Especulaciones poéticas en torno a Donna Haraway
Constelación tentacular
Por Gabriela Borrelli Azara / Lunes 29 de marzo de 2021
Ilustración de Aymará Mont
«Sim-poiesis» o «hacer-con» es una de las prácticas de relacionamiento interespecie que propone la bióloga y filósofa Donna Haraway. Gabriela Borrelli la retoma y teje una constelación poética propia, de matriz latinoamericana, que a partir de la idea de arte-ciencia enhebra mundos, y propone versos de colaboración entre especies y artes.
Antes de la pandemia, no mucho antes sino un cachito antes, apenas unos días antes de que por Sudamérica circulara la covid-19, apareció en castellano el libro de Donna Haraway Seguir con el problema (Cosonni, 2019). Haraway es bióloga, antropóloga y filósofa. En 1984 movilizó el mundo de las ideas cuir con su hoy famoso, Manifiesto para cyborgs. Haraway es una pensadora aventurera que rastrea en la ciencia ficción y utiliza la especulación como método de conocimiento. Actualmente es la teórica de la noción de «Chthuluceno»: la era que le sigue al Antropoceno que domina el mundo actual. El «Chthuluceno» es un término que nace en la literatura, un ser cósmico que puede ser la clave para volver a pensar al mundo, para seguir con el problema. ¿Y cuál sería ese problema? El grado profundo y dañino de intervención humana en nuestra especie, en otras especies y en el mundo. Se necesitan nuevas relaciones, nuevas formas de habitarnos mutuamente. Por eso Haraway despliega una serie de conceptos: «humus», «compost», «ficción» y «feminismo especulativo», mundos de arte-ciencia que puedan cambiar las maneras de entablar parentescos. «Pensar debemos», dice Haraway como un mantra a lo largo del libro.
Debemos pensar otro mundo y si un nuevo mundo es posible, lo es con poesía y desde la poesía. Seguimos el camino de las ficciones especulativas apoyándonos en la producción poética. Ensayamos un recorrido posible de poemas de autores latinoamericanes que dialogan con los conceptos y ejemplos del libro. Generación de otros linajes y parentescos que permitan a todas las especies seguir habitando el mundo: «Generar parientes en líneas de conexión ingeniosas como una práctica de aprender a vivir y morir bien de manera recíproca en este presente denso». Combinaciones inesperadas. Como en los poemas. Pilas de compost calientes, poemas en llamas:
No es para hablar de mí que escribo
de la glicina: cayó
su lluvia ligera
azul —
violácea—
celeste.
No es para hablar de la glicina
que la comparo con una lluvia
y adjetivo esa lluvia.
Es para detener este momento nocturno:
la casa en calma
y los pensamientos que ennoblecidos velan
por un ordenamiento
que lo abarque todo.
(En Máscaras sueltas, de Estela Figueroa, Argentina, 1946)
Seguir con el problema va a acercarnos experiencias artísticas y biológicas que sirven como ejemplo y modelo de trabajos simbióticos, en sim-poiesis, formas colaborativas de pensar juntes y de generar parentescos desde el arte en el Chthuluceno.
Una de las experiencias que cuenta Haraway es la del Calamar hawaino: «Mi modelo preferido es el minúsculo sepiólido hawaino, Euprymma scolopes, y sus simbiontes bacterianos, Vibrio fischeri, esenciales para que el calamar construya la bolsa ventral donde alberga bacterias luminiscentes que, cuando va de cacería, hacen que su presa le confunda con un cielo estrellado en las profundidades de las noches oscuras, o que proyecte sombra en las noches de luna».
Noche oscura del alma
En una noche oscura
con ansias en amores inflamada,
¡oh, dichosa ventura!,
salí sin ser notada
estando ya mi casa sosegada.
A oscuras y segura,
por la secreta escala disfrazada,
¡oh, dichosa ventura!,
a oscuras y en celada,
estando ya mi casa sosegada.
En la noche dichosa,
en secreto, que nadie me veía
ni yo miraba cosa,
sin otra luz y guía
sino la que en el corazón ardía.
Aquesta me guiaba
más cierto que la luz de mediodía,
adonde me esperaba
quien yo bien me sabía,
en parte donde nadie parecía.
¡Oh, noche que guiaste!
¡Oh, noche amable más que la alborada!
¡Oh, noche que juntaste
Amado con amada,
amada en el Amado transformada!
En mi pecho florido,
que entero para él solo se guardaba
allí quedó dormido
y yo le regalaba
y el ventalle de cedros aire daba.
El aire de la almena
cuando yo sus cabellos esparcía
con su mano serena
y en mi cuello hería
y todos mis sentidos suspendía.
