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Cine nacional

Las aguas libres

Por Irina Raffo / Miércoles 03 de agosto de 2022
Fotograma de «Delia».

Diarios escritos para no ser leídos y la posibilidad de redescubrir la historia con una nueva perspectiva. Irina Raffo reseña el documental Delia, de Victoria Pena Echeverría, y observa que no es nada casual que una mujer le dé voz a otra mujer. Y que destaque esta historia de anhelo de liberación y de resistencia inagotable. 

Hallarse en un agujero, en el fondo de un agujero, 

en una soledad casi total y descubrir que sólo la escritura te salvará.

Marguerite Duras


El diario es un género literario abierto y plástico. En este espacio generoso podemos encontrar desde la voz de un escritor prolífico, que revela en el diario un tono más íntimo y menos grandilocuente –muchas veces una voz desconocida y sorprendente–, hasta voces anónimas que deciden registrar el paso del tiempo, sus experiencias y sentimientos, a través de una escritura libre y desprovista de reglas. Bajo estas licencias los diarios llevan el trazo próximo a una escritura automática. Un dique expresivo que se abre sin expectativas u objetivos claros.

Siguiendo una tradición de películas documentales que operan en la interacción entre el cine y la escritura, Delia, el primer largometraje de Victoria Pena Echeverría –Pitoka– se construye a partir de la lectura de los cuadernos de Delia González, esposa de Jorge Mazzarovich, preso político uruguayo liberado en 1984 luego de once años de prisión. Pena intuyó la fuerza y la fortaleza de Delia para sobrellevar esta situación con tres hijos a cargo; la vio fuera de cuadro y se preguntó por ella. Con su cámara se abrió camino en un espacio de silencio donde lo no dicho estaba latente. Las frases que, como espectadores vamos descubriendo a través de poemas, listas y notas personales de Delia, hablan de un profundo anhelo de liberación y de una resistencia inagotable. Los cuadernos íntimos, escritos quizá para no ser leídos –y ahí radica su fuerza extraordinaria– son una utopía de libertad. «Para abordar la escritura hay que ser más fuerte que uno mismo, hay que ser más fuerte que lo que se escribe», decía Marguerite Duras. Delia encarna en esta película la potencia de una resiliencia desde lo íntimo, revelando así la red de resistencias invisibles que fueron necesarias para hacer frente a un país sumergido durante años en la violencia de estado.

[Fotograma de Delia]

No es casualidad que sea una mujer quien le da voz a otra mujer. Hay entre Pitoka y Delia una complicidad y entendimiento profundo que se transforma de forma natural en una suerte de secreta colaboración. Unidas de alguna forma por la mutua necesidad de revelar una verdad y correr el foco de atención, la construcción cinematográfica de Pena y los escritos de Delia se articulan escena tras escena para revelar una nueva realidad de la familia Mazzarovich-González. La película se construye a través de dos relatos que avanzan y se entrelazan entre sí: la historia de la vida interior de Delia y la reescritura de un nuevo relato familiar. Escena tras escena, un coro de hombres le da voz a la única mujer de la familia, redimensionando los vínculos familiares y haciendo visible lo invisible. La realizadora invita a los tres hermanos, Santiago, Gabriel y Daniel y, finalmente, a Jorge, a hacer lecturas en voz alta. Dice uno de sus hijos luego de leer un fragmento del diario de Delia: «¿Dónde tenía todo esto mamá? ¿cómo no lo vimos?». «Bueno, no la estábamos mirando, más que no la vimos», se responde a sí mismo. 

La cámara de Pena explora los rostros de los hijos que leen lo que su madre ha escrito a través de los años sin ser vista. Los planos grabados en el interior de la casa familiar recuperan de cerca la expresión de sorpresa y emoción de sus voces. La realizadora también acompaña a Jorge en la primera lectura de los cuadernos de su esposa. La cámara navega por las hojas, en los que vemos el cuerpo de las notas de Delia, mientras que Jorge descubre otra dimensión de su mujer, la profundidad de su vida interior y un dolor contenido durante años. Nos acercamos al trazo, imaginamos el momento en que escribió las líneas. La escritura a mano lleva la identidad del pulso y la nota de un tiempo específico. El color de la tinta, las marcas en las hojas, todo es información que nos habla de un espacio de afirmación y de un refugio creado para el conocimiento de sí misma.

[Fotograma de Delia]

«Solo escribiendo puedo pensar las cosas hasta el final», escribe Wenders en Los píxeles de Cézanne para dar cuenta de la importancia del acto de escribir para dar lugar a las ideas y al pensamiento. De alguna forma, Delia en sus diarios se pensó a sí misma hasta el final o, más bien gracias y de la mano de la escritura, se descubrió a sí misma hasta llegar al hueso.

La película de Pena llega también para confirmar que el cine es un instrumento de revelación. Al igual que el diario, el cine es una forma de autodescubrimiento, una forma de imaginarse a uno mismo para derribar el espesor de la apariencia. Asistí a una temprana proyección de Delia en la Sala Zitarrosa en 2021; las lecturas de los cuadernos y los poemas de Delia desbordaban la pantalla. El público estaba atento frente a la confidencia de algo que parecía existir para no ser compartido, pero que en el fondo todos deseábamos escuchar como ejercicio voyeurístico. Un secreto que, si bien tenía en el nombre y el pulso de la escritura de Delia, hablaba de frente con cada uno de los espectadores. «Nunca pude hacer lo que quise», dice Delia; «quisiera no ser mujer» agrega en otra línea. Poco a poco somos testigos de los pensamientos y sentimientos que a lo largo de los años definieron esos cuadernos como la génesis del espacio íntimo de Delia y su «fuera de campo» frente a los otros. Nos fuimos de la sala comprendiendo también cuáles era nuestras propias renuncias. Las lecturas de los diarios se transformaron en un juego de espejos.

Otra de las virtudes de la película de Pena es la posibilidad de reimaginar nuestra propia historia reciente. Los archivos de video de la liberación de Mazzarovich muestran en primer plano el discurso de Jorge, los documentos de la Historia con mayúscula. En cambio, Pena decide cambiar el foco y hablar «sobre la mujer de fondo al costado de la foto». Así, este largometraje documental que decide trabajar sobre aquello que no se encuadra se transforma también en un importante documento que nos permite redescubrir la historia con una nueva perspectiva. Los cuadernos de Delia dejan ver entre líneas más voces que no se escucharon durante la dictadura. Más allá de los relatos históricos sobre la violencia ejercida durante el terrorismo de estado, estos nuevos testimonios silenciosos despliegan la profundidad de las heridas en las familias y las marcas que atraviesan generaciones.

Delia abre las heridas. Abre conversaciones dentro de las familias y conversaciones íntimas con uno mismo. Por eso se trata de una película necesaria y lúcida. Al igual que en un diario personal la película prueba el eco de nuestra propia soledad: ¿quien escribe a quién? ¿cuál es la distancia entre lo que me gustaría ser y lo que soy? ¿quién siento que soy y quién muestro que soy? ¿qué ven los otros de mí? ¿cuál es mi propia verdad? Todos podríamos llevar un diario como prueba última de esa conversación sin fin que llevamos con nosotros mismos a solas. Como las últimas notas de Delia González que con 70 años escribe: «todavía me pregunto si he sido feliz».


irina raffo

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