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Cruzando dilatado en diagonal

Ni tan civil la mano: la inflexión poética de Ana Diz

Por Gabriela Borrelli Azara / Jueves 19 de junio de 2025
Ni tan civil la mano: la inflexión poética de Ana Diz
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A partir de unas palabras dichas al pasar en una ventana sobre Lexington Avenue, pleno Manhattan, Gabriela repasa la poesía de Ana Diz (1942) y ciertos versos que sugieren «lugares a los que se puede regresar con solo un pensamiento, o una inflexión, esa deriva tonal incierta de algunas palabras». Conocé un poco de la hermosa obra de esta poeta argentina radicada en Estados Unidos desde los años 60.

Son palabras sueltas, dichas casi involuntariamente pero que tienen la carga insistente de un pensamiento. Una noche escuché esas palabras que formaron una idea hermosa. De alguna manera, aún estoy ahí escuchando porque no dejé de pensar en esas palabras, unidas, formando algo parecido a un deseo pero que escondía una idea. Era primavera en Nueva York, cuando se retira el invierno y el acero se relaja sin exaltarse. El cobre de la ciudad empieza a ser más intenso, y en la avenida Lexington corre un vientito que llega hasta la ventana donde la poeta fuma y comparte, esa noche especialmente, unas palabras que se quedaron conmigo: «Quisiera que mi poesía fuera más inflexión que palabras».

Todavía escucho a la poeta, aún algo de mí está en ese lugar, en esa noche, y siento el humo del cigarrillo que se mezcló con la trayectoria del sonido. ¿No son parte de la vida también esos momentos a los que se regresa con solo pensarlos? ¿No son también parte de la vida esos lugares en los que nos reconocemos con solo sentir un aire parecido? Esas palabras que se usaron justamente para negarlas, para decir que el deseo es que la inflexión sea más que lo que dice una palabra, marcan también una clave para leer los poemas que escribió la mano de quien dice.

Ana Diz nació en Buenos Aires pero vive en Nueva York desde la década del 60. Es catedrática de literatura medieval e historia de la lengua, retórica y teoría literaria en University of Maryland y en City University of New York. Es autora de Patronio y Lucanor: la lectura inteligente «en el tiempo que es turbio» (1984) y de un estudio del culto mariano del siglo XIII: Historias de certidumbre: los Milagros de Berceo (1995). Publicó artículos sobre textos medievales españoles en revistas académicas de Argentina, Colombia, España, Estados Unidos y México, y numerosos ensayos sobre literatura y arte contemporáneos.

Poeta y traductora, Ana Diz publicó su primer libro de poesía en 2009 y en inglés: Long Island Notebook. Después siguieron Sin cazador los ciervos en el 2012 y Y así las cosas en 2015. Podemos nombrar, también, La almendra hermética, Piedras rosadas, Cuando no sé tu nombre ni tú el mío y De vidrio la manzana. Actualmente está publicando Ni tan civil la mano por la editorial Vaso Roto. En este libro la poeta insistirá en la inflexión. Los pasajes serán protagonistas, íntimos, inmediatos, cotidianos. Esos lugares a los que se puede regresar con solo un pensamiento, o una inflexión, esa deriva tonal incierta de algunas palabras.

Algo me falta,

algo que tengo aquí conmigo.

No sé si está escondido

o sin querer desaparece.


Desaparece cuando me distraigo,

y al regresar,

cuando algo me falta y no lo encuentro,

su desaparición me lo devuelve

más que nunca presente,

me hace saber que estoy aquí.


(Yo me lo figuro liviano

entre hojas altas y follaje blanco,

cruzando dilatado en diagonal

en el espacio que le da mi aliento.)

No sé sabe qué es pero ahí está, pareciera que falta pero es su ausencia la que revela la existencia. Este primer poema del libro de Diz es el que va a abrir el universo de pasajes de tiempos y espacios que recorre todo el libro. El David de Bernini será como Rafael Nadal («Pelo enrulado, / y de madera el gesto de chico de historietas,/ como a veces la cara de Rafael Nadal»), en el bosque se encontrarán secretas simpatías, manos y pies se rozarán por debajo de la conversación. Habrá mujeres de sombrero junto a amazonas, Villa Borghese y balcones sin tiempo por los cuales se asomará el deseo. En un poema conmovedor, la poeta escucha otra inflexión, es la que da la música, es Nina Simone la que se mezcla con el tiempo del anochecer:

Retrocede el balcón,

pierden peso las cosas, se afantasman.

