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Creación literaria

#8M: las escritoras y sus obras

Por Rosario Lázaro Igoa / Miércoles 08 de marzo de 2023

Para destacar aún más hoy la creación de mujeres escritoras, entrevistamos a Mónica Ojeda, Lorena Vega, Inés Bortagaray, Dagmara Kraus, Alicia Migdal, Mercedes Estramil, Liliana Colanzi y Camila Fabbri. Las preguntas giran en torno a la construcción de una obra propia, con todo lo que eso implica.

El hermoso libro Autorretrato, de Celia Paul (Chai, 2022), pone sobre la mesa un asunto que, hoy marzo, tiene una vigencia para nada mitigada: ¿cómo hacen las artistas mujeres para edificar una obra, para conciliar la devoción a la creación con los vínculos o la urgencia falluta de las tareas más mundanas? «Uno de los mayores desafíos que enfrenté como artista y mujer es el conflicto entre que me importe alguien, amar a alguien, y al mismo tiempo permanecer íntegramente dedicada a mi arte», escribe Paul en aquel libro. Puede ser el amor o el trabajo, la falta de tiempo o tantos otros escollos... Con esa idea en mente, quisimos saber qué ocurre en el universo de la creación literaria, uruguaya, latinoamericana y de otros lados también. Elegimos voces que nos interesan. Diversas procedencias, obras de signos y antigüedades disímiles. Esto es lo que respondieron ellas, las escritoras admiradas, sobre la construcción de la obra propia. 


Mónica Ojeda (Guayaquil, Ecuador, 1988)


¿Cómo ha sido la dedicación a tu obra a lo largo de tu trayectoria?

Absoluta. Yo empecé a escribir muy chica, a mis 10 años, y ya no paré. Me pasé toda mi adolescencia diciéndole a la gente que iba a ser escritora y escribiendo cuentos que ganaban concursos intercolegiales: con eso yo me creía que ya era escritora. Qué inocencia y cuánta ternura. Lo importante es que en realidad nunca cambié y nunca dudé de eso. Sabía que no iba a poder vivir de la escritura, que tendría que trabajar de otra manera, pero siempre tuve claro que iba a dedicarme a escribir, que la escritura sería mi vida.

¿Qué importancia le conferís al construir una obra? ¿Tenés una noción de qué es lo que querés construir?

Me gusta mucho partir de una obsesión, es decir, partir de la pasión y del deseo, y ya luego trabajar en la arquitectura de lo que he hecho. Ese trabajo viene después: el de darle una forma acabada y bien pulida. Primero me gusta lanzarme a la escritura como a una aventura de descubrimiento, me lo tomo de una forma lúdica y exploratoria. Pienso mucho durante el proceso, pero no solo en términos arquitectónicos del texto, sino en términos poéticos. Pienso en lo que estoy haciendo, en por qué me llama más este camino y no otro... Busco asombrarme. En otras palabras, esa primera parte de la escritura es una búsqueda de la emoción y una protección y una alimentación de la emoción. Después viene la parte oficiosa.

¿Qué factores complotan en contra de tu impulso de crear? ¿Cuáles son tus estrategias para favorecer que ese impulso encuentre su cauce?

Lo que voy a decir es odioso, pero hasta el momento nunca he tenido tal cosa como bloqueo de escritora. Mi deseo de escribir es y ha sido tan voraz que nunca se ha quedado quieto. Todo lo llama, todo lo consume. Incluso cuando he tenido que trabajar más de cuarenta horas semanales he encontrado huecos para escribir, en medio de la ansiedad, como quien busca agua para calmar la sed. A mí la vida me da mucha sed y la literatura me la calma por un rato. Todavía no me ha pasado tener que luchar ni contra la falta de tiempo, ni contra el desánimo, ni siquiera contra la ansiedad o la tristeza para escribir: cada vez que he estado en esas situaciones, la escritura me ha acompañado como una especie de refugio. Ahora: lo de dar cauce al impulso me parece fundamental. Yo siempre estoy trabajando en darle cauce a ese deseo de escritura que nunca se agota, en darle dirección. Esa dirección es, normalmente, implica obsesionarme con algo. Estoy convencida de que no se puede escribir si uno no está obsesionado con aquello de lo que escribe.

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Mercedes Estramil (Montevideo, 1965)


¿Cómo ha sido la dedicación a tu obra a lo largo de tu trayectoria?

Es una dedicación tranquila la mayor parte del tiempo (en el proceso de pensar la obra, darle vueltas imaginariamente) y más apasionada y vertiginosa cuando la concreto. No siento la presión de escribir, por eso he pasado largas temporadas sin hacerlo, pero a la vez estoy «escribiendo todo el tiempo» en mi cabeza. Durante muchos años, además, me dediqué a trabajos que nada tenían que ver con la escritura. Esta vino como un regalo del tiempo. 

