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El folletín filosófico

Imantada II

Por Aldo Mazzucchelli Mazzucchelli / Lunes 23 de octubre de 2017
El discurso sigue desgranándose en finas partículas: una nueva entrega del Folletín Filosófico de Aldo Mazzucchelli.

La escritura NO es un objeto. Imanta distintos objetos. Platón, Ion. imanes y anillos. Percy Bysshe Shelley tradujo el Ion en 1821 creyendo que apoyaba su idea de la poesía. Es más probable que Shelley estuviese apoyando una inspiración griega más antigua que los encantamientos orales que dieron origen a los homéricos rapeos. Ya Homero, quien sea, había «apoyado a Percy Bysshe» cuando le pide a la diosa que le diga lo que tiene que dejar salir. Para eso el método de entonces y de siempre es ponerse a merced de un ritmo, cosa esta fundamental y total como no hay dos. Quien escribe dice, pero no tiene qué decir. La imagen es la de Sócrates sumergido hasta la cintura en un cicutal campero, recordando su muerte antes de tiempo, entendiendo que se trata de entusiasmarse, literalmente, de ponerse a la diosa como si fuese un poncho o un buzo. Profetas y echadores del futuro lo han sabido desde siempre. Theomanteis y chrêsmôidoi. Cuando el poeta se sienta en el trípode de la Musa, no está bien de la cabeza, pero está de todos modos dispuesto a correrse como una fuente; y como su tejnê es la de imitar [hacer mímica], se ve inclinado a inventar gente y ponerla una contra otra, y no sabe si es cierto esto o es cierto aquello de lo que dice». Toda Musa en trípode implica que hablábamos de la Musa de Apolo, el dios de la iluminación. La iluminación niega que el poeta pueda ver. Le niega control, le niega crédito autoral a sus palabras. Pero la Musa garantiza, por su lado, que crédito y control importan poco. Se trata de una inversión de la persona. De una invaginación del poeta, que para ver tiene que dejar de ver afuera, entrecerrar los ojos y ver, como en el toldo interior de los párpados, lo que ahí está. Es gracias a la falta de control y la caída en el abismo que estando dentro de uno mismo no es uno mismo, que se escribe como la gente. Los políticos son como los dicharacheros de suertes futuras; y como los profetas, son poetas. Del engaño, puede ser, pero poetas al fin. Y esto es lo que revela que el entusiasmo no lo es todo, ni viene siempre de un buen dios. Hay dioses del engaño que se dejan convocar, bajan y trabajan también, y un buen discurso político puede conmover y mover, aunque esté compuesto de basura orgánica, muñecas chinas y placas de plástico compactadas al mil por ciento.

Las tres i del Ion nos ocupan: idiosincracia, inspiración, ignorancia. Uno es como es: le baja el dios, o no le baja. Eso resume el primer punto. En cuanto al tercero, es de lo único que podemos estar seguros, siendo como somos todos un poco lectores y algo conocedores del griego, aunque seamos analfabetos. En cuanto al asunto del medio, carreras de carros birrodados, cría de animales, conducción de ejércitos, timoneo de naves de madera: todo le es ajeno al pobre Ion. Su ignorancia perfecta es justo lo que lo califica para las tareas más arriesgadas, en las que gente que entiende jamás se metería. Como por ejemplo, y especialmente, pronunciar la verdad sobre algo. No digo decir, porque el que dice se compromete con lo que dice. El poeta no dice, sino que deja que se formule a través. Esto lo sabemos todos —o deberíamos—, contradictoriamente, aunque sabemos del griego, lo tenemos negado y olvidado. La musa apolínea inspira pues la escritura, o la poesía imita meras apariencias. Un detalle: no alcanza con ser un ignorante para ser poeta. Todo poeta debe ser un ignorante sobre aquello de lo que habla, pero ser ignorante no alcanza para ser poeta, como todos los días nos confirman.

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