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Literatura y ecología

Tercer paisaje: memoria ambiental y libros recientes

Por Sheila Pérez Murcia / Miércoles 22 de febrero de 2023
Fragmento de portada de «El tercer paraíso», de Cristian Alarcón (Penguin, 2022).

«Si la expulsión del paraíso, el primer castigo de la humanidad, fue botánico, tal vez sea también botánica su redención» sugiere Sheila Pérez en un diálogo entre escritores de un lado y otro del Atlántico atravesado por la memoria ambiental. El premiado El tercer paraíso, de Cristian Alarcón, se enreda con otras dos obras contemporáneas (y aledañas) que Sheila lee en clave de respuesta a la crisis de nuestro planeta.

«Así, en la ruina y todo, había gente buena y gente mala; así mismo, había plantas en el lugar, había recuerdos por medio de esas plantas.»

Winder Jojoa, Un herbario del Bronx. Vida y memoria entre las ruinas.


«El recuerdo es el único paraíso del que no pueden arrojarnos.»

Mediano. La memoria ahogada.


En noviembre de 2021 la decisión de volver a casa estaba tomada. Ese mismo mes Virginia Mendoza publicaba en España Detendrán mi río, una crónica novelada sobre la anegación de Cauvaca, su huerta, sus gentes, su futuro. La fertilidad de esta tierra zaragozana vería desaparecer sus melocotoneros, cerezos, albaricoqueros y un mar de olivos que habían sabido resistir heladas, bajo las aguas del embalse de Mequinenza. Franco inauguraba un nuevo pantano en 1967 y Cauvaca pasaba a engrosar la lista de territorios inundados en nombre del «interés general»: más de seiscientas presas por toda España al servicio de una estrategia de producción energética que llevaría al desarrollo industrial ciudades como Bilbao y Barcelona mientras al campo lo vaciaban. Cuando la sequía azota, las torres de los campanarios de Mediano o La Muerda reaparecen fantasmales desde la profundidad del embalse, invocando las raquíticas indemnizaciones concedidas, las condenas a trabajos forzados de los presos políticos, la ausencia de quienes prefirieron abrazar la muerte que abandonar la casa. Sin haberlo leído por ese entonces, Detendrán mi río se convertía en el primer libro de mi lista para iniciar un posible club de lecturas medioambientales en mi ciudad. Libros, paisaje, memoria y territorio, para pensar en un primer encuentro. Afortunadamente este club ya existía y yo no tendría que preocuparme por activar un espacio de diálogo sobre literatura y ecología.

Mercedes es la protagonista de Detendrán mi río, un relato desbordante, escrito desde la ternura, el respeto y la documentación histórica: «era una en el agua, con el agua y para el agua. [...] ella pertenecía a ese lugar, como si algo le dijese que ella y el agua y los peces estaban hechos de la misma materia.» La historia de Mercedes está atravesada por un río que, detenido en la vorágine hidráulica de la posguerra, un día cubriría los lugares de su infancia. ¿Cómo regresar a un lugar que ha dejado de existir? ¿Cómo escribir el desarraigo desde la memoria histórica y ambiental? Si tuviese que invitar a dos escritores a dialogar sobre estas preguntas serían sin dudas Virginia Mendoza y Cristian Alarcón, premio Alfaguara 2022 por El tercer paraíso

Ambos autores comparten la formación periodística y se decantan por la crónica literaria para sus últimas publicaciones, en una hibridación del género con la novela, la biografía y la estructura del fragmento. Historias plurales, cronologías cambiantes que nada podrían tener en común y que sin embargo entretejen la identidad de los personajes. En El tercer paraíso, el protagonista de la historia cultiva su jardín y sus recuerdos, seleccionando las semillas, las vivencias de la infancia, abonando el terreno y dando espacio al mismo tiempo al crecimiento no planificado de yuyos y yerbas, observando sin juzgar el equilibrio de un ecosistema mnemónico y botánico en permanente movimiento. Como por casualidad, ambas son narraciones en tres actos, en tres paraísos, cortadas por las dictaduras chilena y española, marcadas por el desarraigo.

Arrancar: 'Sacar de raíz. Sacar con violencia algo del lugar a que está adherido o sujeto, o de que forma parte'. «¿Qué raíces me representan? Me decanto por las epífitas y aéreas, que no necesitan un origen en tierra y solo se posan en algo que se puede perder: un árbol, una patria.», escribe Clara Obligado en Todo lo que crece, publicado por Páginas de espuma el mismo mes en que Detendrán mi río llegaba a las librerías. Sin duda, mi encuentro imaginario entre escritores estaría moderado por esta escritora liminal, nacida en Argentina pero exiliada en España, cuya obra se mueve con comodidad en las arenas movedizas de lo fronterizo, el fértil intervalo entre la pertenencia y la extranjería. En su «ensayito fractal», como ella acostumbra a referirse, Clara se acerca a la Naturaleza desde lo cotidiano, lo concreto, lo doméstico y recala en la problemática de la identidad encorsetada, de la memoria rígida, a través de un lenguaje mestizo: malvones y geranios, macetas y tiestos, jacarandás o encinas, una luna que crece al revés en el hemisferio norte. La Naturaleza se presenta como testigo de la extranjera.

Tanto Clara como Cristián encuentran en el jardinero francés Gilles Clément un alivio para lo no definido, lo diverso, aquello que se sale de las categorías aparentemente inmutables; encuentran un nombre: Tercer paisaje. En un contexto de boom inmobiliario en Europa, de crisis y de abandono de proyectos, el paisajista, botánico y ensayista recupera el valor de lo baldío, de los desprendidos espacios residuales en los que proliferan las relaciones no planificadas de plantas y animales. Las orillas de los ríos, las lindes de los bosques, los costados de la carretera o las esquinas de un prado se convierten en espacios heterogéneos y caóticos, sin poder ni sometimiento, que se constituyen como refugio de la diversidad, como posibilidad de futuro biológico. «El tercer paisaje realza lugares despreciables para el ojo lleno de prejuicios de quien espera la estética del orden. En la sombra del sotobosque yace una quietud que el inconsciente quiere expulsar», dice Clément. «Es comprensible: lo limpio y claro tranquiliza.», escribe Cristian, casi al final del libro, en una reflexión que superpone al paisaje marginal la potencialidad de las cartografías de lo queer. Por su parte, Clara agrega: «Si fuera un jardín, ¿qué jardín sería? Hay un estilo de jardín residual que verdea en terrenos sin cultivar, baldíos o zonas de acceso intrincado y que es un refugio. Se genera por su propio dinamismo, sin que lo planten, sin límites ni categorías definidas y modifica la zona de manera inesperada y sorprendente. [...] Así me siento yo. ¿Hay, también, un tercer paisaje para el extranjero?».

¿Por qué ligar nuestra memoria a la memoria ambiental, la cuestión de la identidad al paisaje? Si la expulsión del paraíso, el primer castigo de la humanidad, fue botánico, tal vez sea también botánica su redención. Tres relatos escritos en pandemia que son, sobre todo, actos de escritura de la vida.

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