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Felis silvestris catus

Moscas x el rabo: parecen dioses

Por Alicia Migdal / Miércoles 30 de agosto de 2023
«La Paresse», de Félix Emile-Jean Vallotton (1896).

Los gatos, casi indomesticables, casi divinos... «Mi devoción reconoce y admira justo lo que los diferencia de nosotros: que no tengan conciencia moral, que hagan solo lo que se les antoja, que busquen la exclusividad del placer, que no podamos saber nunca lo que "piensan"»: Alicia Migdal y una digresión a propósito del Felis silvestris catus.

Internet los popularizó y los sacó del estigma, estúpido y facilista, de la mala suerte, la indiferencia y la traición, el enigma del silencio y el sigilo. Como decía Groucho Marx, si te cruzas con un gato negro solo quiere decir que el animal va a alguna parte...

Ya no hay gatos por la calle, por lo menos en muchos barrios, pero sí en las ventanas y los pretiles de las casas, dispuestos al saludo afable si una les acerca un dedo a la cara y les habla en voz bajita. Ellos ignoran la enorme literatura gestada sobre ellos. Yo también, salvo que conozco las tapas de los libros que los homenajean, analizan, estudian y consagran. No sé bien por qué no los he leído, siendo que amo exageradamente a los gatos. Me da la impresión de que ya sé lo que voy a encontrar y confirmar en ellos y que prefiero disfrutarlos por mi sola y devota experiencia. 

La belleza y elegancia de los gatos parece destinada a la literatura y a las fotos con artistas famosos, especialmente con escritores. Consultando esos libros se puede confirmar la enorme cantidad de escritores adictos a los gatos, y protegidos por ellos. Hay un hermoso y emocionante poema de Charles Bukowski, por ejemplo. En internet todo se busca y se encuentra. En La Habana viven en los jardines de Finca Vigía los herederos de los numerosos gatos de Hemingway, cuya característica genética es tener seis dedos. 

Sí leí Gatos ilustres, el libro de Doris Lessing sobre los gatos que tuvo desde África a Gran Bretaña, y lo leí porque era ella y porque me interesó y espantó el perfil de alguna madre gata abandónica de sus crías, a la que Doris debía educar para que amamantara. Una gata muy narcisista e inmadura. Y un retrato realista y no romántico de todos los gatos que tuvo, y de esa especie de felinos relativamente reciente, en millones de años, en su integración a la vida de los humanos, a diferencia de los perros, a cuyos ancestros lobos el hombre domesticó mucho antes.

Ahora bien: no es mi caso la distancia realista con los gatos, sea lo que quiera decir realismo en este caso. Yo tengo una relación simbiótica con los míos y a veces su sutileza me hace olvidar que son felinos salvajes y que no son de nuestra especie en términos de comunicación y expresividad. Y esta es una gran contradicción, porque mi devoción reconoce y admira justo lo que los diferencia de nosotros: que no tengan conciencia moral, que hagan solo lo que se les antoja, que busquen la exclusividad del placer, que no podamos saber nunca lo que «piensan». Justo todo lo que una detesta de las personas en ellos es motivo de admiración y amor.

Mi hermano todavía se burla de mí porque hasta la adolescencia yo les tenía miedo. Nadie me había enseñado a relacionarme con ellos en una casa dominada por la dependencia de un perro. Eso es lo que en estos años de web hacen muchos sitios y personas, que los registran al nacer, crecer, jugar y socializar hasta que la madre terrible los desteta, los aparta del «milk bar» y los declara así listos para la adopción. Los que seguimos el proceso quedamos boqueando de amor virtual no correspondido: no los veremos más.

Hay personas que no deben tener gatos si no están dispuestos a jugar diariamente un rato con una simple piolita, a dejarlos dormir entre nuestra ropa y bajo el acolchado (hay cepillos especiales para eliminar pelos) y a darles un espacio físico donde puedan mirarnos desde las alturas de una biblioteca, ya que son cazadores alertas y, en ese sentido, indomesticables. Si se tienen de a dos no aumenta el trabajo, solo la comida y la arena sanitaria: una parejita se acompaña, juega, se abraza para dormir, se lame y se besa y por lo tanto es beneficiaria del derecho natural a vivir con uno de los suyos.

Pero hay un enorme problema: con ellos nos amenaza la finitud y el dolor porque morirán antes que nosotros. No son inmortales aunque parezcan dioses. 

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