El producto fue agregado correctamente
Cuerpos de carne poética

Besada por Cipris mi lengua indomable: sobre Ángeles Vicente y Adrienne Rich

Por Manuela Sosa Methol / Lunes 25 de setiembre de 2023
Fragmento de «Sappho and Erinna in a Garden at Mytilene», de Simeon Solomon (1864), Tate Britain.

A propósito del Mes de la Diversidad, una relectura, desde el presente, que asocia textos narrativos y poéticos: la novela Zezé y el poemario El sueño de una lengua común. Una indagación de las disidencias y la literatura, de lo sáfico y de su potencial para una nueva y necesaria manera de construir la tradición.

Este viernes 29 de septiembre se celebra en Uruguay la Marcha por la Diversidad, y tomo esa excusa para escribir sobre un asunto que es extenso y que tiene una larga y potente historia: las disidencias y lo sáfico en la literatura. En esta oportunidad, conmemoro las figuras de dos grandes escritoras: Ángeles Vicente y Adrienne Rich, y sus libros Zezé y El sueño de una lengua común, respectivamente. 

Sobre Zezé, de Ángeles Vicente 

Conocí a Ángeles Vicente el día que su novela Zezé (Kaótica Libros, 2020) llegó a la librería donde trabajo. Quise saber más y encontré una foto antigua en la que se ve a una mujer de rostro grave y sombrero extravagante. Recuerdo que la miré fijamente y sentí vértigo por la profundidad de su gesto. Recuerdo que pensé: esta mujer tiene algo enorme, extenso, a punto de chorreársele por los bordes de su boca marchita. Tiene como años y años de territorio explorado. Quiero que me hable con ese gesto cansado y hondo y me cuente toda su vida, todas sus historias. Quisiera que observen su rostro, que se fijen cómo reposa su mirada, mansa y melancólica, cómo pareciera que su boca se tuerce hacia abajo por el peso grave de una palabra impronunciable a punto de caérsele.  Leí en un titular: «Ángeles Vicente: escritora erótica, espiritista y de ciencia ficción». Me reí. Qué combinación. Quiero saberlo todo. Y, sin embargo, me encontré con un vacío. A excepción de Zezé, que fue recientemente publicada por Kaótica Libros, el resto de su obra es de difícil acceso. Su historia está prácticamente perdida, su nombre fue casi olvidado.

[Dos retratos de Ángeles Vicente. El de la izquierda es al que se refiere la autora de esta reseña].

De la vida de Vicente sabemos poco y nada. Que nació en Murcia, España, en 1878, que a los 10 años se mudó a Buenos Aires, que se mantenía como escritora (lo cual era una tarea extremadamente difícil e improbable para una mujer en ese entonces) y que en 1909 publicó Zezé, un libro valiosísimo del que no se habla lo suficiente. Se dice también que fue una precursora del feminismo y promulgadora de la liberación sexual, que se carteaba con Unamuno, que formó parte de círculos espiritistas y ocultistas y que Zezé es la primera novela en lengua española en mostrar experiencias lésbicas, relatadas con honesta pasión y, sobre todo, con total naturalidad. No sabemos cuándo ni cómo murió, ni dónde está su cuerpo. Su rastro desaparece, sus obras ya casi no circulan. 

Esta oscuridad en torno a la figura y la obra de esta escritora no es casual.  En el prólogo de Zezé, Gloria Fortún escribe algo que merece ser recordado: «el hecho de que artistas, escritoras y escritores hayan sobrevivido a su tiempo depende de quién haya hablado de ellas y ellos, de quién haya tenido el poder de seleccionar a lo largo del camino». Quienes han tenido históricamente este poder son, como se sabe, hombres blancos, heterosexuales. El aparato productor del canon literario, conducido por quienes tienen el poder, regula la visibilidad y circulación de los textos y se encarga de difundir y avalar las obras que sostienen su sistema ideológico, las que les sirven. 

