vez tienen que ver con formas de entender nuestra relación con el mundo. ¿Qué constituye un sujeto de derecho? ¿De qué se trata la justicia ambiental y cómo conseguirla? El texto narra cómo el gigantesco vertido de petróleo de la plataforma flotante Deepwater Horizon en el Golfo de México en 2010, del que British Petroleum fue responsable, generó una demanda en Ecuador para defender los derechos del mar y constituyó un momento histórico. Grandes hitos en el otorgamiento de derechos a la naturaleza son las constituciones de Ecuador de 2008 y la Ley de Derechos de la Madre Tierra en Bolivia (2010). La propuesta de nueva constitución en Chile, que acabó no siendo aprobada en 2022, incluía también los derechos de la naturaleza. En 2024, agrego, el río Marañón fue considerado en Perú sujeto de derechos, en una sentencia histórica.

Más allá de América Latina, estos movimientos también están ocurriendo, y con éxito. Al respecto, ver la reciente película documental I am the River. The River is me (Dir. Petr Lom. Nueva Zelanda, 2024), en la que se cuenta un viaje en canoa por el río Whanganui, central para la cultura maori y el primer río en el mundo en ser considerado persona jurídica. El ensayo de Tavares traza una historia del «animismo jurídico» y argumenta que el derecho está lleno de ficciones: las corporaciones, sin ir más lejos, son un pertinente ejemplo (el trabajo de Tavares dialogaría bien con el muy reciente libro de Robert Macfarlane, Is a River alive?) Pero lo más importante aquí es destacar que estos debates, tan necesarios, requieren repensar la propia noción de naturaleza y cuestionar la idea —fundacional en Occidente— de la distinción entre naturaleza y cultura. La invitación es a proponer «ecologías políticas disidentes» (p. 109) que contribuyan a pensar de manera más plural el propio concepto de naturaleza, a dejar que muchas naturalezas entren en él, rompiendo de esa forma con la versión monolítica que se ha impuesto. 

También podría interesarte

×
Aceptar
×
Seguir comprando
Ver carrito
0 item(s) agregado tu carrito
×
MUTMA
Seguir comprando
Checkout
×
Se va a agregar 1 ítem a tu carrito
¿Es para un colectivo?
No
Aceptar