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Cine

Moscas x el rabo: «Blonde» y la vulnerabilidad absoluta

Por Alicia Migdal / Martes 18 de abril de 2023
Detalle de portada de «Blonde», de Joyce Carol Oates (Alfaguara, 2012).

«Los prejuicios de la corrección política y la idea de que es imposible acercarse a una vida llena de sufrimientos sin reproducirlos en su exceso, han consagrado casi por unanimidad a Blonde como una película fracasada». Alicia Migdal viene a rebatir esos prejuicios, con suma propiedad. 

Marilyn Monroe debe de haber sido la mujer más fotografiada del mundo. Todavía aparecen en internet imágenes suyas de impresionante fotogenia que nos sorprenden: en el set, en la vida cotidiana, en las fotos de estudio, en las sesiones con grandes artistas. Así que ver Blonde es un desafío para muchos, porque hay que poder competir con ella, con ellas. Un amigo se niega a ver cualquier película o serie en la que una actriz se maquille, se peine, se vista, hable bajito y se presente como Marilyn. Dice que su belleza y su vulnerabilidad son irreproducibles, precisamente porque estableció un modelo imitable pero inalcanzable en su interioridad.

Antes de Ana de Armas en Blonde, la notable y pequeña Michelle Williams había logrado lo imposible en Mi semana con Marilyn: que viéramos tanto al ícono como a la actriz que lo interpretaba. Un extraño milagro. Ana de Armas logra el suyo, y eso que tiene una cara con mofletes y que no trata de revivirla a partir de los estereotipos visuales servidos en bandeja por décadas de imágenes, sino comprendiendo lo que pasaba por adentro de aquella mujer. Blonde es una larga película, impresionante y singular, que adapta la mirada sobre esa mujer de la novelista Joyce Carol Oates y que es, por lo tanto, una interpretación y no una biografía que cuenta todo. Hay personajes creados por la escritora y saltos en el tiempo y en los hombres.

 La crítica en general puso el grito en el cielo y rechazó por motivos varios esta producción de Netflix que merece ser vista y, en muchos sentidos, soportada en su crudeza. El triste destino de aquella mujer no podía ni debía ser contado otra vez con el glamour fácil ni la crítica también fácil al sistema de Hollywood y de sus hombres machos. Ya sabemos todo esto, el gran Arthur Miller incluido. El #MeToo y la condena a Harvey Weinstein actualizaron e hicieron que se tomaran medidas por las prácticas degradantes sobre mujeres jóvenes que aspiraban a actuar en Hollywood. Marilyn, en su primera visita a un productor, es violada sobre el escritorio: paga así el peaje para el que no estaba preparada. Ella fue desde siempre la víctima más famosa en épocas clásicas del sistema de estrellas, de la fábrica de sueños, analizada, observada con morbo y deseada por hombres y mujeres. 

El director Andrew Dominik propone un relato no lineal, de tiempos en palimpsesto, de escenas pesadillescas, con coloraturas diversas, en una clara determinación de hacer cine arte y no una nueva biografía visual y voyeurística de aquella muchacha condenada. Su melancolía por la pérdida espontánea de varios embarazos ha sido considerada, en estos tiempos simplificadores de corrección política, como propaganda en contra del derecho al aborto, aquel que Marilyn sufrió sin buscarlo y con cuyos hijos no nacidos dialoga en pantalla. Para la corrección política, cualquier imagen de un feto no muerto flotando en la felicidad amniótica es un ataque al derecho de renunciar a él. Marilyn quería ser madre y conservarlos.

Elogiando la actuación milagrosa de la cubana Ana de Armas más allá de la reconstrucción visual del ícono, se ha insistido en que llora demasiado y en que la crudeza de las escenas sexuales es innecesaria. Llora mucho, sí, Dominik la muestra transida a lo largo de su vida de niña abandonada a la espera eterna de un padre que no llega nunca. Es la elección de una perspectiva no lineal, en la que se compactan todos los momentos de los 36 años que vivió Marilyn como un continuum de ansiedad y desgarro. Seducida y abandonada, entre otros, por J.F. Kennedy, importa mucho que el film deje abierta la hipótesis, bien verosímil, de que la muerte de la actriz no fue un suicidio sino un asesinato llevado a cabo por la mafia del presidente, harta y temerosa de esa mujer que quería algo más que sexo con un hombre poderoso. Es chocante y angustiante la escena de sexo oral, sin duda. Todas lo son, en tanto exponen una forma de intimidad radical, ya sean porno o arte. En este caso, es peor que si fuera sexo explícito porque integra una historia. 

En la cama por sus problemas de columna, con un gesto administrativo mientras habla por teléfono y mira en la tele los avatares militares de sus tropas, el hombre le indica a Marilyn que proceda sobre su pene. Marilyn lo hace, con una sorpresa e inocencia que contrastan con la imagen de sensualidad profesional acuñada sobre ella. Es una secuencia que bien se puede considerar una forma de violación, esa obligación casi pública, con el equipo del presidente en la pieza de al lado, de cumplir con el deseo unilateral y consabido del presidente de Estados Unidos. Otro hombre que la disfruta y la deja ir, shockeada, pasando entre el equipo de la oficina donde hay otras cosas más importantes que resolver, mientras una mujer llora bajito en un costado. Habrá más escenas de extrema violencia física sobre ella, en secuencias de pesadilla y de irrealidad. 

La inteligencia sensible de Marilyn y su intuición intelectual es especialmente destacada en Blonde. En su primer encuentro con Arthur Miller, tomando un café, ella opina sobre la actuación en una obra de Chéjov. Miller, que en sus memorias Vueltas al tiempo contó el impacto visceral, libidinal, de verla por primera vez entre la gente como una granada humana (y de cuya muerte no hay referencia alguna en ese mismo libro), es aquí sorprendido por una belleza que piensa. Es una gran escena en blanco y negro, con pausas, silencios y una sensación de cerebro en movimiento adentro de una belleza intocable. El film, además, ha elegido mostrarla siempre vestida atemporalmente, en una cotidianidad de pantalones negros y remera y un corte de pelo ligeramente moderno. Una especie de sinceridad formal. Impresionante el trabajo de reproducción del vestuario de Marilyn en el cine y en la vida: cuando nos parece que es ella, y no Ana, con aquel vestido fucsia de raso o una remera naranja, comprobamos que es Ana y que la producción no acudió al préstamo de secuencias filmadas. Las escenas de Una Eva y dos Adanes nos dejan boquiabiertos. Creemos estar viendo la película. Es Marilyn, es Ana de Armas, es cine sobre el cine.

Los prejuicios de la corrección política y la idea de que es imposible acercarse a una vida llena de sufrimientos sin reproducirlos en su exceso, han consagrado casi por unanimidad a Blonde como una película fracasada. Antes nadie había intentado esta experiencia radical. Negar el valor de Blonde es el típico síntoma de la misma hipocresía que condenó su vida.

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