Gotea en la penumbra

una canción que me apropié algún día

                    When I was a young girl

                    I used to drink ale…

Ese otro tiempo, el pasado, es solo un instante en el círculo que arma el libro. Ya no tiempo lineal, sino un espacio esférico en el que todo convive. Un punto aleph desde el que mirar la vida. Abrir un espacio será entonces como marcar un punto flotante, dibujar una línea borrosa e indescifrable entre la palabra y el sonido, sentir en lo cotidiano una inflexión: la forma en que ese sonido toma una forma primero en la boca, luego en el espacio hasta el infinito, a partir de observar o hacer un sambayón:

No es negra la piel negra de estas moras,

no es culpable la noche ni blanca la mañana.

Le basta al agua con saber a agua

y a la lluvia con ser recién venida.

No es tan severo y militar el paso

ni tan civil la mano.

Son colores mezclados, son mudanzas

que viven de sus propios cambios.

Son tenores, traslados, avatares,

son sabores que dejan entrever

gran número de vueltas fugaces y de velos,

del marsala a la mora azucarada,

a la espuma batida de las yemas.

En el prólogo del libro del poeta norteamericano Billy Collins que Diz tradujo, Siete elefantes de pie bajo la lluvia, la poeta resume en un párrafo una suerte de ampliación de esa idea-deseo que le escuché esa noche al lado de la ventana. Es realmente una hermosa manera de pensar en el lector, de indagar en ese vínculo secreto y cercano, mágico entre quien lee y quien escribe:

El lector oye una voz que no es la suya y que sin embargo podría ser la suya. De a poco, acompasa su aliento al otro aliento, ajusta la inflexión de la voz al foco de la mirada, hasta que están los dos, poeta y lector, por completo presentes, allí, en el poema.

La coincidencia de una inflexión permite entonces la convivencia en presente de lector y poeta. Ya no son las palabras que pueden ser objeto de interpretaciones, apropiaciones o lecturas, sino que es el tiempo de la respiración lo que permite el encuentro. Es algo así también lo que planteó políticamente el italiano Bifo Berardi cuando apostó a la respiración poética como posible encuentro ante la fuga del sentido en este momento histórico de capitalismo asfixiante: «Es precisamente el campo para la poesía, porque esta actividad modela nuevos dispositivos de sensibilidad, y nuevos ritmos respiratorios».

Asomarse a la obra de Ana Diz es también transitar el pasaje entre lenguas, nos permite descubrir la genialisima obra de Billy Collins, que con irreverencia también te habla a vos, lector, lectora, y crea en esa invocación un presente continuo, una respiración jocosa:

Lector

Mirón, espectador, espumador de textos, saltarrenglones,

pasapáginas de pulgar mojado, escrutador a vuelo de pájaro,

tú, con tu dosis diaria de papel impreso,

muerdelápices, anotador, apuntador de márgenes

con tus vistos buenos y tus equis,

primera visita o visita repetida,

navegador, corredor supersónico, estudiante de literatura inglesa,

muchacha lista para volar, chico melancólico,

compañero invisible, ladrón, cita a ciegas, perfecto extraño,


ese soy yo, que corro a la ventana

para ver si eres tú quien pasa bajo la sombra de los árboles

con un cochecito de bebé o un perro con correa,

yo, que descuelgo el teléfono

para imaginar tu número inimaginable,

yo, parado frente a un mapa del mundo

preguntándome dónde estás, a solas en el banco de una estación de tren

o durmiéndote con el libro que se desliza hasta llegar al suelo.

La ventana de Collins es tal vez la ventana de Ana Diz, y somos nosotros quienes, más que mirar, atendemos una inflexión y no alzamos la vista sino extendemos la lectura, la mano que toma el libro, una mano ni tan civil.

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