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Sentirse sentido: Terapia y era digital

Por Facundo Rojí Sanseviero / Martes 01 de marzo de 2022
Detalle de «Nighthawks», de Edward Hopper. Art Institute of Chicago.

A Facundo Rojí Sanseviero ya se le conoce su faceta de psicólogo. A propósito de eso, nos trae una columna con lecturas de psicología, filosofía, ficción, y más. En este primer texto, reseña el libro Deberías hablar con alguien (Urano, 2021), de la psicoterapeuta estadounidense Lori Gottlieb. A partir del testimonio de terapeuta y también de consultante de Gottlieb, Facundo reivindica el encuentro cara a cara y la dialéctica palabra/escucha como claves a favor de las terapias en plural.

Desde algunos años a esta parte, un poco por mi nueva profesión y otro por curiosidad, he dedicado mis horas a la lectura de libros escritos por terapeutas. Estoy en formación, por lo cual toda la experiencia acumulada por otros colegas me resulta de mucha ayuda en tanto permite otras formas de intervenir y abordar el singular vínculo terapeuta/consultante (prefiero este concepto antes que paciente)

Dicho esto, y más allá mis propias lecturas, el vínculo entre literatura y psicología es profundo y viene desde hace mucho; nada vengo a descubrir. Los grandes maestros de Freud provienen de la literatura; Shakespeare, Dostoievski, los clásicos griegos y el Quijote están entre sus favoritos, al tiempo que lecturas de otras disciplinas formaron el caldo de cultivo para su propia conceptualización teórica y, también, forjaron su gran estilo literario. Más recientes en el tiempo, nos encontramos con una constelación de terapeutas escritores: el neurólogo Oliver Sacks, el psiquiatra Irvin Yalom, el psicoanalista Gabriel Rolón, entre otros. Dentro de este grupo, el libro Deberías hablar con alguien, de la psicoterapeuta estadounidense Lori Gottlieb, aporta una nueva mirada en torno a los procesos de acompañamiento que ella misma realiza con sus consultantes. Además, el libro transita por el propio proceso terapéutico de la autora, impulsado por el repentino abandono de quien iba a ser su esposo; he aquí el primer toque distintivo y original de este libro: la narración autobiográfica de su doble condición de terapeuta y consultante.

A modo de ilustrar la estructura del libro (¡tiene quinientas páginas!), podemos decir que consta de tres partes o ejes temáticos que se entrelazan. Primero están los dos nombrados más arriba (la historia de cuatro de sus consultantes y de su propio proceso terapéutico). Otro eje es el relato de su vida, con especial interés en el momento de su llegada al mundo psi luego de transitar por distintas experiencias laborales como guionista de varias series televisivas y sus años como estudiante de Medicina. Es aquí que va explorando, a través de una práctica en un hospital, el interés que le despiertan las historias que hay detrás de los que padecen y sufren alguna dolencia, ya sea física o psíquica. De esta manera, cuenta cómo pudo unir su vocación de escucha y ayuda en una profesión, la psicoterapia. 

La selección de los casos clínicos por parte de la autora se destaca por la familiaridad que podemos sentir al conocer las situaciones que llegan a su consulta, conflictivas de la vida cotidiana contemporánea: un «exitoso» padre de familia en plena crisis matrimonial, una mujer atravesando una enfermedad terminal que no renuncia a fantasear con un futuro, una joven adicta a las relaciones destructivas y una mujer próxima a cumplir setenta años buscando volver a enamorarse. Es imposible no empatizar con los consultantes y sus conflictos pues los temas de fondo son los de la propia condición humana: la relación entre amor y deseo, la fragilidad de la vida frente a la imposición de la muerte, la relación que tenemos con nosotros mismos y con los otros, la incertidumbre sobre el futuro, algo que ahora sí quedó marcado a fuego con la pandemia. 

