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5 de junio

El mito del crecimiento perpetuo: Día Mundial del Medio Ambiente

Por Eduardo Gudynas / Lunes 06 de junio de 2022
Ayer fue 5 de junio, el Día Mundial del Medio Ambiente. Eduardo Gudynas nos recuerda el origen de esta fecha y describe, con magistral agudeza, el contexto de aquella primera conferencia de las Naciones Unidas en Estocolmo y las reacciones a un libro fundamental que cuestionó el mito del crecimiento infinito.  

El 5 de junio es el Día Mundial del Medio Ambiente. Es una jornada de enorme importancia, casi siempre aprovechada para que unos alerten sobre la crisis ecológica y otros anuncien medidas que la enfrentarían. Se escogió ese día porque remitía directamente a la primera conferencia de las Naciones Unidas del más alto nivel sobre la problemática ambiental, que se celebró en Estocolmo (Suecia) del 5 al 16 de junio de 1972. Por lo tanto, ayer celebramos cincuenta años de aquel encuentro.

La representación uruguaya a aquel primer encuentro estuvo integrada por cuatro personas: el embajador en Suecia, Mateo Magariños de Mello (un abogado que tras ese evento se convirtió en un entusiasta promotor del derecho ambiental), Salvador García Pinto (que presidía el Instituto Nacional de Preservación del Medio Ambiente, que era la institución con la que contaba el gobierno de la época para la temática ambiental), junto a otros dos delegados. Era una representación muy modesta frente a otras delegaciones que contaban con varias decenas de personas, como las naciones ricas, pero también desde el sur, como la de Brasil, que era comandada por el Ministro del Interior del gobierno militar de aquel entonces.

Esas enormes delegaciones se explican porque para muchos países esa no era una cumbre diplomática, más sino que sería el escenario de una nueva batalla en la guerra sobre las concepciones del desarrollo. Poco antes del encuentro en Estocolmo, a inicios de marzo de 1972, se había publicado un corto libro titulado The Limits to Growth [Los límites del crecimiento, en su traducción al español], que por primera vez ofrecía un análisis de las interacciones entre el ambiente, la población y las estrategias convencionales de desarrollo. No solo era novedoso el tema, sino también la metodología, ya que su escala era planetaria, apuntaba a un futuro que alcanzaba el 2100, y empleaba intensamente las computadoras de aquellos años, enormes máquinas que parecían armarios. 

Portada de la traducción al castellano de Los límites del crecimiento (México: FCE, 1972).

En su esencia, en esas páginas se indicaba que, si persistían las tendencias de desarrollo, tales como el aumento de la industrialización, contaminación o población, ese crecimiento chocaría contra varios límites en un futuro cercano. Los recursos naturales que se consumían, como el petróleo, eran finitos y se agotarían, y las capacidades de la Naturaleza de amortiguar la contaminación y otros impactos también serían acotadas. Las proyecciones indicaban que en algún momento a mediados del siglo XXI se sumarían serios problemas, sea por el agotamiento de recursos naturales o una debacle ecológica, que a su vez llevarían a una crisis de contaminación y pérdida en la disponibilidad de alimentos. Esos y otros factores desembocaban en un posible colapso civilizatorio. El futuro que vislumbraban en varios escenarios era de severa gravedad.

Las reacciones a la publicación de Los límites fueron instantáneas, casi una avalancha. En el New York Times, tres economistas, sostenían que era «vacío y engañoso», cuestionaban el uso de las computadoras, la escala planetaria y los lapsos temporales tan amplios del estudio, por lo que las conclusiones no serían confiables. Casi al mismo tiempo, desde la revista científica Nature se decía que el reporte era una colección de debilidades, con un tufillo apocalíptico y que cuyos resultados, por supuesto, estaban errados. Otras revisiones agregaban más críticas, muchas de ellas considerando que se estaba ante la resurrección de Thomas Malthus desde lo cual se achacaría todos los problemas ambientales a la multiplicación poblacional. En resumen, la academia en su mayoría cuestionó furibundamente al libro y, en especial, quienes lo hicieron fueron los economistas (dos de ellos, que luego serían Premios Nobel en Economía, lanzaron ácidas críticas, algunas de ellas infundadas e incluso mezclando ataques personales a los autores).

