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Soberanía fascinante

Moscas por el rabo: internada

Por Alicia Migdal / Jueves 24 de octubre de 2024
Vuelve Alicia Migdal y sus moscas por el rabo, impresionistas, poéticas y desgarradoras. Esta vez, desde el espacio y el tiempo de la internación, las observaciones que surgen en ese entorno de personajes repletos de soberanía. 

Llega el PPL.

En silla de ruedas, con el torso apenas cubierto por el ponchito de hospital. Herido de arma blanca, dijo el informe

Es menudo, morocho, nariz chata, el tipo de muchacho del que huir, el muchacho peligroso solo con mirarlo.

Lo entran al box, que no tiene cortinas, ninguno tiene. Está frente al mostrador de ingresos y, si quisiera, él podría auscultar los ojos de la enfermera rubia.

Los internos, jóvenes, se van acercando para verlo o mirarlo desde afuera.

Uno de ellos camina con un disimulo que quiere ser natural, la cabeza rígida medio inclinada, para ver, mirar. Todo su cuerpo de buen muchacho correcto en tensión, su cuerpo de clase media en tensión curiosa y molesta para ver, captar, referir que puede atestiguar que vio al pequeño delincuente herido, que no se sabe si mató o hirió al herido que lo hizo llegar al hospital.

Yo estaba mirando en el celular el resumen de un ciclo de cine uruguayo, a Hendler y sus amigos tan jovencitos, a las muchachas en el balneario, Montevideo con y sin rambla, un almacén de barrio que quién sabe si no era el del PL, el de esa persona privada.

Cuando vienen a trasladarme paso yo delante del box delator, que esta junto al mío. Él está durmiendo tirado en el suelo, boca abajo, enredado en una manta corta, tiene un pañal, o eso parece, es un amasijo del que apenas se dibuja su figura menuda y cortada, desmayada, sin comida en ese suelo junto al sillón que debe haber rechazado porque lo suyo es esto otro, ese concentrado desparramo de carne y ponchito alterado, ese despojo de muchacho que mete miedo y respeto y ajenidad y lo sabe, por eso hace lo que quiere desde el encierro del arma blanca de su cuerpo de persona privada de libertad.

Apoyada en la ventana, escribiendo rápido esto, veo en el hermoso patio del hospital a un gato amarillo parecido al mío, tan soberano, tan repleto de su natural soberanía fascinante que lloriqueo un poco hacia adentro, todavía con la imagen del muchacho peligroso en mi corazón dañado. 

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