Yo quería ser como vos
Fan de Cindy Sherman
Por Patricia Turnes / Martes 08 de febrero de 2022
Portada de «Cindy Sherman» (La Fábrica, 2012)
«¿Cómo no amar a Cindy Sherman?», se pregunta Patricia Turnes al final de este columna sobre la fotógrafa norteamericana que ha indagado sin cesar su propia imagen. Sherman es irreverente, genial, dueña de un caudal de energía creativa único. Este mes, Turnes quiere ser como ella (¿y quién no?).
Cuando empecé con «Yo
quería ser como vos», decidí que esta columna trataría sobre personas que
admiro. Para esta tercera colaboración elegí hacer foco en Cindy Sherman.
Esta fotógrafa
norteamericana, nacida en 1954, utiliza la cámara como herramienta para
realizar reflexiones en torno a la sociedad contemporánea y, sobre todo, al rol
de la mujer dentro de ella. Antes que Madonna y Lady Gaga hablaran de
reinventarse, Cindy Sherman ya lo hacía.
La descubrí hace varios
años gracias al documental Transformation.
Art in the Twenty-First Century que pasaron en un canal del cable. En él vemos
cómo Sherman trabaja en su estudio: abre sus roperos, todos sus cajones, para
nosotros. En ese lugar tiene lo que necesita para su trabajo. Hay pelucas, dentaduras,
bocas, narices, máscaras, ojos, párpados, joyas, antifaces, uñas postizas, prótesis,
disfraces, muñecos y todo tipo de atuendos. Sherman es su propia fotógrafa,
iluminadora y modelo, a la vez que es también la vestuarista y la estilista de
sus producciones.
Aunque suele sacarse
fotos a sí misma, no considera que sus trabajos sean autorretratos. Su método
artístico es dejar fluir y sorprenderse, por eso cuando trabaja con otra gente
no sabe qué decirles: «Es más fácil cuando lo hago yo porque no sé hacia dónde
voy hasta que lo veo hecho». Se siente más libre trabajando sola.
Siento una sana envidia de
su libertad creativa, así como de su nivel de prolijidad y de la seriedad con la
que encara su arte. Cada tanto, Cindy Sherman va de compras a casas de ropa
usada. En ese documental vemos a la artista sorprenderse con lo que encuentra
ahí: unas calzas de leopardo o un vestido rosa con plumas. Cualquiera de estas
ropas podría dar lugar a una nueva obra. Una señora mayor de lentes y peinado
anticuado –que parece ser la dueña de la tienda– la mira desde detrás del
mostrador con cara de «Es nuestra mejor clienta, ¡por lejos! Pero… ¡qué rara
que es esta mujer!».
De niña, Sherman tenía un
cuadernito en el que pegaba las fotos en las que aparecía junto a familiares u
otras personas y las intervenía: trazaba un círculo alrededor de su cara o de
su cuerpo. Ya desde aquel entonces era muy autoconsciente de su apariencia, de
su corporalidad. Tuvo una infancia difícil: un padre violento y una madre muy sufrida.
Por ser la más pequeña de sus hermanos y tener una gran diferencia de edad con
ellos se sintió bastante ignorada, confiesa Sherman. Empezó a disfrazarse, entre
otras cosas, para ver si de ese modo reparaban en ella.
Durante su estancia como
estudiante en la Universidad de Buffalo, donde paradójicamente reprobó su
primer curso de fotografía, se dio cuenta de que la pintura era demasiado
limitada para sus búsquedas artísticas. Pintar llevaba demasiado tiempo,
incluso aprender a copiar algo real requería demasiado esfuerzo. En cambio,
sacar una foto le llevaba un segundo. «Llegué a la conclusión de que prefería
utilizar ese tiempo en pensar sobre qué iba a ser la foto y que utilizar la
cámara sería lo mejor para captarlo» –dice la artista en otro documental sobre
su arte, Cindy Sherman: Nobody's Here But
Me (1994)–. Por eso ama su cámara, en ella encontró su herramienta. «Mediante
la fotografía podés lograr que la gente crea en algo aunque no sea real», afirma
Sherman. Y agrega: «Algunas personas usan la cámara directamente para
documentar lo que ven, pero para mí es mucho más interesante mostrar lo que
quizá posiblemente nunca veas, mostrar lo que está en la imaginación de alguien».
