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Destrucción de los cuerpos

Faroles del deseo: la travesti de mi pueblo, tontas por quererte y el blues fantasma

Por José Arenas / Martes 26 de setiembre de 2023
Foto: Paola Scagliotti.

«Faroles del deseo» son aquellos textos que irradian sobre la propia escritura, sobre el ser lo que se desea en un mundo todavía adverso. José Arenas emprende una serie de ensayos en los que tributa sus lecturas preciadas, una genealogía en torno a sexo, género y disgénero en la literatura rioplatense

El pueblo en el que crecí contaba con una sola travesti. Solamente una se atrevía a caminar las calles de la ciudad esquivando las miradas venenosas, los deseos reprimidos que se escapaban en suspiros de indignación rancia, la admiración secreta que no puede decirse cuando se está en soledad queriendo ser «lo raro». Al mismo tiempo, el hecho de que la ciudad tuviera solamente una habitante travesti era una alerta y un alivio. ¿Podía ser contagioso? ¿Era una anomalía que debía tolerarse? Era fácil de esconder, había un loco que se vestía de mujer, pero nadie más, ¿nadie más? ¿Cómo se entraba a manotazos en la rosa del desvío? ¿Qué enfermedad hace que un varón se destruya para convertirse en travesti? ¿Es mujer? No es mujer. Pero no es varón. Es un «eso»

Las palabras patriarcales del primer contacto con el orgullo pueden ser muy ignorantes, muy torpes, y por eso muy crueles. A veces, en la siesta eterna de las ciudades pequeñas, el prejuicio nace de la haraganería; cuando algo rompe la quietud de lo conocido puede ser, al principio, juzgado como neutro. No necesariamente malo, pero la desidia al respecto tira todo juicio, todo intento de conocimiento, al tacho de la violencia. Lo extraño se vuelve invisible con el ojo de la negación, la identidad nueva es vetada bajo el silencio cálido del desinterés. Y ese baldío de concepto es, siempre, tomado por la rapidez de la violencia. Si alguien es negado en tanto que se le despoja de su existencia, por el motivo que sea, es materia de una nada maligna. Deja de molestar solamente porque ha muerto en el pensamiento colectivo, porque la palabra le ha sido callada, la imagen está biselada y su ejercicio del derecho se ha puesto en el off

Por otro lado, a la travesti del pueblo su identidad le era robada. Nadie la llamaba con su nombre femenino. Todos se obstinaban en seguir usando su antiguo nombre. Así, de manera bíblica le cancelaban la transición, a la fuerza le daban forma ya conocida a su condición de mujer trans, quizá porque el nombre de varón daba seguridad al miedo patriarcal: un marica es menos raro que una mujer trans. De alguna manera, así se regía la ética de la diversidad en el pueblo. 

En ella pensé cuando leí el cuento «Soy una tonta por quererte», que le da el nombre al libro de Camila Sosa Villada. En este texto de la escritora argentina, la protagonista es una travesti que atraviesa la áspera vida de un suburbio pobre neoyorkino de la década de los 50. En una de las fiestas nocturnas del Harlem, a las que asiste en búsqueda de amores y clientes, conoce a una Billie Holiday que atraviesa una decadencia exquisita: estrella del jazz, diosa de la canción melancólica de swing negro, ícono de la vida regia con la que sueña cualquier constelación marica ubicada en el contexto de la narración. Hombres y mujeres encienden cualquier luz del deseo ante la voz y la presencia de quien canta «Blue Moon». La diva, sin embargo, está perdida entre agresiones personales y la violencia heteropatriarcal y racista, especialmente en el ambiente musical de ese Estados Unidos que no se ha despojado del todo de aquellas costumbres. 

No sé exactamente qué ídolos de la canción tendría la travesti de mi pueblo, pero lo cierto es que algunos puntos la conectan con el texto de Sosa Villada: los lobos de la sociedad machista y el fantasma del marica macho sin poder despegarse del cuerpo por una identidad construida de manera coercitiva. También, algo la une con la Billie Holiday del cuento de Sosa Villada: los faroles del deseo a todo trapo. Porque, aunque fuera en la intimidad, nuestra trava local dejaba los ratones de la cabeza macha comiéndose entre sí. Más de una vez fue mentada como objeto del sexo desbocado en reuniones de varones jóvenes y habitó las sábanas, los sillones, las mesas de muchos hombres que de día vociferaban su nombre de varón, cortándole las alas de mariposa trans pero, a la noche, le susurraban, dulces, su nombre hembra en pleno goce. 

En el cuento de Sosa Villada, esta manipulación externa de los cuerpos sobre las trans/maricas convirtiéndolas en objeto la ejerce la diva del jazz sobre la protagonista, a quien conoce travesti, pero a quien desea hombre/marica. Y por parte de la protagonista hay un despojo simbólico y forzado del ser a la hora de satisfacer el placer de la cantante para lograr la unión. En la muchacha trans de mis recuerdos y en la que habita la narrativa de Sosa Villada parece que la condición femenina de su todo es negada y, también, entregada en búsqueda de la aceptación en sociedad o, en el caso de «Soy una tonta por quererte», de sublimar una admiración espejada en la que busca verse su protagonista.

Billie Holiday desea el cuerpo, el sexo masculino escondido detrás de su amiga, su confidente, la chica que ha logrado convertirse en uno de los pocos apoyos que le quedan en la caída profesional y personal. Sin embargo, obliga a la protagonista a deshacerse de su maquillaje, de su ropa femenina, a volver a su origen diurno, al chico que durante el día debe guardar las formas. La cantante de Sosa Villada deconstruye la deconstrucción o, más bien, destruye la identidad de la protagonista para quedarse con la parte del cuerpo que anhela en el momento del sexo. Se trata de un encuentro erótico de criaturas; cada parte entrega lo que ha querido crear de la otra. Un chico, una diva. Fantasmas.

Mi vecina también era despojada de su corporalidad para poder acostarse con las normas de convivencia de un lugar que la rechazaba. La ciudad, como la diva, exigía que fuera aquel muchacho para poder entrar en las sábanas de una convivencia pacífica. El costo era otro encuentro entre criaturas; el marica y su nombre de varón invalidando todo maquillaje, pelo largo teñido, tetas hechas y prominentes, y la ciudad, la ciudad que otorgaba la posibilidad de andar por sus antojadizos pasillos morales. A lo mejor, en cada salida a la calle, la travesti de mi pueblo también se cantaba «soy una tonta por quererte» en el oído del cuore.

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