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Elogio del ensayo

Atención radical y sostenida

Por Rodrigo Mariotta / Miércoles 10 de abril de 2024
Detalle de portada de «Atención radical», de Julia Bell. Trad. Albert Fuentes. Alpha Decay, 2021.

En el ensayo Atención radical (AlphaDecay, 2021), la escritora británica Julia Bell trabaja sobre la atención, la nuestra, la que hoy en día raramente se posa en un solo punto. Así, «ayuda a comprender la mecánica perversa que se esconde detrás del funcionamiento de las redes sociales y las aplicaciones de internet, diseñadas para exprimir al máximo posible cada segundo de nuestra valiosa atención».

Con su habitual brillantez, G.K. Chesterton dijo que «el ensayo es el único género literario cuyo propio nombre reconoce que el irreflexivo acto conocido como escritura es en realidad un salto en la oscuridad». Para Chesterton, un ensayo es a la vez intento y experimento: «en realidad uno no escribe un ensayo. Lo que hace es ensayar un ensayo».

Tengo en mis manos el libro Atención radical de la escritora británica Julia Bell traducido por Albert Fuentes, un ensayo con todas las letras, un ensayo moderno —claro está—, pero en el que se exhiben las mejores tradiciones del género. 

Julia Bell viene a llamarnos la atención, a despertarnos del letargo, a sacudirnos de la atmósfera asfixiante y deprimente en la que nos encontramos a causa del avance de la tecnología en la vida cotidiana.

Un llamado de atención urgente a recuperar el control de nuestras vidas.

La atención que prestamos cada segundo a las pantallas de nuestros dispositivos tecnológicos se transforma en datos e información que, en su devenir mercancía, alimenta los flujos del tecnocapitalismo financiero. Este libro ayuda a comprender la mecánica perversa que se esconde detrás del funcionamiento de las redes sociales y las aplicaciones de internet, diseñadas para exprimir al máximo posible cada segundo de nuestra valiosa atención.

Como muchos, la autora experimentó en carne propia cómo la atención se diluye en la pantalla y el efecto que ello produce en la vía mesolímbica y los circuitos de recompensa cerebral —en particular durante los años pandémicos—. La pegó al escribir un artículo viral y su celular se desbordó de tuits y notificaciones, se indignó con los provocadores que trolean y destilan odio en internet y también transitó la desintoxicación digital. Julia Bell viene a comprender y tendernos la mano antes de que el barco se hunda.

Pero este no es otro aburrido escrito sobre el avance de la tecnología y los peligros de internet.

Yo también viajé en un 144 Cementerio del Norte parado y vi que todos los pasajeros miraban sombríamente su celular —también fui uno de ellos, a causa de mi reciente adicción a jugar al ajedrez desde el teléfono si no tengo algo para leer—. Contemplé con tristeza a melancólicas parejas que en la mesa de al lado no despegaban la vista de la pantalla, sin dirigirse la palabra durante toda la cena. Estuve en teatros y salas de cine donde no se apagaron los celulares —«perdón, era la alarma de la medicación»— y percibí la ansiedad irreprimible de mirar el teléfono de la persona sentada a mi lado cuando vibró. Y como Julia Bell cuenta en su libro, también me tropecé por la calle con los smombies, los zombies del smartphone, que deambulan sin dejar de mirar un segundo el celular.

Ya hay evidencia de algunos efectos perversos de la tecnología en el cuerpo, la mente y la vida relacional de las personas; a mediano y largo plazo las perspectivas son desalentadoras. Para quienes no nacimos con el celular en la mano (¡selfie!), es difícil disimular el asombro que produce ver a un niño pequeño o incluso un bebé escrolear, maximizar y seleccionar con toda naturalidad el celular de sus padres y el efecto hipnótico inmediato que produce la pantalla en la atención. Como dice la autora, el bombardeo constante de estímulos a los que nos someten las redes sociales y las aplicaciones de internet reconfiguró nuestra personalidad «que está buscando en todo momento la atención de los demás, siempre disponible, a menudo nerviosa, asustada, celosa, paranoica, insegura […]». Para los adolescentes, según Bell, «el resultado es una mente dispersa, escindida, nerviosa y en ocasiones violenta».

Atención radical está estructurado en breves secciones, algunas de un solo párrafo, que entrelazan el razonamiento de la autora y persiguen capturar al máximo nuestra atención. La primera lectura se realiza de corrido en una tarde, con una taza de té. En la segunda lectura (obligatoria), ponemos en práctica el objetivo del libro: prestamos (en idioma español la atención se presta, nos recuerda Bell) nuestra atención radical para encontrar todos esos detalles que nos perdimos. Eso sí, con los celulares y las computadoras bien lejos.

Hay muchos pasajes siniestros que provocan en quien lee una mueca de estupefacción:

Por término medio, consultamos nuestro móvil cada doce minutos. Algunas personas mucho más

Hay una página de la Wikipedia que lleva la cuenta de todas las personas que han muerto haciéndose un selfie.

O del tipo:

Detrás de cada pantalla Android, hay un acelerómetro y un giroscopio, un monitor de la frecuencia cardíaca, y un sensor que puede detectar un campo magnético.

La pantalla de un móvil es capacitiva, es decir: reacciona a la fuerza conductora del cuerpo humano. Por eso no funciona con las uñas ni con los guantes.

En especial, me impactó el relato de las condiciones laborales de los moderadores de contenido en redes sociales, trabajadores tercerizados en condiciones de absoluta precariedad, cuyas largas jornadas de trabajo transcurren observando lo peor de lo peor del contenido gore que circula en internet: muertes violentas, violencia extrema, crueldad animal, pornografía infantil…

Pero además del diagnóstico catastrófico, el libro de Julia Bell ensaya (para satisfacción de Chesterton) una propuesta para recuperar nuestra atención perdida. A partir de la aguda lectura de los escritos de Simone Weil, nos propone recobrar el ejercicio de la atención, una atención radical, basada en la reivindicación de la experiencia a través de los sentidos, que permita restablecer nuestra capacidad de concentrarnos en algo con la totalidad del yo «sin distracción ni sentimiento, sin esperar recompensa alguna y, muy especialmente, sin enjuiciarlo. Mantenerse quieta y, al mismo tiempo, permanecer abierta, mentalmente alerta y activa». Bell, profesora de escritura creativa en Birkbeck (Universidad de Londres) recomienda a sus estudiantes el ejercicio de mirar un objeto o fotografía hasta el hartazgo, para que se revele su esencia: «es esta atención creativa y productiva lo que necesitamos ahora. Estar plenamente presente para uno mismo y para los demás es una forma activa de esperanza».

Hace una semana que terminé de leer el libro de Julia Bell. El celular me avisa que mi promedio de tiempo en pantalla se redujo 1 hora y 27 minutos...

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