Cindy Sherman solía jugar
con disfraces y maquillaje en la intimidad de su hogar. Fue Robert Longo, un
novio que tenía en su período estudiantil, quien la impulsó a hacer algo con
todo aquello. Entre 1977 y 1980, recorrieron Nueva York juntos en busca de
escenarios para Untitled Film Stills.
Sacaron fotos en las que ella aparecía encarnando distintos arquetipos femeninos:
actrices de películas europeas o de Hollywood, amas de casa, mujeres de la alta
sociedad.
Sus fotos ilustran, con
humor y extrañeza, hasta qué punto la identidad es una construcción social y
hasta dónde la cámara puede llegar a engañar. Sherman ha investigado en torno
al kitsch, la sociedad de consumo, los cuentos de hadas, los estereotipos de
belleza, el cine, las películas de terror, las pinturas clásicas de la historia
del arte, la sociedad de consumo y los medios de comunicación masivos. En los
últimos tiempos, ha experimentado, además, con los últimos avances en
fotografía digital.
Al principio Sherman se
sentía acomplejada porque su carrera artística no despegaba –a diferencia de la
de otros artistas masculinos que ella consideraba mucho más mediocres–. Pero
todo cambió cuando el MoMA de Nueva York adquirió la colección completa de su
obra Untitled Film Stills por un millón
de dólares.
En la actualidad, Cindy
Sherman es una de las fotógrafas más exitosas del mundo. No sólo museos y
coleccionistas de arte han adquirido obras suyas, también la han contratado
varias marcas de alta costura, revistas y empresas de maquillaje: Balenciaga,
Issey Miyake, Jean Paul Gautier, Comme Des Garcons, Harper’s Bazaar, etc. ¿Quién
no ha soñado alguna vez con llevar al extremo su parte más rarita y con ser
exitosa en el intento? Bueno, pues ella lo logró. ¡Aplausos!
Me encanta la respuesta
que da en el primer documental que vi sobre ella cuando le preguntan por el
tamaño de los cuadros de una de sus exposiciones: «Yo quería mostrar cuadros
bien grandes, porque los hombres lo hacen todo el tiempo. Los hombres hacen
cuadros tan grandes como la pared más grande de la galería. Esto siempre me
hacía pensar: “Las mujeres también deberían hacerlo…” Así que pensé: “Yo voy a
hacer eso, ¡voy a hacer grandes cuadros!”». Luego de esta confesión, Sherman sale
de la galería donde se exponen sus cuadros y se aleja de la cámara montada en
su bici. Cuando la vi tan fan de su bicicleta enseguida hice un link con el
libro que yo estaba leyendo por aquellos días, Diario de bicicleta, de otro de mis ídolos, David Byrne. Lo que ignoraba
por completo era que Cindy había tenido una relación sentimental con David
Byrne entre 2007 y 2011. En una entrevista más reciente le preguntaron por su
estado civil actual y ella se describió como «sola, si no fuera por mi pájaro» –un
guacamayo que tenía como veinticinco años en aquel entonces–. El bicho tenía nombre
y todo: «El señor Frida». ¿No es hermoso?
Por estos días estoy
fascinada con el libro Cindy Sherman que
me regalaron varies amigues para mi cumple. Tiene pila de fotos de sus obras,
textos de Eva Respini, y una entrevista que John Waters le hace a Sherman. ¡Es
imperdible!
Además de que su obra me
fascina, cada cosa que me entero de ella es más genial que la anterior. Me
pregunto ¿cómo no amar a Cindy Sherman?
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