Cosiendo fragmentos
En torno a «Costuras», de Fabián Severo
Por Gerónimo Pose / Viernes 20 de setiembre de 2024
Portada de «Costuras», de Fabián Severo (Estuario, 2024).
El nuevo libro de Fabián Severo cose multitud de historias que le fueron contadas, y que remiten a ese territorio indómito que es la frontera y su lengua. Así, Costuras (Estuario, 2024) renueva la apuesta de Severo por la construcción de un universo fronterizo y que nos llega cercano y entrañable.
El idioma es un corazón bordado en el que Fabián Severo se detiene para prestar atención y así construir una literatura de antihéroes que se pasean por las calles en bicicletas prestadas. Eso es Costuras, su nuevo libro (Estuario, 2024): el carbón para prender la cocina, la vecina que trae a los gurises para que les enseñe a benzer, la lluvia de cebolla que riega el cuerpo. La dirección es el norte, el norte para buscar los alimentos que faltan. Costuras es un libro de relatos, algunos publicados en el semanario Brecha y otros inéditos. A su vez, contiene, en las últimas páginas del libro, un pequeño glosario para todos aquellos quienes no estamos familiarizados con el vocabulario de las lenguas rotas.
Fabián Severo (Artigas, 1981) sabe cómo componer mundos. Guiso de arroz, de vuelta. La queja y el rezongo de que hay gente que ni tiene pa comer. El mundo es un lugar incómodo. Economías domésticas que se sostienen con la caza de mulitas, tatú, algunas liebres o lo que consiga en el monte. El fiado, las achuras, la vida como un monte cerrado que ahoga, asfixia y obliga a luchar en pos de conseguir otra bocanada de aire. Perdido se encuentra uno, entre los troncos que se parecen los unos a los otros, un laberinto opaco, olvidado.
Si en Noite nu Norte (Estuario), Severo se esmera, a través de estrofas y versos, para exhibir mosaicos que guardan la belleza de lo cotidiano, de la cercanía y las experiencias de la frontera, en Costuras lleva todo esto a otro plano. En este nuevo libro están más presentes otras voces. Es decir, lo que primaba en Noite Nu Norte era la primera persona, mientras que en Costuras existe una diversificación de voces y puntos de vista. Esto en parte se debe a que el autor recogió testimonios, retazos de conversaciones con vecinos, amigos y conocidos, quienes ofrecían en charlas informales pequeñas historias de sus vidas. Así fue como, según contó el autor en la presentación del libro en la Alianza Francesa de Montevideo, se llevaba esas historias a su casa y se ponía a coser un fragmento con otro fragmento. Se trata de historias que, como migas de pan, absorben el vino que en el descuido se derrama sobre un mantel de tela. Muchos de estos relatos cuentan con dedicatorias y estas refieren a las personas que le otorgaron al autor la idea, el génesis o en algunos casos la historia entera.
Las narraciones son una parte fundamental para comprender la identidad de los pueblos. El autor entonces parece comprender estos aspectos y le otorga importancia a la narración oral. Reconoce que contar es una forma de ser reconocidos. De esta forma evita que se pierda una parte importante de cada región como lo es, de nuevo, la identidad. Estas narraciones orales prevalecen en las charlas al costado del fuego, en anécdotas que se escuchan en los bares, o en la cocina de una casa. Severo, en este sentido, entiende la escucha como parte fundamental en este proceso identitario.
El contrabando de la frontera, por supuesto, no podía pasar desapercibido. Si El camino de los quileros, de Osiris Rodriguez Castillos, y La móvil, de Garo Arakelián, son puntos de vista distintos que confluyen en el mismo prisma, el relato «Contrabandista de palabra» podría ser el resumen perfecto del libro. Un milico parado junto a la garita le hace seña al chiquilín que va en su bicicleta. Le pregunta qué es lo que tiene ahí, en la mochila. Nada, un cuaderno. Los camiones pasan finito y le tocan bocina, saludaban al aduanero. Qué hay en ese cuaderno, pichi. Nada, palabras. Abrilo. Unas palabras, de dónde las sacaste. Me las dio mi madre. El milico agarra una lapicera roja y empieza a encerrar las palabras. Enardecido, insulta al muchacho y le reprocha que no lo va a tomar por estúpido. Que no va a pasar esas palabras por enfrente de su nariz. El muchacho, recordando aquello que le decía su madre, agacha la cabeza, porque mientras agachara la cabeza ella tendría un hijo vivo.
Un tío rico que vivía en Ponta del este. Un tío que volvía a Artigas una vez al año. Venía con su mujer y se quedaban en un hotel porque el tío rico se había desacostumbrado a dormir en el piso. Severo confecciona paisajes y olores que trascienden la celulosa. Se palpa el bitumen blando. Se teme a los demonios y se padece la barriga vacía en una diminuta cocina.
Luis do Santos, en la contratapa del libro, describe a Severo como un coboy justiciero de las lenguas rotas. Y es que, al igual que en Viralata, Noite nu Norte y Sepultura, Severo se dispone a escuchar y relatar peripecias y leyendas ligadas al territorio uruguayo. Vale detenerse en aquel cuento titulado «Mortadela». Nace del relato que el Chino Ledesma, en un asado en Río Branco, le hace a Fabián sobre su peripecia llevando, a pedido de un estanciero, un tractor desde Melo a Colonia. La aventura, relata, demora casi siete días porque tenía que ir a veinte kilómetros por hora. Al llegar, el pago del estanciero fue un trozo de pan y una mortadela brasilera.
Severo también alarga la siesta y dialoga con los claveles en el aire y los vecinos. La humareda de un fogón. El ardor de la caña y las noches de pool en el bar del Chapita. Bernabé Rivera y la casa del Mortadela que queda en la bajada San Vicente. Despertadores de campana. El pai vociferando al aire «más que guri más mañero». El campo de colonia. La mortadela brasilera. Picar tabaco, respirar, percibir «la dulzura áspera de personajes entrañables, siempre condenados a salvar el día», como también escribe Luis do Santos
En suma, Costuras proyecta una imagen que no se lamenta de ser ajena, apartada y propia, y que, a su vez, lucha por no perderse en el anonimato, en los márgenes.
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