Yo quería ser como vos
New Order, Joy Division y mi educación sentimental
Por Patricia Turnes / Lunes 20 de diciembre de 2021
Luces que se encienden y se apagan en la discoteca New Faces, una mudanza a Montevideo, la alienación y el extrañamiento de los lugares de la infancia, la música como salvavidas. Patricia Turnes reflexiona sobre las casualidades en serie que llevaron a Joy Division a convertirse en New Order, a ella misma a querer ser como Bernard Sumner.
En 1986 empezamos a ir mis
amigas y yo a New Faces, una discoteca que quedaba en la parada I de Punta del
Este, frente a la rambla. Íbamos todas juntas desde Maldonado en el mismo
ómnibus y en el trayecto cantábamos canciones de Sui Generis a todo volumen.
Cuando llegábamos nos divertíamos, tomábamos tragos, bailábamos entre nosotras
y con amigos, soñábamos con la posibilidad de un romance, con ser besadas por
algún chico en un rincón oscuro de aquella disco. Con el tiempo entendí cuál
era el verdadero motivo por el cual yo iba a bailar: sentir la música,
conectarme con el ritmo, emocionarme al escucharla, bailarla lo mejor posible,
disfrutar de aquellos raros momentos de comunión que me ofrecía la vida.
A partir de los dieciséis
años, dejó de interesarme si algún chico iba a invitarme a bailar o no. En su
lugar, empezó a tener cada vez más relevancia para mí la figura del DJ: miraba
la melena lacia que caía sobre aquella cara bronceada y, mientras, competía
conmigo misma por adivinar cuál sería la próxima canción que él pasaría, por
identificar cómo se llamaba el tema o de qué banda era. Ese era mi verdadero
juego, pero nunca se lo dije a nadie.
Una de las canciones con las
que me identificaba por entonces era «Blue Monday». Solían pasarla para invitar
a la gente a bailar; cuando sonaba, la pista explotaba. Y se daba aquella
paradoja: estaba rodeada de gente entre luces que prendían y apagaban, y, sin
embargo, me sentía sola. Entonces aparecía la voz de Bernard Sumner y me
interpelaba, le ponía palabras a mi vacío: «Decime cómo se siente/ cuando tu
corazón/ se enfría/ cómo se siente/ cómo se siente/ cómo se siente». Cuando
todo terminaba yo volvía a mi casa con los pies cansados, con una sensación de
anhelo: «¡Tiene que haber algo más que esto!» pensaba.
Tuvieron que darse una serie
de causalidades para que yo conociera, años más tarde, a Joy Division —el grupo
del que venía originalmente Bernard Sumner. Me mudé a Montevideo, me aliené en
la ciudad, me sentí un cero a la izquierda, empecé a extrañar a mis amigos de
Maldonado, así como a la naturaleza, a la playa y un largo etcétera. Todo eso y
mucho más tuvo que pasar para que yo conociera a la banda inglesa protagonista
del post-punk. Una de mis compañeras de liceo me prestó el Sansueña de Darnauchans. Al tiempo, otra de mis nuevas amigas
montevideanas se hizo novia de un bajista que usaba una remera pintada por él
mismo con la imagen del Unknown pleasures;
fue él quien compartió por primera vez la música de Joy Division conmigo.
Este año leí un par de libros
que me hicieron revivir todo esto. Una
luz abrasadora, el sol y todo lo demás: Joy Division. La historia oral —un
libro coral que lleva la firma de Jon Savage— y New Order, Joy Division y yo, la autobiografía de Bernard Sumner. El
resultado fue que me enteré, por ejemplo, de que Sumner a los dieciséis años
tuvo una epifanía una deprimente noche invernal en su Manchester natal. Él, como
yo a aquella edad, pensó mientras caminaba con sus amigos por una calle de su
ciudad: «¡Tiene que haber algo más que esto!». Según Bernard Sumner
Cuando no hay estímulos que encontrar en
el exterior, no tienes más remedio que mirar dentro de ti en busca de
inspiración, y cuando lo hice estalló una creatividad que siempre había estado
ahí. Se mezcló con mi entorno y mis experiencias vitales para convertirse en
algo tangible, algo que expresaba lo que yo era. Para algunas personas eso se
canaliza en un lienzo; para otras, emerge en un texto, o tal vez en el deporte.
