El personaje de este libro es un niño que juega al fútbol descalzo. No porque lo desee ni porque le resulte cómodo, sino por necesidad: no tiene championes. Y es desde sus pies que nace la historia que Madami –así se llama el niño– tiene para contarnos; no es una historia de esas sobre héroes campeones y goleadores, sino una de las que vienen con moraleja y enseñanzas.

En La mejor jugada de Madami (Ediciones Ekaré, 2021) lo primero que atrapa son las ilustraciones, en especial las de doble página, que pintan muy de cerca lo que puede pasar en una cancha de fútbol infantil: niños y niñas comparten escenario, sea jugando como compañeros o como rivales; el árbitro es un viejo que pita estancado en la mitad de la cancha; un padre que grita –por suerte no se escucha qué grita–, las palomas vuelan mientras el mozo del bar trabaja; la hinchada de jubilados parece comentar sobre las virtudes de los y las futbolistas; los transeúntes se hacen los desinteresados pero miran de costado, lo mismo con los automovilistas; un perro le ladra a la pelota como queriendo jugar; y, además, en la primera página doble, se deja ver la estación del año. No fui yo quien notó el detalle. Lo observó el niño a quien le leía. Dijo: «Hay hojas caídas de los árboles. Y en aquel árbol de allá están todas marrones, las hojas. Es otoño, ¿no?». Claro, pienso, con razón había dos barrenderos haciendo su trabajo.

Primer gol: las ilustraciones son fundamentales para las construcciones narrativas de los niños. Ayudan a aprender o mejorar la recepción del mensaje. Cualquier niño o niña, aún con dificultades en la escritura o el habla, mirando los dibujos puede entender lo que el libro que tiene en sus manos le quiere contar. Entender o fantasear, que suelen ser lo mismo en la niñez. Además, aunque suene lógico, las ilustraciones también ayudan a la diversión y el entretenimiento. Eso sucede en La mejor jugada de Madami, un libro donde la imaginación y la reflexión van de la mano en cada trazo, en cada personaje coloreado con muy buena unidad estilística y mejor elección de las imágenes o secuencias.

Segundo gol: en este libro no importa quién gana el partido, sino que se festejan otras cosas. La mejor jugada de Madami tendrá, como la mayoría de los libros infantiles, una moraleja, que no es otra cosa que una enseñanza. Su principal valor está en el mensaje que se transmite a niñas y niños y que les enseña alguna que otra norma de conducta: amistad, amor, compromiso, esfuerzo, generosidad, gratitud, superación, entre otras. ¿Que cuál será la moraleja que trae este cuento? Misterio, hay que comprar el libro.

Pasó un tiempo desde que terminamos de leer el cuento. Mientras el niño juega y autorrelata su partido, incluso gritando algún gol, me quedé pensando en los detalles pedagógicos, psicológicos y sociológicos que hay en el libro, esa manía que tenemos los adultos de analizar (y criticar) todo. Se me vino a la mente Mark Twain y el prólogo de Las aventuras de Tom Sawyer, donde escribió que la idea del libro, su idea, fue despertar recuerdos del pasado en los adultos para que se notara cómo sentían o hablaban. También recordé los Cuentos de la selva, de Horacio Quiroga, e Inventario de dioses, que lo leí hace poco. Pensaba en Antoine de Saint-Exupéry y «A Léon Werth, cuando era niño», la dedicatoria que eligió en El principito, cuando el niño al que le leí interrumpe y asegura: «La mamá quedó contenta». Minutos después rompimos un helecho jugando a los penales.