abrazar la oscuridad
La comunicación en la poesía
Por Roberto Appratto / Jueves 09 de agosto de 2018
Según Roberto Appratto, la poesía se genera en la oscuridad, y no hay que pretender comunicar o decir a través de ella, sino que hay que adentrarse en esa oscuridad y crear con el texto en sí mismo como único objetivo.
Un poema se vuelve oscuro apenas empieza; desde la elección de las palabras, el orden en que aparecen, la imagen que las condensa en nombre de una idea, o de una fuerza, que no se ve pero suena, si el poema está bien escrito, todo a lo largo, como el recuerdo de la iluminación que permitió saltearse los enlaces vulgares del lenguaje y llegar directo a nubes de pensamiento antes de que terminaran de pasar; si está bien escrito, si se sujeta ese recuerdo para que sea, también, el recuerdo de otras cosas más allá de la iluminación, signo de zonas ocultas a las que se alude oscuramente sin decir nada, sin casi moverse del lugar, el poema es la oscuridad misma cuanto más se repliegue en sus términos, en los estrictos términos elegidos para no perder la mano y agarrar en el aire la ocurrencia y convertirla en palabras que sugieren otros espacios de pensamiento en un solo golpe. Hay una luz, no al final del camino, sino durante, en el pasaje de un verso al otro, de una parte del verso a otra, en la llegada a una afirmación que parece salida de la nada: eso filtra la comprensión por donde quiere y se impone como poesía cuando no renuncia a sus clausuras: la del lenguaje y esa que se desea, que resulta intraducible a toda otra forma de comunicación.
La poesía tiende a ser así, a veces más. Las asociaciones extrañas, las desviaciones de una supuesta línea principal, el enrarecimiento de la sintaxis, el hecho mismo de decir lo que se dice y en el tono en que se dice, los diálogos con otros textos que permanecen ocultos, la construcción que encuentra su pertinencia sin explicarse; incluso si los términos son claros, la oscuridad rodea las elecciones y se mantiene ajena a la pereza de la lectura, a la pretensión de reducir todo a expresión afectiva o a opinión sobre el mundo: no se puede. Si el poema está bien escrito, es decir, si no confunde la libertad con la ignorancia, la fuerza con la repetición de lugares comunes, el coraje con la acumulación de cosas ya dichas y aceptadas en otros contextos, deja que el lenguaje presione sobre los significados para que sean otros, para que se tenga que pensar de otra manera. No se trata de comunicar, ni de decir, sino de escribir en esa oscuridad, de trabajar ahí adentro sin pensar en otro tú que no sea el texto. Cada opción por una manera o por un procedimiento es un diálogo a distancia con el lector, que, si también es oscuro, si entra en el juego, comprenderá. El hilo de esa comprensión pasa a la vida cotidiana, no sin trabajo.
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