¿Qué importancia le conferís al construir una obra? ¿Tenés una noción de qué es lo que querés construir?

Si la pregunta es por cada obra en particular diría que me importa que cada novela, por ejemplo, salga lo mejor posible en el sentido de decir lo que quiero de un modo que no me avergüence mañana. Si la pregunta es por la importancia que le doy a construir un corpus completo, no me preocupa demasiado; diría que me interesa más cada planeta que el universo entero. Tengo y no tengo una noción de lo que quiero construir, esa noción también está en construcción. Es más intuitivo que racional. Como viajar de noche sin luces: te orientás a medias, te perdés, pero sabés que al final, si tenés constancia, paciencia y suerte, vas a ver claridad. Es cuestión de confiar.  

¿Qué factores complotan en contra de tu impulso de crear? ¿Cuáles son tus estrategias para favorecer que ese impulso encuentre su cauce?

Uf, complotan muchísimos: la realidad entera (el supermercado, los entes públicos, la imm, etc.), el tiempo dedicado al trabajo para otros, mi propia procrastinación. La única estrategia posible para mí es una combinación de voluntad y deseo. Llega un punto en que decís «basta», mandás a todo el mundo ahí mismo, y te ponés a hacer lo que realmente querés y temés, que es escribir. 

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Liliana Colanzi (Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, 1981)

[Foto: Alba Vigaray].


¿Cómo ha sido la dedicación a tu obra a lo largo de tu trayectoria?

Me he pasado toda la vida leyendo, pero no siempre estoy escribiendo. Escribo en periodos muy intensos e intermitentes. 

¿Qué importancia le conferís al construir una obra? ¿Tenés una noción de qué es lo que querés construir?

Nunca sé hacia dónde voy cuando escribo, escribo para descubrirlo. Aspiro a que cada libro sea distinto de los anteriores. Que la escritura sea un galopar por el lenguaje, como decía Camilo Barriga: «Si te caes te vas al carajo / Y me aferré a las crines».    

¿Qué factores complotan en contra de tu impulso de crear? ¿Cuáles son tus estrategias para favorecer que ese impulso encuentre su cauce? 

Todo lo que alimenta al personaje público resulta desgastante. Menos redes sociales y más silencio propician el estado necesario para crear: con menos distracciones se afina la intuición y se enciende la antena. Tener un libro a mano que me deslumbre y que sirva de amuleto también es fundamental.   

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Alicia Migdal (Montevideo, 1947)

[Foto: Víctor Cunha].


¿Cómo ha sido la dedicación a tu obra a lo largo de tu trayectoria?

Intermitente, interrumpida, pero extrañamente presente. Escribo para ser interrumpida, ponía yo en el final de La casa de enfrente. Y tardía, soy una escritora que publicó su primer libro después de los 30 años.

Siempre digo que se escribe escribiendo, pero eso es algo distinto para cada uno, el momento o las circunstancias en que se organiza lo que está en la cabeza. La cabeza tiene sus propias acciones y depósitos. Y es evidente para mí que la fragmentariedad de mi escritura está relacionada con su intermitencia en el tiempo y con el depósito de la cabeza, que puede estar mudo e inactivo pero no, es ilusorio, puede estar mudo pero no inactivo si entendemos acción como escritura pero también como estado en vilo, o en suspensión. Mientras haya anotaciones en una libreta habrá un texto para desarrollar, mientras haya una película, una canción y un libro en mi horizonte habrá un impulso para entender algo de otros, que me llevará a preservar y observar sensaciones propias, por asociación, por incitación, por contraste, por diferencia, porque quienes nos reconocemos en el campo semántico y simbólico de la escritura tenemos un alerta sensitivo frente a las formas y no podemos renunciar a ese alerta, que es constitutivo de una personalidad .

¿Qué importancia le conferís a construir una obra? ¿Tenés una noción de lo que querés construir?