Muy a menudo, las obras que perduran en el tiempo pudieron hacerlo porque hay todo un entramado institucional que las ha calificado como dignas y valiosas, presentando como universal e inamovible un concepto que es en realidad fluido y construido socialmente: la «calidad». Debemos comenzar a preguntarnos qué es lo que permanece oculto, invisible, en la lista de libros que nos hacen masticar en la escuela. Porque este canon, como se ha comenzado a mostrar gracias al trabajo de la genealogía feminista, está lleno de huecos, de trozos arrancados y desechados. Es, como dice Gloria Fortún, «un registro de opciones heteropatriarcales que a las mujeres nos ha despojado de nuestra historia y de nuestros referentes». Quisiera compartir la existencia de este libro como un ejercicio político para devolvernos nuestras referentes, para ahondar en nuestras raíces y para seguir trazando nuestra identidad como comunidad desterrada de la tierra de lo digno. 

Fue hace más de cien años que Ángeles Vicente publicó Zezé, un libro inteligente, cargado de ternura y erotismo, pero también de ironía y de burla, y, sobre todo, de una mirada despierta y desveladora de las convenciones absurdas y de los rituales grotescos que perpetuamos como sociedad. En esta historia, una escritora toma un barco desde Buenos Aires hacia Montevideo. Interrumpe en su camarote Zezé, una cupletista que ha escandalizado a los pasajeros por la vulgaridad de su trabajo y de su apariencia. La complicidad entre estas dos mujeres en inmediata, la escritora queda «atontada por el torbellino de ideas que me sugería aquella mujer excepcional», y le pide que le cuente su historia. 

Este libro es, pues, la historia de Zezé, huérfana de mundo, formada su personalidad en oposición a los discursos de quienes la rodean, abandonada y desechada en las calles húmedas y estrechas del Madrid de comienzos del siglo XX. Es la historia de su vagabundeo existencial por un mundo de miseria, de convenciones y de caminos obligatorios. Zezé es una conocedora de ese mundo y una meticulosa observadora que se gana la vida cantando cuplés en grandes teatros de varietés, pero también en bares indecentes, y que, sin embargo, no desea más que «vivir sola, sin roce alguno amistoso con esta humanidad, cuya inmundicia ahoga a los seres que sienten, a los que a sí mismos se respetan, sin necesidad del freno de que sus acciones sean conocidas». 

Pero Zezé es un personaje sustancioso y complejo en el que hay mucho más que este fatalismo. Porque su historia es la de la búsqueda del deseo, la del enfrentamiento y la resistencia a vender su voluntad. La voluntad: aquello que nos da un sentido y una dirección en la que verter nuestras ganas de pertenecer al mundo. A quien le usurpen la voluntad no le queda más que vagar como un muerto, desconocido de sí mismo, o abandonar este mundo. Zezé se resiste a los caminos impuestos, a las fuerzas del pensamiento heterosexual y de la cultura burguesa, y no sigue más ley que su propia naturaleza: «a un espíritu inquieto y rebelde como el mío, no le era dado a nadie, ni a mí misma, amoldar a su antojo […]. Yo necesitaba ser yo, libre, dueña de mi voluntad. De otra forma moriría», y por eso «yo no puedo creer en Dios, porque el Paraíso y el Infierno están en mí».

Única y desenvuelta como es, Zezé recurre a la burla, al engaño y a su inteligente elocuencia para desmantelar todo el entramado de convenciones vacías y de creencias absurdas de quienes la rodean. Esta novela es una celebración del amor y del deseo lesbiano, cuando el lesbianismo era aún considerado una enfermedad mental y castigado con electroshocks y encarcelamiento, y es también una crítica ácida, burlesca y muy adelantada a la sociedad patriarcal. Dice Zezé, reflexionando sobre una compañera de pensión: 


¿La historia de Elisa? La eterna historia, la de todas o casi todas las que ruedan hasta el fondo del abismo. Una víctima más de esa educación que se complace en hacer de la mujer inocente e ignorante de todo, un juguete caprichoso para […] esa sociedad que nada da y todo lo exige […]. ¿Por qué no nos aceptan como somos? ¿Por qué ese afán de reformar a su capricho y amoldar a las convenciones nuestro carácter, anulando nuestra personalidad e imponiéndonos el agradecimiento y la esclavitud…?


