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Brillo de satén

Leé un avance de: «El cuaderno de Clotilde Rospide», de Roberto Echavarren

Por Roberto Echavarren / Sábado 28 de setiembre de 2024

En El cuaderno de Clotilde Rospide. Del modernismo al barroco, Roberto Echavarren dialoga con la obra de una poeta «de antepasados vascos como él, que hacía de puente entre su poesía y la de sus lejanos maestros, del modernismo de principios de siglo XX y el barroco hispanoamericano», como apunta Francisco A. Francese en el epílogo. Leé esta novedad de Pez en el hielo que pronto llega a librerías. 

Clotilde Rospide nació en 1892 y murió en 1944. Por un pródigo azar —vía su sobrino nieto Bernardo Rospide— pude hacerme de sus papeles.

Fue amiga de Marta Lavalle y de Dolores Sienra Delgado, esta última considerada una de las bellezas de la época. Cuando la fotografía de Dolores apareció en la cubierta de la revista Caras y Caretas Marta dijo: «¡Valiente!» Dolores, cuyo padre era magistrado judicial, tenía una quinta en Santa Lucía, al lado de la del Dr. Amilivia, que los domingos se transformaba en parque público. Invitaba a Clotilde, pues decían que le haría bien el aire de campo. Hacían largas cabalgatas a lo largo del río. El joven Amilivia, todo en blanco, las acompañaba. Dolores tenía amores con Ambrosio Pecoche, un oficial que luego se mató en un accidente de ferrocarril. Al atravesar las vías se atascó la volanta en que viajaba. En el andén de Santa Lucía los pasajeros estupefactos vieron llegar el tren con pedazos del cuerpo de Ambrosio adheridos al bigote de la locomotora. El joven Amilivia era dragón de Clotilde, pero sin consecuencias. Poseía una pequeña imprenta y publicaba un diario, o más bien una hoja vecinal, llamada La voz de las aguas, aludiendo a la vez a las del río Santa Lucía, de pobladas arboledas, en cuyo borde estaba el pueblo, y a las de su padre el Dr. Amilivia, que practicaba la cura de aguas en auge en ese momento en la estación balnearia. En La voz de las aguas Clotilde publicó dos poemas bajo el seudónimo «La del manojo de rosas». Tuvo un novio que debido a malandanzas políticas debió exiliarse en Buenos Aires. Preguntaba a Clotilde: «¿Y tú sigues virgen de ideas políticas?» A lo que Clotilde respondía: «No me interesan los partidos, sino el destino de las naciones.» Vale decir que subestimaba las querellas partidarias que dominaban entonces el país. Clotilde dejó su obra inédita, salvo la publicada con seudónimo en la hoja provinciana de Amilivia, y algunos poemas dedicados en álbumes, según la costumbre de la época. He aquí un ejemplo.


A Beatriz, en su día: En tus ojos cabrillean mundos del más allá, en tus labios espumea la mendaz eternidad, blanca línea de las olas en tu pecho se abrirá,

naveguemos las dos solas

nadie nos comprenderá, rompe el cabo del navío, cuelga el ala sobre el mar, marineros extravíos

otra costa nos traerán, rompe el ala, cuelga al viento tu cabello celestial, marineros extravíos

nuestra estela bordarán, seré mascarón de proa para dejarme cortar,

rompe el ala, tuerce el viento tu garganta de cristal,

en el piano del recuerdo nadie nos llorará.