No, no tengo, salvo cuando llego a la página 13. Se ha dado en el correr del tiempo y de los libros, que son pocos y breves, que cuando llego a la página 13 de mi documento word me doy cuenta de la dirección, o del sentido, o de la forma, o de qué va la cosa. ¿De qué va la cosa? No puedo describirlo cabalmente, y por una vez al menos, o por cada libro al menos, quiero tener el derecho, mientras avanzo en la escritura, de no analizarme. Pero lo cierto es que a partir de cierto número de páginas algo se empieza a formar, adentro y afuera, quiero decir que hay un período en el que estoy en estado de escritura, en que todo se vuelve sensible y significativo porque va a dar a las palabras, y ese estado va de la mano con el hecho de salir a caminar. El movimiento de desplazamiento por la ciudad, sola, a solas, siempre me ha ido llevando a la escritura, a la asociación, a la anotación. Escribir y caminar son dos acciones relacionadas muy fuertemente para mí. El cuerpo se desplaza, la mente se mueve, el cerebro activa una memoria imaginativa. Una manera de estar inmersa en algo, donde no es que esté pensando en aquello que está en la computadora, solamente hay imágenes visuales y verbales que se forman y necesitan ser anotadas y después desarrolladas. Como si el aire de la calle o el mirar sin otro objetivo que la curiosidad o la costumbre, hicieran el movimiento contrario, se metieran adentro y me devolvieran algo que no conocía pero que evidentemente estaba ahí para ser formulado. Formado. Y los sueños, los sueños nocturnos quiero decir, no la reverie o los sueños de la vigilia sino la actividad onírica propiamente dicha. Hay revelaciones, frases, situaciones, verdades y tangibilidades de la memoria y de la experiencia que solo se muestran, literalmente, en los sueños. Lo que queda de ellos es una ínfima parte al despertarme pero hay algo parecido al aire de otra vida, otro aire de desplazamiento y revelación. Hay algo vivido ahí, algo real. Y sigue siendo un misterio ya no para el psicoanálisis sino para los neurólogos y científicos qué es lo que sucede en ese tiempo íntimo de los sueños que es inaccesible al conocimiento de la ciencia. Para mí, se han vuelto fundamentales, un mundo paralelo que me ofrece un viaje por calles y lugares que se repiten. Y por los que también me desplazo con un único tema del que no voy a hablar aquí.

¿Qué factores complotan en contra de tu impulso de crear? ¿Cuáles son las estrategias para favorecer que ese impulso encuentre su cauce? 

Hay sufrimientos que hacen enmudecer. Difícilmente yo pueda alguna vez escribir sobre alguno de ellos. Son sufrimientos intocables. Frente a ellos, o a él como único gran sufrimiento absoluto, todo lo que creía se vuelve relativo y lo puedo agarrar porque no es el sufrimiento absoluto y mudo, hegemónico. Yo sé que estoy hablando de lo que no hablo, pero no importa. Lo que vale, creo, de tu pregunta y de mi tentativa de respuesta es poder separar el sufrimiento absoluto y mudo, del universo de lo que se puede decir. No todo es inteligible, ni puede llegar a serlo, ni puede terminar en un texto. Kafka decía que con una mano apartaba la desdicha y con la otra escribía sobre ella. Entonces, el mayor enemigo soy yo misma y mi sistema emocional, eso es obvio para mí, el gran obstáculo es el dolor absoluto. Y el otro obstáculo son las condiciones materiales de la vida en la que la falta endémica de dinero suficiente impide la mínima tranquilidad que daría el no tener que pensar en el dinero. Nunca la tuve así, no sé bien qué es. Soy una escritora uruguaya.

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Dagmara Kraus (Polonia, 1981)

[Foto: Ben Koechlin]


¿Cómo ha sido la dedicación a tu obra a lo largo de tu trayectoria?

Hablar de «carrera» con respecto a lo que hago me parece un término caprichoso; «oeuvre» también me parece demasiado elevado —pero esto a modo de anticipo. Los poemas que he escrito y publicado hasta ahora eran, hasta hace poco, la parte de mi vida (de trabajo) a la que podía y me permitían dedicar la mayor parte del tiempo. Sin embargo, desde hace algunos años tengo obligaciones adicionales que me han hecho casi imposible dedicar tanto tiempo a la poesía (y a su traducción) como antes, ya que en el pasado lo hacía casi exclusivamente.

¿Qué importancia le conferís al construir una obra? ¿Tenés una noción de qué es lo que querés construir?

Sí, ciertamente me esfuerzo por construir una obra, pero sólo en el sentido de que agrupo lo que se acumula; de que resumo y ordeno en ciclos o volúmenes o pequeños volúmenes lo que he escrito a lo largo del tiempo. No tengo ni idea de qué textos se publicarán de mi puño y letra y con mi nombre al final de mi vida o cuáles llenarán mi cajón (virtual) para entonces. Porque nunca escribo simplemente hacia una meta, un plan (de texto); hasta que lo que pensé en un principio está ahí, no tengo ante mí ninguna forma preconcebida de un texto o de una obra en dirección a la que escribo. En esto me veo como alumna de Kleist y también de Hermann Burger: como los pensamientos en el habla, el texto en mi caso sólo nace en el proceso de escritura y, análogamente, «la obra» (entendida como obra en su conjunto en la potencial retrospectiva de mi vida) surge sólo durante el camino y sin una meta preconcebida en forma de obra. El hecho de que una mezcolanza intermedial de expresiones vaya a surgir en el momento que me retire me parece plausible y, con el trasfondo de mis intereses poéticos, posiblemente deseable.

¿Qué factores complotan en contra de tu impulso de crear? ¿Cuáles son tus estrategias para favorecer que ese impulso encuentre su cauce? 

