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Homenaje a Onetti

Onetti poeta

Por Francisco Álvez Francese / Sábado 21 de octubre de 2017
Juan Carlos Onetti y su esposa, Dolly.
El pasado 30 de mayo, Juan Carlos Onetti hubiera cumplido 108 años. Francisco Álvez Francese se propone, a modo de homenaje, descubrirlo en una faceta que no ha sido muy explorada: la poesía. Juntar las palabras Onetti y «poeta» suena casi a provocación, pero lo cierto es que una constante en su obra es la reflexión sobre la poesía, los poetas y el lenguaje poético. La cuestión, simplemente, está en detenerse y leer.

Gracias, Dios mío, por no haberme hecho mujer, ni negro ni judío ni perro ni petizo

Charles Baudelaire

***

La cita es apócrifa, pero su inmenso poder radica a la vez en la mención de Dios, en el motivo de agradecimiento (que hoy se diría políticamente incorrecto) y en el autor (el poeta) que le inventa Onetti para que Frieda, personaje femenino del cuento «Justo el 31» (con la ineludible referencia al tango de Discépolo), lea mientras está sentada en el baño, de un «cartelito clavado entre el botiquín y la pileta». «Nadie que usara el inodoro podía alejarse sin haberlos rezado», dice el narrador.

***

Quince años después de su publicación, el cuento sería agregado como capítulo en Dejemos hablar al viento (con la ineludible cita de Ezra Pound).
Engrapado a una de las páginas de un cuaderno con borradores de esa novela, Alma Bolón encontró un rectángulo de papel (¿un «cartelito»?), en el que Onetti escribió: «Casi ningún jadeo sin el paisaje y su ajenidad indiferente —Las nubes, las maravillosas nubes— —Extranjero pero no amas—». La frase subrayada es una cita bastante literal (y, esta vez, fiel) del poema en prosa El extranjero de Baudelaire.

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«Sus versos lo­graron borrar la habitación, la noche y al mismo Cordes», dice el narrador de El pozo, uno de los debuts más poderosos de la literatura. Esa suplantación de la realidad por la ficción poética, por la mera enunciación de las palabras, será un elemento central en la prosa de Onetti y no puede ser casual que en su primera novela le corresponda a un poeta suplantar por versos, como un mago (la comparación es explícita en el texto), esa noche, la habitación y a sí mismo.
Las palabras son nombres: Cordes va nombrando las cosas como Adán en el Edén y esas cosas toman cuerpo, empiezan a existir, a significar. Que se niegue al lector el poder de esas palabras (que no se reproducen, a las que se refiere, meramente, desde una imposibilidad), no hace más que confirmar el poder revelador de su magia.

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En una de sus novelas del llamado «ciclo de Santa María», Juntacadáveres, Lanza, un viejo cronista, le dice al narrador que un libro de versos «nunca puede ser definitivo en el sentido que nos interesa; es siempre un principio, un camino que se abre» y que la poesía está hecha «con lo que nos falta, con lo que no tenemos».

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En esa novela de 1964, que no deja de ser también el retrato del artista adolescente que es Jorge Malabia, hay un fragmento de un poema de Onetti, su «Balada del ausente». Dice:

Acepto el fracaso, me pongo el impermeable, la boina; frente al espejo, agradezco a Julita el secreto —cualquiera sea el secreto suyo que da origen al que compartimos—, antes de apagar la luz culpo a Julita por el poema y le atribuyo los cuatro versos que acabo de escribir.

Y yo la, lo pierdo doy mi vida.
A cambio de vejeces y ambiciones ajenas
Cada día más antiguas, suciamente deseosas y extrañas.
Ir y no lo haré, dejar y no puedo.

Ese poema, que es bastante más largo (y en el verso final dice volver en lugar de ir), pasa así de Onetti a Malabia y de ahí a Julia, otra vez en una sucesión de autores y de nombres que intercambian máscaras e identidades, como el falso Baudelaire o el caso del «poema inmortal erróneamente atribuido a Pavese, tan lejano de su estilo y preocupación», que se nombra en el cuento «A las tres de la mañana».

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El conmovedor artículo que Onetti escribió en memoria de Susana Soca, un auténtico retrato de la mezquindad nacional, cierra con una frase enigmática: «Tal vez por todo esto uno de mis mejores amigos le dedicó un libro con estas palabras: Para Susana Soca: Por ser la más desnuda forma de la piedad que he conocido; por su talento».
Ese amigo, uno de los mejores, no es otro que él mismo. El libro es Juntacadáveres. La poeta llevaba cinco años muerta cuando se publicó.

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¿Qué clase de definición de la poesía es la de Lanza? Se puede decir, tal vez, lo que le responde su interlocutor, furioso. Que «los miles de libros que se han escrito también se hicieron con lo que nos falta».

***

En Tierra de nadie, Aránzuru está a la busca de una isla utópica y recuerda cuántas veces Num le había cambiado el nombre: «Anakai, Tangata, Faruru», cifra de su carácter imposible, que se resolverá dramáticamente años después en El astillero.

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En agosto del 79 se publicó, en El País de Madrid, una columna de Onetti bajo el nombre Reflexiones de un poeta. En ella menciona «una isla que luego fue griega» que estaba habitada por poetas. La isla, que se llamaba Parnaso, «mantuvo este nombre hasta que un escritor la visitó y le dio nueva inmortalidad». Fue Lawrence Durrel, dice Onetti, quien «la bautizó Likari», aunque agrega que puede tratarse de una equivocación suya.
Poco importa si este «error» es tal (Durrel, que yo sepa, no habla de una Likari en El cuarteto de Alejandría); importan dos cosas: el cambio de nombres de la isla y su relación con la poesía. Porque más allá de la intención burlona del artículo (una intensa diatriba contra los poetas de ese tiempo), que finalmente nombra a Julio Herrera y Reissig como el único gran poeta de Santa María (no de Montevideo, ni de Uruguay), en sus páginas de nombres corridos está la definición que Lanza dejó trunca.

***

Onetti postula al poeta, desde la cita al poema en prosa de Baudelaire a su caracterización de Herrera y Reissig, como un desterrado. Su obra es necesariamente incompleta, fugaz, inaprensible y tiene el poder, a veces, de sustituir al mundo.
Sin usar la máscara de un personaje (salvo la del escritor postrado en el exilio, que lee policiales desde la cama y, cada tanto, mira Madrid por la ventana, adivinándola), Onetti dice en el artículo de 1979: «Poeta es el que escribe unas cosas —no necesariamente en verso— que despiertan en mí unas misteriosas sensaciones, que llamo poéticas, porque no hay otra palabra para nombrarlas. Y punto».

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Lecturas recomendadas

             Novelas-breves.jpg Cuentos.jpg El-astillero.jpg

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