En mi caso, y en el de las personas con las que creé el sonido de Joy Division,
se puso de manifiesto en la música. El sonido al que dimos forma fue el sonido
de aquella noche —un sonido frío, sombrío, industrial—, y surgió desde dentro.[1]
Ese «algo más» en mi vida terminó
siendo la música, aunque no lo sabía cuando iba a New Faces.
Leer estos libros me ha hecho
reflexionar acerca del papel que tienen las conexiones casuales que suceden
entre las personas, los lugares y los hechos: nada de lo que pasa es bueno ni
malo, solo el eslabón necesario de una cadena que nos conduce hacia la siguiente
experiencia. Al final pareciera que todo lo que nos ocurre está «destinado» a
suceder. ¿Hasta qué punto el hecho de tener varias personas con alguna
discapacidad y enfermedad en la familia no influyó en el desarrollo artístico
de Bernard Sumner? ¿Qué hubiera sido de aquel joven si se hubiera dejado
influenciar por aquel profesor que, al verlo con un libro de poesía de la
biblioteca, le pidió que lo devolviera inmediatamente (teniendo en cuenta su
procedencia, seguro que terminaría trabajando en una fábrica, así que no tenía sentido
ninguno que leyera aquellos poemas)? ¿Y si Sumner hubiera perdido a los once
años el examen selectivo que dio para entrar a la misma secundaria a la que
asistía Peter Hook? ¿Habrían ellos decidido formar un grupo si no hubieran
asistido a aquel mítico concierto de los Sex Pistols en el Lesser Free Trade
Hall de Manchester el 4 de junio de 1976 en el que la banda punk dejó claro a
las cuarenta personas que asistieron que no era necesario ser un virtuoso para
componer temas que lleguen a la gente? Aún más, ¿se habría formado Joy Division
si Ian Curtis no hubiera respondido aquel aviso que pusieron Peter Hook y
Bernard Sumner en la disquería Virgin Records solicitando vocalista? ¿Habría
Joy Division devenido en la banda de culto en la que se transformó sin la
contribución de cada uno de sus miembros, incluyendo las bases de Stephen
Morris con su batería o las locas ideas de su productor Martin Hannett? Pero también
me cuestiono qué hubiera pasado si Ian Curtis no hubiera empezado con aquellos
ataques de epilepsia ¿Y si Ian hubiera seguido siendo un esposo ideal junto a
Deborah Curtis y a su hija en lugar de conocer a la belga Annik Honoré? ¿Habría
explotado Joy Division sin el apoyo incondicional y el trato económico
preferencial que les brindó el sello Factory Records? ¿Habría tenido New Order el
éxito que tuvo si no fuera porque después del suicidio de Ian el manager Rob
Gretton dijo que Bernard Sumner debía ser el vocalista? Todas estas
interrogantes y muchas más se pueden aclarar con la lectura de estos libros.
[1]
Sumner, B., New Order, Joy Division y yo,
Madrid: Sexto Piso, 2015, p. 20.
Productos Relacionados
También podría interesarte
Cuando era chica, Patricia Turnes solía inventar múltiples personajes, cada uno con su estilo y su personalidad. Esta capacidad camaleónica la salvó y potenció un proceso creativo que ahora, parafraseando a Fernando Cabrera, desemboca en su nueva columna «Yo quería ser como vos»: un espacio para tratar sobre identidades reales y ficticias que admira y con las que alguna vez soñó en convertirse.
Un libro, una canción, de nuevo un libro; días que se repiten; sonidos sincronizados que reiteran en una sucesión constante, casi eterna. Voces de un pasado, que nunca se fueron; fantasmas. Uno, dos y de nuevo uno. Tabaré Couto inicia una serie de conexiones entre literatura, música, cine, artes y otros acontecimientos cotidianos que en esta ocasión hilvanan la pandemia, Guitarra negra y las estructuras en loop.