Arrojada al teatro de la vida, Zezé pasa por conventos, pensiones decadentes, mansiones de burgueses hipócritas, bares sospechosos y callejuelas nocturnas. Es capaz de desnudar las apariencias y diluir en sus manos la sustancia oculta que hay en el fondo del comportamiento humano. Conoce la ilusión y la sensualidad de la vida, pero también la miseria originaria de nuestra tuerta existencia humana, y no puede sino concluir que «la vida es un espectáculo interesante». Su propio deseo amatorio es la única ley que reconoce. A los 14 años es abandonada por su madre en un convento, y descubre allí, entre monjas y exámenes, el amor y el deseo con una compañera: «Nos abrazamos embriagadas en el perfume de nuestros cuerpos, y el fuego interior que nos abrasaba, degeneró en un espasmo voluptuoso […] ¡Uf! ¡Qué momento de olvido y de locura! Nos separamos avergonzadas»

Sin embargo, ¿son la vergüenza o la locura las únicas posibilidades de la existencia lesbiana? No es esa la historia que Zezé cuenta. Porque a pesar de todo, Zezé se resiste a asimilarse, a amputar su deseo, a negociar su personalidad. La asimilación es el imperativo de la vergüenza, la voz que dictamina «amoldate o avergonzate de tu persona deforme», y Zezé, tan dueña de sí misma y tan capaz de comprender las falacias del discurso dominante, larga una carcajada hacia la cultura heterosexual.

 La historia de la novela no es de vergüenzas sino de complicidades, porque Zezé encuentra una cápsula de tibia intimidad y confidencia en la escritora que acepta compartir camarote con ella en aquel viaje hacia Montevideo. Hay aquí dos mujeres que, imbuidas por el vapor de la noche, por el aura veraniega de secreteo y desvelamiento, por el murmullo cómplice del mar, ejercen la conversación como forma de deshilar el mundo, de trenzar los hilos del pensamiento. Zezé y su compañera comparten íntimas meditaciones y, desnudas y risueñas, se ríen del afuera, de las voces que se escuchan atrás de la ventana y de todo lo que ellas representan. Fue acá cerca, en el puerto de Montevideo, donde hace más de cien años desembarcaron en el territorio de la ficción dos mujeres, exiliadas del mundo, que encontraron la complicidad y la entrega en la mística cueva de un camarote flotando por el Río de la Plata. 


Resistirse a la amnesia histórica 

Comparto lo que ocurre con Ángeles Vicente y Zezé porque reconozco la importancia de tener referentes, de identificarnos en una historia. Es por esto que quisiera hacer dialogar la obra de esta autora con la de Adrienne Rich (1929-2012), poeta y ensayista norteamericana. En el ensayo «Resistiéndose a la amnesia: Historia y existencia individual» (recogido en Sangre, pan y poesía, de 1986), Rich afirma que «para decir sí a nuestra integridad una y otra vez, necesitamos saber dónde hemos estado; necesitamos nuestra historia». Tal historia nos pertenece y debemos recogerla de las aguas oscuras en las que la han sumergido, porque «la amnesia histórica es hambruna para la imaginación». Saber de dónde venimos, quiénes nos han antecedido y cuáles fueron sus luchas y vicisitudes es un derecho al que no podemos renunciar, porque conocer nuestras raíces y pensarnos en una genealogía es otorgarnos un espacio de pertenencia en el que colocar nuestra historia como comunidad. Es reconocer que no estamos a la deriva y que tenemos una tierra sobre la que erguir nuestro cuerpo. 

