Literatura francesa
Leé un avance de «Love Me Tender», de Constance Debré
Por Constance Debré / Viernes 04 de abril de 2025

Portada de «Love Me Tender» (Alpha Decay, 2024) y Constance Debré (Foto: Monica Nouwens).
De la mano de la editorial Alpha Decay, llega Love Me Tender, de la francesa Constance Debré con traducción de Palmira Feixas. La protagonista de esta novela deja su carrera de abogada y empieza a salir con mujeres. Al contárselo a su exmarido, él decide sacarle la custodia del hijo y llevar el asunto a la justicia. Empezá a leer esta novela confesional y valiente, que aborda sin complejos el sexo, la libertad y el autodescubrimiento.
Se puede ser padre sin madre.
Esquilo, Orestíada
No entiendo por qué el amor entre una madre y un hijo no es exactamente igual que los otros amores. Por qué no pueden dejar de quererse. Por qué no pueden romper. No entiendo por qué no puede dejar de importarme, de una vez por todas, el amor, el amor fingido, todas las formas de amor, incluso ese, por qué debemos querernos por fuerza, en las familias y en todas partes, contárnoslo constantemente, los unos a los otros o a uno mismo. Me pregunto quién se lo inventó, de cuándo data, si es una moda, una neurosis, un toc, un delirio, cuáles son los intereses económicos, los fundamentos políticos. Me pregunto qué nos ocultan, qué quieren de nosotros con esa historia grandiosa del amor. Miro a los demás y solo veo mentiras y locura. ¿Cuándo vamos a abandonar el amor? ¿Por qué no es posible? Necesito saberlo. Me hago esa pregunta.
Nado todos los días, tengo la espalda y los hombros musculados, el pelo corto, castaño un poco gris delante, un detalle de Caravaggio tatuado en el brazo izquierdo, e Hijo de Puta en la barriga, con una caligrafía esmerada, soy alta, flaca, tengo poco pecho, llevo un aro en la oreja derecha, jeans, pantalones de lino, camisetas blancas o negras, camisas de hombre en verano, una chaqueta de cuero vieja, no uso corpiño, llevo Converse, Church’s, duermo con unos calzoncillos masculinos de tela oxford gris, no me maquillo, me cepillo los dientes tres veces al día, no uso desodorante, sudo poco pero de vez en cuando me gusta, me pongo Habit rouge, a veces me apetece cambiar de perfume pero a las mujeres les encanta, así que lo mantengo, también huelo a cloro por la piscina, fumo Marlboro light por la noche, bebo poco, no me drogo, vivo en París, en un estudio por Denfert, no tengo muebles aparte de un colchón de 1,20 comprado en Stop Affaires, en la rue Saint-Maur, y una tabla y unos caballetes, todo por 17,90 euros en el Bricorama de la Avenue de Flandre, no me gustan los objetos, no tengo ollas,ni cubiertos, ni platos, solo de cartón para no lavarlos, no tengo dinero porque me da igual, porque prefiero escribir que trabajar, nunca pienso que tengo 47 años, me imagino que envejeceré de golpe, a no ser que me muera antes como mi madre, aparte de mi hijo, al que ya no veo, todo marcha bien, tiene ocho años mi hijo, luego nueve, luego diez, luego once, se llama Paul, es genial.
I
Fue hace tres años. Estamos en el Café de Flore, fuera, en la Rue Saint-Benoît. Es verano. Mojo las papas fritas con pimienta en el kétchup. He pedido un sándwich club, él un croque-monsieur. Él es mi ex. Mi primer amante y, hasta nueva orden, el último. De hecho, todavía estamos casados, porque no nos hemos divorciado. Lo nuestro duró veinte años. Lo dejé tres meses antes. Se llama Laurent. En cuanto a nuestro hijo de ocho años, Paul, nos turnamos en semanas alternas, de manera amistosa, jamás ha habido ningún problema. Desde hace unos meses me he pasado a las mujeres. Eso es lo que quiero decirle. Es el objetivo de la cena. He elegido el Flore por costumbre. Nos conocimos allí cuando teníamos veinte años; a partir de entonces fuimos muchísimo. Sigo residiendo en el distrito VI, crecí allí, prácticamente nunca he vivido en otra parte. Pero ya no voy al Flore. He abandonado la abogacía, estoy escribiendo un libro, sobre mí recaen los impuestos y las cotizaciones, estoy sin blanca. Es una lata, por supuesto, pero no me importa. Le suelto mi frase, digo: Tengo historias con mujeres.