Desde los ámbitos políticos las reacciones fueron similares. Conservadores y liberales atacaron a Los límites por cuestionar el crecimiento económico o por la incapacidad de creer que la ciencia resolvería los problemas ambientales; desde la izquierda se lo denunció como una maniobra de los centros de poder capitalista para reforzar su dominancia. En los centros políticos y económicos, las revistas Newsweek, The Economist, Foreign Affairs, y muchas otras, apilaban las críticas al documento.

Un ejemplo dramático ocurrió en América Latina. Los límites, y al mismo tiempo todo el programa de la conferencia de Estocolmo, fue denunciado, cuestionado, y criticado desde la derecha militar del gobierno de Brasil hasta los intelectuales de inspiración marxista. Todos ellos, siguiendo distintos recorridos, consideraban que el crecimiento económico era indispensable para el desarrollo. Por lo tanto, si se impedía crecer o se enlentecía el ritmo, entonces las economías nacionales se derrumbarían y la pobreza se multiplicaría. Si la conferencia de Estocolmo aceptaba la tesis de Los límites, entonces América Latina en especial, y el Tercer Mundo en general, no podrían desarrollarse (de acuerdo a las ideas sobre el «desarrollo» en los setenta). Es por esa razón que el gobierno militar brasileño envió a Estocolmo a su Ministro del Interior. 

El hecho de que coincidieran en los rechazos corrientes políticas diversas y buena parte de la academia es un hecho impresionante. La coincidencia radicaba en negar que existieran límites ecológicos, e incluso físicos, al crecimiento económico. En ello queda en evidencia que estamos ante un mito profundamente arraigado en las culturas contemporáneas occidentales, el mito del crecimiento perpetuo.

Los límites es en realidad un reporte de investigación, con autoría de Donella Meadows, Dennis Meadows, Jorgen Randers y William Behrens, y con la participación de casi dos decenas de investigadores. El estudio fue promovido por el Club de Roma, un grupo que incluía a empresarios y políticos, y se realizó en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT). A pesar de todos los cuestionamientos, el libro fue y es un éxito; hace unos años se estimaba que se vendieron 12 millones de copias y fue traducido a 37 idiomas. 

Equipo de Los límites del crecimiento: J. Rander, J.W. Forrester, D. Meadows, D. Meadows y B. Behrens (1972). Reproducido del Club de Roma.

En los años siguientes a la publicación original, se realizaron varias actualizaciones con mejoras en los datos y en los modelos, y todas ellas confirmaron las ideas básicas y las conclusiones del reporte de 1972 (incluyeron por ejemplo actualizaciones a los veinte, treinta y cuarenta años). Hoy nos resulta obvio comprender que los recursos naturales que sostienen las economías son limitados, y algunos se están agotando ante nuestros ojos (como ocurre con los hidrocarburos), y también sabemos que hay colapsos ecológicos (como ocurre con la deforestación o el cambio climático). 

Pero lo que ocurrió en 1972 con Los límites no es que solamente advirtiera sobre la crisis ecológica, incluso con premoniciones como señalar la posibilidad del cambio climático. Lo relevante está en que mostraba que la idea del crecimiento económico perpetuo era una fantasía. Sin quererlo, dejó sin sustento a uno de los mitos que sostienen las culturas contemporáneas. 

Cualquier organización económica está enmarcada en un contexto ecológico, ya que depende de ella para obtener recursos, agua y energía, y a la vez deposita en ella todos sus desechos. Como consecuencia, es imposible que crezca para siempre. Más tarde o más temprano se agotarán esos recursos, ya no habrá más rincones en el planeta para cultivar o toda el agua estará contaminada.

Que se expusiera ese mito resultó intolerable para todas las escuelas de la economía convencional. Es que los resultados de Los límites torpedeaban las bases teóricas compartidas por todas ellas y es por esa razón que también terminó siendo insoportable para la derecha y la izquierda política. Unos desconocidos científicos y una computadora estaban poniendo en cuestión la fe en el crecimiento eterno, una categoría que se continúa con la del progreso y que, a partir de ella, se puede rastrear hasta la Ilustración. En suma, disparó un debate que rebasaba las cuestiones económicas y ponía en tela de juicio los saberes sobre el progreso y el desarrollo que cultivó la modernización. 

En este nuevo Día Mundial del Ambiente, cincuenta años después, pocos serán los que rechacen la relevancia de la dimensión ambiental, pero si somos sinceros se verá que esa disputa sigue sin resolverse. No faltará un ministro o algún académico que diga que la solución a la debacle ecológica es crecer más, mostrando que sigue siendo necesario volver a leer Los límites del crecimiento.

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