Como dice Gloria Fortún en el prólogo de Zezé, «el conocimiento de nuestra genealogía nos fortalece para construir esta autoridad interior de la que trata de privarnos la heteronorma». Nuestra historia es un lenguaje con el cual configurarnos, dar forma a nuestra vida y sentido a nuestra identidad. Una historia amputada no puede construir sino cuerpos amputados. En el portal Lesbian Herstory Archives, Joan Nestle remarca la importancia de saber que «tenemos, como otros, una historia social plena de vidas individuales, luchas de comunidad y costumbres en el lenguaje, el atuendo y la conducta, y todo ello considerado en totalidad constituye lo que llamamos historia —el relato de un pueblo». Ángeles Vicente, con sus libros escandalosos y ocultados, con esa forma exhaustiva de dirigir su mirada, es una figura poderosa que debemos recolocar en el relato de nuestra historia como comunidad, y de la historia de la literatura en general.   

Para Adrienne Rich, el hecho de que ciertos acontecimientos y ciertas experiencias queden en el olvido sucede por una «filosofía de la historia que percibe solo ciertos tipos de vidas humanas como valiosas, como merecedoras de entrar en la historia». Lo mismo podemos decir de la historia de la literatura. La historia de Zezé ha permanecido por décadas innombrada, invisible, ni hablar del resto de la obra de Ángeles Vicente que permanece aún hoy casi inaccesible. La irrupción de una novela como esta, lúcida y densamente profunda, que habla sobre las experiencias lésbicas y las indagaciones filosóficas de una cupletista rebelde y nómade en la España de 1900, es un acontecimiento único que debe tener su lugar en la historia de la literatura. Dice Rich: «sin nuestra propia historia estamos incapacitados para imaginar un futuro porque estamos desposeídos del precioso recurso de saber de dónde venimos: el valor y los titubeos, los sueños y las derrotas de quienes existieron antes de nosotros». Es por eso que debemos quitarle el sesgo masculino y heterosexual que tiene el concepto que nos enseñan de «Historia» y de «Literatura». 

Recuerdo la primera vez que trabajé en una librería. Tenía 17 años. Al tercer o cuarto día, estaba ordenando libros cuando noté que un señor de pantalón de vestir color caqui y zapatos de cuero me miraba fijamente. Me detuve, le sonreí. ¿Buscabas un libro?. Se rio, sobándose el bigote de la virilidad, me miró de arriba abajo. ¿Y vos, qué sabés de literatura?, me lanzó, burlón, desde su histórica y sistemáticamente permitida posición de superioridad. Supe, entonces, cuál iba a ser mi lugar. A mis costados se alzaban como falos las Grandes Obras Maestras de la Literatura Universal, y entendí que ese hombre, con su forma recta de pararse en el mundo, como persona digna, honrada y literata, vio mi figura encorvada y andrógina y le pareció simplemente «aberrante» que una «pendeja», y para colmo, una «pendeja desviada», estuviera en ese lugar. Ahora, puedo pensar que de tu literatura ya no quiero saber nada, nada, nada


Sobre El sueño de una lengua común, de Adrienne Rich

Sobre la relación entre la poesía y el lesbianismo se ha construido una mística que se remonta siglos atrás. El término «lesbiana», como se sabe, proviene de Lesbos, la tierra de la poeta Safo. De hecho, el término «sáfico/a» se usa tanto para referirse a un verso utilizado por Safo como al amor entre mujeres. Safo fue, además, fundadora de la Casa de las servidoras de las musas, escuela para mujeres en la que enseñaba música, danza, canto y lírica y en la que se dice que había también un componente erótico/amoroso entre ella y sus alumnas. Es por esto que el vínculo entre el lesbianismo y la poesía es tan fuerte y ha sido tan mitificado: la poesía está en el propio origen de la palabra «lesbiana». La sensibilidad lesbiana es también una sensibilidad poética. 

[Adrienne Rich].