Por si aún tuviera dudas, pese a mi nuevo pelo corto, mis nuevos tatuajes y mi pinta. Más o menos la misma que antes, pero más rotunda, por fuerza. No es como si nunca hubiera albergado dudas. Habíamos tenido una breve conversación al respecto hace diez años. Le había dicho: No sé a qué te refieres. Historias de amor, le digo. Sexuales habría sido más exacto. Dice: Para mí, lo único que cuenta es que seas feliz. Su frase suena falsa, pero me basta, no contesto nada. Casi no ha tocado el croque-monsieur, se enciende un cigarrillo, le hace una seña al camarero, vuelve a pedir champán. Es lo que bebe últimamente, dice que le sienta mejor, que por la mañana no está tan tocado. La cuenta, me invita, nos marchamos. En lugar de dejarme en el Boulevard Saint-Germain, me acompaña hasta el Sena. Delante de mi puerta, hace como si fuéramos a subir los dos juntos, como si no lleváramos tres años separados, como si no acabara de decirle lo que acababa de decirle. Le digo que no, contesta, Como quieras.
Al día siguiente me escribe: Fue bonito ayer qué haces esta noche? Pensaba que estaba resuelto, quizá ha reflexionado y quiere que volvamos a hablar de ello. En tres años apenas nos hemos cruzado, era perfecto así. Pero acepto, me digo que se lo debo, sin duda. Viene a recogerme en taxi a la puerta de mi casa, se ha arreglado un poco, ha reservado mesa en un restaurante lejos del barrio, una terraza bastante elegante en el patio de un palacete. Se las da de habitual con los camareros, pide un buen vino, como un experto, como un hombre que se las da de hombre delante de su chica. Quizá es lo que hace ahora con las mujeres, quizá quiere enseñármelo, intentarlo conmigo. Quería verme, pero no me dice nada, no me pregunta nada, ni una palabra sobre lo de anoche, ni una palabra sobre él o sobre mí, hablamos de viajes, de países extranjeros, de libros que hemos leído, es una cita galante que no cuaja. Quiere que volvamos a pie, presto atención a la distancia entre los cuerpos, ni demasiado cerca ni demasiado lejos, como si nada. Le Marais, el Sena, Notre-Dame, parece un viaje de luna de miel para chinos. De nuevo, me acompaña hasta la puerta; de nuevo, quiere subir conmigo, quiere besarme; de nuevo, parece sorprendido de que le diga que no.
En octubre, le planteo divorciarnos. Desde el verano, estoy con una chica. Es joven, le incomoda que esté casada. Me presiona, me monta escenas, acabo cediendo. A fin de cuentas, tiene razón, no es sano, yo digo mi ex, él sigue llamándome su mujer. Le propongo a Laurent que tomemos un café, una vez, dos veces, dice que no tiene tiempo, me rehúye. Acabo mandándole un correo electrónico. Me gustaría que nos divorciáramos, así todo estaría más claro para todo el mundo, ven a cenar una noche y lo hablamos, un beso. Basta, que me excitas, me contesta a vuelta de correo. En ese momento me parece divertido. Un poco loco pero divertido.
Al cabo de dos semanas, tras las vacaciones de otoño, me dice que hay un problema con Paul. Que esa semana se quedará con él en lugar de ir conmigo. Dice que Paul me detesta, que se revuelca por el suelo, que me odia. Voy a su casa. Mi hijo se revuelca por el suelo. Me odia.
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Qué se ha escrito sobre Love Me Tender
«Un libro que no se parece a nada. Comprometida con la verdad, no importa cuán dura sea, pero también suspendida en una nube de incertidumbre y dolor, Love Me Tender es una obra profundamente original y desgarradora, destinada a convertirse en un clásico en su género.» Maggie Nelson, autora de Los argonautas
«Constance Debré es una de las voces más fascinantes que he leído en años. Produce un placer innegable observar la forma en la que reacciona ante las cosas y expresa lo que siente. Es como si visitara el pasado armada con un rifle. Tiene una idea de lo queer que nada tiene que ver con la identidad, el matrimonio o cualesquiera que sean los nuevos rituales homonormativos.» Olivia Lang, autora de Crudo