Procesos de creación
Texto en obra: Gustavo Espinosa
Por Escaramuza / Viernes 08 de abril de 2022
Foto: Kiko Quintela.
Gustavo Espinosa (Treinta y Tres, 1961) no necesita presentación. Libros geniales como Las arañas de Marte (2011), Carlota podrida (2009), Todo termina aquí (2016) y La galaxia Góngora (2021), entre otros, lo han posicionado como un escritor netamente excepcional. Tal vez haya quienes sepan que además es docente y músico. Menos conocido es que se le ha dado por crear historietas. Para saber qué manías tiene Espinosa al escribir, a quién ha copiado deliberadamente y qué está leyendo, lean sus respuestas al insidioso cuestionario de «Texto en obra».
¿Cuál fue el primer texto literario que recordás haber escrito?
Un poema sobre el otoño, en 1972. La recepción de ese texto cambió mi investidura como escritor escolar: pasé de ser el vate oficial (Zorrilla de San Martín o Virgilio) a ser un poeta maldito. Hasta entonces yo componía, por encargo institucional, páginas sobre el Grito de Asencio o sobre el día del árbol para ser leídos en actos solemnes. Pero un día, en la página 169 de un buen libro titulado Cuento y canto, descubrí el poema «A un olmo seco» de Antonio Machado. Aquello me produjo una especie de entusiasmo triste y ganas de imitarlo, de escribir sin que nadie me lo encargara. Hice un texto bastante largo, y se lo entregué a la maestra: al otro día me lo devolvió con un MB y sin ningún comentario. También se lo mostré a mis padres, que se pelearon por cuestiones que tenían que ver con la interpretación de mi poema, y no se ponían de acuerdo sobre si era conveniente hacerlo conocer entre parientes y amigos. Desde esos episodios pasé a considerar aquellos impulsos poéticos como una especie de vicio vergonzoso, cuyo ejercicio debía mantener en secreto. Sólo mostraba a algún amigo íntimo (al que consideraba un apestado como yo) los cuentos o poemas que escribía escondido. Estuve bastante tiempo así, hasta que me salvó el rock and roll: me puse a escribir canciones para tocarlas con mis amigos.
¿A quién te acordás de haber copiado deliberadamente al escribir?
Al cantor y poeta Eustaquio Sosa, que era de mi barrio, a Baudrillard, a Pedro Leandro Ipuche, al baterista, cantante y compositor argentino Javier Martínez, al guionista de historietas paraguayo Robin Wood, a Bioy, a Borges, a Sandino Núñez, a algún traductor de Homero. Tal vez, cuando creo no estar copiando a nadie, la página es un guiso donde plagio a todos esos autores simultáneamente.
¿Cuáles son las condiciones en que preferís escribir?
Prefiero escribir cuando estoy sobrio.
¿Guardás todos los manuscritos/archivos o los descartás una vez que los usaste?
Conservo todos los borradores de lo que escribí a mano: mi primera novela (China es un frasco de fetos) y el poema largo que es la segunda parte de mi último libro (La galaxia Góngora). He dado charlas para estudiantes o talleristas usando el papeles viejos de China... Los archivos de lo que hice en computadora van quedando por ahí, no me he preocupado por salvarlos. También guardo apuntes, memorándums (¿memoranda?) u hojas de ruta que voy haciendo en libretas mientras estoy escribiendo una novela en la computadora.
¿Empezás un texto ya sabiendo lo que vas a escribir?
Sí. Trato, compulsivamente, de tener control sobre el texto. Pero siempre sucede que, cuando termino algo (digamos una novela), aquella imagen o proyecto inicial del que había partido me parece una especie de feto deforme donde casi no se reconoce la forma final.
¿Saboteás tu propia escritura? ¿O lo contrario? ¿De qué maneras?
Tengo algunas manías que son de autoboicot y de estímulo a la vez. Una de ellas es diseñar y anotar las etapas de un protocolo. Por ejemplo: «28/2. Redactar encuentro sexual entre la marquesa y el estudiante. Revisar indirecto libre». Una vez cumplida esa tarea, tacho la consigna y anoto fecha y hora. Eso me produce alivio: un problema menos. También suelo practicar lo que alguna vez un amigo llamó el «logos interruptus». Se trata de cortar abruptamente la escritura para ir a cocinar o a sacar la basura. Frecuentemente se resuelven cosas (situaciones, frases) mientras no estoy escribiendo. Tengo otras supersticiones que no voy a revelar porque son ridículas y –sobre todo– porque si las revelo perderían efectividad.
¿Hay alguna oración/verso tuyo que luego de publicado te generó arrepentimiento?
Hubo un endecasílabo de uno de los poemas de Cólico miserere que decidí eliminar cuando corregía las pruebas para la primera edición (Trilce, 2009). Lo hice por pudor, pensando que podía ser leído por mi madre o por mi tía la monja. Después de que la editorial Trilce convirtiese en pulpa de papel algunos cientos de ejemplares del libro, Amir Hamed decidió volverlo a publicar en 2015; entonces volví a incluir aquel verso. Dejo a unos improbables filólogos del futuro (gente que suele ocuparse de estas minucias con dedicación digna de mejor causa) la tarea de confrontar las dos ediciones e identificar la línea en cuestión.
¿Qué estás escribiendo? ¿Podrías mostrarnos un fragmento? (puede ser una foto de algo manuscrito)
Con Gustavo Alzugaray estamos haciendo una historieta ambientada en el Siglo XIX. No pretende ser algo muy «artie», sino un poco kitsch, con textos ampulosos: una aventura a la manera de las que publicaba la editorial argentina Columba en los años 1970.
¿Qué libros te rodean en tu proceso de creación actual?
Desde Las arañas de Marte escribo, generalmente, en una pieza de arriba, donde tengo dos o tres estantes con los libros de filología gongorina, los libros sobre rock y blues, las historietas y la poesía. Últimamente he estado remirando El Eternauta (la de Oesterheld-Solano Lopez, y la de Oesterheld-Breccia), la novela gráfica Hyver 1709, de Phillipe Xavier y Nathalie Sergeef, y algunos viejos ejemplares de la revista argentina D’Artagnan. También he estado viendo las Memorias de Garibaldi, escritas por Alejandro Dumas.
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