El sueño de una lengua común (Sexto Piso, 2019) es un libro de poesía en el que lo sáfico se invoca como forma de reconfigurar el mundo, como la posibilidad de un lenguaje por crear o de una lengua común, nacida tal vez desde el silencio, desde las grietas del significado. Es este un libro tremebundo que contiene poderosísimas imágenes y que no se cierne sobre un solo tema: habla sobre la propia poesía, sobre la carne y el cuerpo, sobre el dolor de la separación y del desmembramiento, sobre la naturaleza, sobre la vida inabarcable y la vida pequeña, sobre la violencia, sobre el cuerpo que se ama y sobre todo lo que se ignora y se mantiene impronunciable. No hay palabras suficientes que alcancen a describir la belleza mortal de este libro: hay que leerlo. 

Comienza con los siguientes versos:


Viviendo     en los depósitos de tierra     de nuestra historia

Hoy una retroexcavadora sacó a la luz     del interior de una falda de tierra

                                                                     [desmoronada                                                         

una botella     ámbar     perfecta     un remedio

centenario para la fiebre     o la melancolía     un tónico

para vivir en esta tierra     en los inviernos de este clima


Así abre El sueño de una lengua común: invocando el ámbar oculto debajo de la tierra, desenterrándolo como reliquia para hacer más habitable este mundo, los inviernos de este clima. Nuevamente, Rich se resiste a la amnesia histórica. Nuestra historia es esta botella, esta melancolía, remedio, tónico. 

El siguiente fragmento del poema «Estudio trascendental» evocó en mí la imagen de Zezé y la escritora, inventando un nuevo mundo en su cueva de intimidad:


nostálgica porque se articula

la cúpula acanalada del deseo: Soy la amante y la amada, 

hogar y nómada, la que parte

la leña y la que llama a la puerta, una desconocida

en la tormenta, dos mujeres acordes, frente a frente,

midiendo su espíritu, 

su ilimitado deseo,

toda una nueva poesía que comienza aquí.

[…]

Semejante composición no tiene nada que ver con la eternidad,

el afán de grandeza, la brillantez:

sólo con las cavilaciones de una mente

al unísono con su cuerpo…


La sensibilidad lesbiana, ese encuentro entre amante y amada, aparece aquí como el inicio de una nueva forma de nombrar el mundo, porque en el paradigma del mundo que hemos heredado de esta cultura heterosexual y demoledora, no hay espacio ni nombre para nuestros cuerpos sáficos, nuestros cuerpos de carne poética.

En el ensayo «Sangre, pan y poesía: la posición de quien es poeta» (1986), Rich dice que «Existe una visión falsamente mística del arte como algo que se arroga una especie de inspiración sobrenatural, que está poseído por fuerzas universales que no tienen nada que ver con las cuestiones del poder y el privilegio o con la relación de los o las artistas con el pan y la sangre». Para Rich, la poesía está en la vida y no por encima de ella. Es por eso que rechaza el afán de grandeza, de trascendentalismo. Esta voz no pretende elevarse místicamente del mundo sino atravesar la carne del cuerpo poético. Rich quiere comunicar a quienes la lean «mi impresión de estar tomando parte en un proceso largo, continuo», ya que sitúa «a la poesía en una continuidad histórica, no por encima o lejos de la historia». Y es por eso también que su poesía es una escisión sobre la norma establecida y un movimiento de transformación social:


Las normas se rompen como un termómetro

el mercurio se desparrama por los sistemas trazados,

salimos a un territorio sin lengua,

sin leyes, perseguimos al cuervo y al cucarachero

por gargantas inexploradas desde el alba,

hagamos lo que hagamos juntas es pura invención,

los mapas que nos dieron estaban obsoletos

desde hacía años


Quisiera celebrar la existencia de estas mujeres, que bien podrían ser Zezé y su compañera, que reconocen lo obsoleto del mapa con el que el mundo fue categorizado y que, recorriendo este nuevo territorio sin lengua, se atreven a soñar con una lengua común. 

Productos Relacionados

También podría interesarte

×
Aceptar
×
Seguir comprando
Finalizar compra
0 item(s) agregado tu carrito
MUTMA
Continuar
CHECKOUT
×
Se va a agregar 1 ítem a tu carrito
¿Es para un colectivo?
No
Aceptar