La autora, con una gran capacidad descriptiva, nos transporta al espacio del consultorio, a los diálogos y reflexiones que van armando la relación singular que se trama entre la persona que llega a la consulta y el terapeuta que tiene como principal tarea acompañar. Nos transformamos así, como lectores, en espectadores privilegiados del trabajo psicoterapéutico de Lori con sus consultantes y también asistimos a su propio proceso terapéutico con su terapeuta Wendell. No es un libro técnico en absoluto. Si bien hace referencia a conceptualizaciones teóricas de varias áreas de la psicoterapia y la psicología, la propia autora se encarga de explicarlas con un lenguaje claro y preciso, sin ornamentos que dificulten la comprensión de la historia y de sus señalamientos como terapeuta. De algún modo, parece que los recursos utilizados en sus trabajos como guionista se despliegan a la hora de darle «cuerpo» a las vidas de sus consultantes, a su presente como terapeuta y al vínculo con su propio psicólogo (de hecho, los derechos del libro ya fueron adquiridos para realizar una serie)

Ahora bien, vale aclarar que es un libro que posibilita y abre un portal para preguntarnos por nuestras propias historias, los miedos que transitamos, las fantasías que anidamos, los proyectos que construimos, los relatos que nos componen (nuestras vidas son ficciones infinitas) y la manera en la que pedimos ayuda cuando la necesitamos. En esto quiero detenerme/quiero destacar, también, que este libro puede leerse como un alegato a favor de las terapias (sí, en plural) en el que la autora rompe con la supremacía de unas corrientes psicológicas sobre otras. Por ejemplo, creer que el psicoanálisis puede ofrecer mejores resultados que alguien que trabaje desde la perspectiva de la teoría cognitivo-conductual o viceversa; clásica discusión en los ámbitos académicos psi. Está harto demostrado que para que un tratamiento psicoterapéutico obtenga buenos resultados (si es que podemos esperar «resultados») lo más importante es la relación que se establece en un tiempo/espacio acordado entre el consultante y el terapeuta, incluso por encima de la preparación teórica del profesional. La autora habla de la experiencia de «sentirse sentido» por parte de quien consulta como lo fundamental en su trabajo clínico. En tiempos de narcisismo salvaje, reconocer que precisamos otra mirada de nosotros mismos, libre de prejuicio y en escucha presente, no es sencillo, y aceptar/acceder/poder acercarse a ese espacio es un acto de humana humildad, la misma que tiene Lori Gottlier a la hora de mostrarnos a lo largo del libro sus propios conflictos cotidianos en torno a su vida, a la crianza de un hijo adolescente, al abandono de quien iba a ser su marido, a la búsqueda de terapeuta, o a las crisis de sentido de la mediana edad. 

Más allá de las trayectorias concretas de los consultantes, y de ella misma, el libro abre el debate ante las preguntas que, por lo menos, me asolan cada vez que la literatura, la psicología y el momento sociohistórico se cruzan por mis lecturas: ¿es posible hablar de salud mental en estos tiempos pandémicos, caóticos y apocalípticos? ¿Cómo podemos pensar el impacto de los espacios virtuales, cada vez más frecuentes en nuestra cotidianidad? ¿Estamos en los umbrales de la existencia virtual, en donde el encuentro desde lo humano (la proximidad física, el contacto, la mirada) será la excepción a la regla, el metaverso de nuestras existencias/digitalización de la vida? 

Hace unos meses vi la película No mires arriba, realizada por Netflix, el Hollywood contemporáneo hecho a demanda y personalizado. Sin irme por las ramas, en una escena de esta comedia satírica (?) aparece un gurú tecnológico filántropo al mejor estilo Steve Jobs, con el mejor y más avanzado teléfono que, entre otras funciones, posee una aplicación que detecta el estado de ánimo del usuario y automáticamente agenda una consulta psicoterapéutica virtual con su «terapeuta» (que es, obviamente, una computadora). Jugando e imaginando en torno a esta idea, tal vez, en el futuro, el libro de Lori Gottlieb se transforme en un testimonio de una era en la que, a través del encuentro físico, el cara a cara y la dialéctica palabra/escucha, podíamos sentirnos acompañados, cercanos, humanos. Intentemos no olvidarla.

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