Quedéme y olvidéme
el rostro recliné sobre el amado;
cesó todo, y dejéme
dejando mi cuidado
entre las azucenas olvidado.
(San Juan de la Cruz, España, 1542-1591)
Este poema de San Juan de la Cruz es un poema de exploración espiritual en el que la búsqueda del amado es la búsqueda de Dios y también de un nuevo parentesco con este. Es una celebración de la noche como espacio de encuentro, como posibilidad de transformación del alma. Igual que nuestros calamares hawainos que junto a sus bacterias arman cielos estrellados en la noche, tejemos un parentesco literario con San Juan de la Cruz que abre con su poema la relación de la oscuridad con la transformación.
Otro caso de mundos arte-ciencia como prácticas simbióticas es el de las orquídeas, «que son famosas porque sus flores se asemejan a los genitales de las hembras de las especies de insectos que necesitan para su polinización. El color, la forma y las tentadoras feromonas similares a las de los insectos de una especie de orquídea atraen al tipo correcto de machos que buscan hembras de su tipo. Cuentan una historia triste. Es en el recuerdo de una abeja que queda en la memoria de la orquídea». Es decir que hay orquídeas cuyas flores se parecen a abejas y cuando otras abejas intentan aparearse les transfieren polen. La abeja a la que imitan se extinguió hace años y las orquídeas han recurrido a la autopolinización. Nada queda de la abeja pero sabemos de ella por la forma de la flor.
«La única memoria de la abeja es una pintura hecha por una flor que agoniza. Yo te recordaré, orquídea».
Yo quisiera ser niña
Yo quisiera ser niña
para acoplar las nubes a distancia
(Claudicadoras altas de la forma),
Para ir a la alegría por lo pequeño
y preguntar,
como quien no lo sabe
el color de las hojas
¿Cómo era?
Para ignorar lo verde,
el verde mar,
La respuesta salobre del ocaso en retirada,
el tímido gotear de los luceros
en el muro vecino,
Ser niña
que cayera de pronto
dentro de un tren con ángeles,
que llegaban así, de vacaciones
a correr un poquito por las uvas,
o por nocturnos
fugados de otras noches
de geometrías más altas.
Pero ya, ¿que he de ser?
Si me han nacido estos ojos tan grandes,
y esos rubios quereres de soslayo.
Cómo voy a ser ya
esa que quiero yo
niña de verdes,
niña vencida de contemplaciones,
cayendo de sí misma sonrosada,
…si me dolió muchísimo decir
para alcanzar de nuevo la palabra
que se iba,
escapada saeta de mi carne,
y me ha dolido mucho amar a trechos
impenitente y sola,
y hablar de cosas inacabadas,
tinas cosas de niños,
de candor disimulado,
o de simples abejas,
enyugadas a rosarios tristes.
O estar llena de esos repentes
que me cambian el mundo a gran distancia,
Cómo voy a ser ya,
niña en tumulto,
Forma mudable y pura,
o simplemente, niña a la ligera,
divergente en colores
y apta para el adiós
a toda hora.
(En El tránsito del fuego, de Eunice Odio, Costa Rica, 1919-1974)
La última especulación poética con la que seguimos a Donna Haraway nos lleva a otro mundo de arte-ciencia para seguir con el problema. Son mundos colaborativos de acción multiespecie, con múltiples jugadores. Los arrecifes coralinos de croché son una iniciativa que comprende la amenaza que sufren actualmente los arrecifes de coral, la mayor biodiversidad de todos los tipos de ecosistemas marinos. La experiencia que cuenta Haraway se dio en la Universidad de Cornell: allí se encontró la manera de crear un modelo físico de espacio hiperbólico que nos permite sentir, y de esa manera explorar tácitamente, las propiedades de la geometría única de los arrecifes coralinos a través del crochet. Un lazo entre matemáticas y tejedoras.
El arte de tejer
Estoy con mis abuelas. Las peino, les pongo flores de colores en el pelo y collares de oro blanco. Las cargo en brazos y las llevo al sillón frente a la ventana. Es un solo cuerpo pero son las dos. Cada una con su peso.
Antes de irme, les arreglo la ropa y dejo las agujas cerca. Todavía no recuerdan cómo hablar. Entonces, tejen.
(En Contra la locura, de Soledad Castresana, Argentina, 1979)
Al momento de escribir estas especulaciones atravesamos una pandemia feroz que todavía se lleva la vida de millones de personas en el mundo y en Argentina se incendia la Patagonia dejando un tendal de cuerpos y casas quemadas.
«Pensar debemos, debemos pensar», el mantra de Donna Haraway, que hacemos poesía en este recorrido; pensar colaborativamente para poder vivir bien en un mundo dañado.
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