No era partidaria de estas composiciones de ocasión que deslucían su talento. Con su novio exiliado en Buenos Aires sostuvo un carteo languideciente y casi extinto los últimos años. Sabía que no se iban a casar. Pasó casi toda su vida en la quinta de su padre, en lo que es hoy Plazoleta Suárez, entre Agraciada y Suárez. Amilivia se casó con Josefa Echavarren y al poco tiempo dilapidó su herencia y los campos de su mujer. Le apasionaban los automóviles. Decía que serían eléctricos y no a gasolina y que andarían por sí mismos a los destinos indicados, sin intervención de los conductores. Puso un negocio de compraventa pero quebró. De él vale retener la imagen de la primera juventud, cuando con Clotilde abría la mazurka y dirigía las figuras de los lanceros. Cuando Amilivia acudía al baile con sus amigos, recorrían la distancia en coche de caballos con enormes conos de papel de periódico encasquetados en la cabeza para evitar que el viento deshiciera su peinado. Eso para poder decir luego en plena forma: «¿Bailamos el one step?» Clotilde recordaba las tardes en el hipódromo de Maroñas con su hermana. Su padre, siempre aficionado, hacía las apuestas. El lunes siguiente a una tarde muy afortunada en que su caballo ganó compró a su mujer un collar de jade. A pesar de su temperamento calmo, Clotilde tenía a veces crisis de miedo. Si le preguntaban cómo estaba, respondía: «¿Cómo voy a estar? ¡Peor!» Si le hablaban del mérito de sus poemas, que le aseguraría la inmortalidad, se limitaba a sonreír con mueca ligeramente impaciente. Sus amigas la comparaban a Delmira Agustini. He aquí un extracto del obituario aparecido en el diario El bien público de Montevideo: «Si bien hay que reconocer que la obra de Clotilde resta menor al lado del Fénix de la poesía uruguaya, no puede negarse que ciertos versos de extendidas alas a la manera de las gaviotas demuestran la integridad de su espíritu y se cotejan con lo más sentido que se haya logrado entre nosotros.»


_PRIMEROS POEMAS

Entre sus papeles, encuentro estos dos versos:


Bailemos, que me duele estar soñando 

con el brillo de tu traje de satén.


En las hojas antiguas aparecen sus primeros poemas:


Callo, mientras bajo los eucaliptus mi hermana ciñe la casaca roja; llega de cabalgar jadeante,

la melena empapada.

Callo. Los dediles me harán los dedos finos cuando sea mayor.

Con blusa blanca y tornasolada sombrilla bordeo las verjas de la quinta.

Callo.

Callaré, cuando el crepúsculo vidrie mis ojos de reptil.

Callaré por fin tras el biombo japonés de violáceas cascadas.


Y este papel:


Anoche pensaba que los senos me gustaban demasiado. No esos senos de mujer caídos como perdigones o balas de obús chanfleadas, sino el seno breve, la carne que apenas ofrece cierto volumen, los senos de un travesti por ejemplo siempre que no sean exagerados.


_LA FAMILIA

Su madre murió pronto. Su abuela materna María Clara se ocupó de ellas. Con el padre, el Doctor Roberto Rospide, y su hermana Beatriz viajaron a Europa en el vapor Gelria en 1913. En Alemania fueron a Garmish Parten-Kirchen, al Boden See, al Eib See… La mayoría de las fotos se refiere a esas regiones; en una, Clotilde y su hermana aparecen en trajes de aldeana bávara (dirndl). Su abuelo materno era alemán. Hay fotos en Bad Homburg. También en Berlín bajo la Siegensaule, en Innsbruck bajo la Mariensaule. En Berlín pararon en el Hotel am Zoo. Hoy existe el nombre, no el edificio. En la Selva Negra el Doctor Roberto Rospide aparece contra un gran tronco, sombrero de ala ancha estilo Santos Dumont, al lado de su amigo arquitecto, Karl Trambauer, uruguayo-alemán quien, sorprendido en Alemania al inicio de la Gran Guerra, debió servir en el ejército del Kaiser y realizó obras de fortificación de la ciudad polaca de Pozen, aparte de dirigir el trabajo de las trincheras del frente oriental contra los rusos.

Vuelto a Uruguay, una década más tarde, en el marco de los festejos por el centenario de la jura de la Constitución, la comunidad alemana de Montevideo le donó a la ciudad el llamado Pabellón de la Música junto al lago del Parque Rodó. El diseño le correspondió a Karl Trambauer. Murió en 1941. Un primo de Clotilde, Jean Welker, de familia alsaciana, viajó desde Uruguay y se alistó como voluntario en el ejército francés bajo Mac-Mahon, con el propósito de arrebatar Alsacia de manos alemanas y recuperarla para Francia. Clotilde guardaba una foto suya en que se lo ve con un extraño abrigo de pieles al costado de lo que parece un tanque primitivo. Murió en la contienda. Su hermana Teresa Welker, nacida el día de la batalla de Sedan, en 1870, lo sobrevivió muchos años.

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