El tiempo que tengo que dedicar al trabajo remunerado y, junto con él, el ocio que paso vacío y sin escribir debido al agotamiento, me juegan en contra y en contra de mi escritura; a menudo también las circunstancias externas en general, distracciones varias. Sin embargo, curiosamente, descubro que suelo producir textos cuando no tengo absolutamente nada de tiempo ni la mente libre para escribir y, en cambio, tengo que dedicarme a actividades lucrativas. Como estrategia, sin embargo, no puedo recomendar la presión que se descarga en la procrastinación de la escritura.

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Lorena Vega (Buenos Aires, 1975)

[Foto: Lina Etchesuri/LaVaca].


¿Cómo ha sido la dedicación a tu obra a lo largo de tu trayectoria?

Pienso en la obra como el conjunto de las tareas de actriz de teatro independiente en Argentina, sobre todo en Buenos Aires, más las tareas de trabajadora cultural como docente, como responsable de espacios de investigación en lo escénico, como directora y dramaturga (rol que asumí luego de Imprenteros). En varias ocasiones, las obras que fui creando surgieron de espacios de ensayo. Si tomás todo eso en cuenta, para que eso haya sucedido se necesitó una dedicación total. Y esa dedicación hizo que dejara la carrera de Artes Combinadas en la UBA. La actividad teatral es mi espacio de referencia y ha propiciando pensar cosas de la vida, de la existencia. En Imprenteros, al ser una obra autobiográfica, está la reflexión que yo había cocinado de alguna forma durante toda mi vida sin saber que iba a derivar en una pieza teatral.  

¿Qué importancia le conferís al construir una obra? ¿Tenés una noción de qué es lo que querés construir?

Total. Es la importancia de estar en un camino de búsqueda, de investigación, de indagación o de buceo en algo que será una aventura que aún no conozco, pero que va a hablar mucho de algo que no sé, pero que tendrá que ver conmigo. Es curioso porque la mayoría de las obras que hago parten de una invitación externa, de alguien que me convoca. Y finalmente termino descubriendo que la inquietud ajena tiene  mucho que ver conmigo. Mi amigo Bruno Luciani dice que los temas no se eligen. Si bien es algo que se repite, no deja de sorprenderme. Cuando encaro un material tengo nociones de lo que quiero construir, pero no certezas. Construyo premisas, mojones, algunas guías, que por el tipo de material pienso que pueden orientar el trabajo. En general, por lo que me interesa, me sumo a proyectos en los que hay interés en hacerlos (aunque sea jugar, pasarla bien, algo que parece fácil pero es muy difícil de lograr), pero en los que la investigación ligado a lo documental, a las referencias a historias de vida, tiene un papel preponderante.  

¿Qué factores complotan en contra de tu impulso de crear? ¿Cuáles son tus estrategias para favorecer que ese impulso encuentre su cauce? 

Yo misma puedo ser un obstáculo a la hora de crear. Tengo muchas autoexigencias, crítica, prejuicios, siempre conmigo misma, en primer lugar. Puedo ser mi peor monstruo, pero tengo diferentes estrategias para hacer las cosas. En general, escuchar a los demás, confiar en el impulso y las palabras de los demás. A mi favor, puedo decir que soy una persona permeable, que escucha y se deja contagiar fácilmente por el impulso de las demás personas. Eso es nutrición. A veces podría decir «Tranquilizate, es solo una obra de teatro», pero para mí es fundamental, es la diferencia entre tener ganas de existir o no. Por eso le he dedicado mi vida entera y quiero seguir haciéndolo, pues es infinito, siempre va a ofrecer la oportunidad de ver algo nuevo y distinto. Hay tantas expresividades como personas. Hay tantos universos como personas. Siempre hay algo por hacer. 

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Inés Bortagaray (Salto, 1975)

[Foto: Robert Yabeck, recorte].

¿Cómo ha sido la dedicación a tu obra a lo largo de tu trayectoria?

Intermitente. Momentáneamente intensa. Ocasionalmente nula. Como escribo desde que era niña, el camino es largo, pero absolutamente discontinuo.

¿Qué importancia le conferís al construir una obra? ¿Tenés una noción de qué es lo que querés construir?

Creo que es importante construir una obra. Me resulta mil veces más sencillo encontrar en obras ajenas un dibujo, una constelación, una forma, que detectar esas cosas en mi trabajo. No tengo una noción clara o definitiva de lo que quiero construir. Acá el trillo se abre con cada paso, y cada paso marca sus muescas. 

¿Qué factores complotan en contra de tu impulso de crear? ¿Cuáles son tus estrategias para favorecer que ese impulso encuentre su cauce? 

El tiempo y las obligaciones. La crianza. El trabajo. El tiempo destinado al trabajo por el que recibo una remuneración muchas veces se impone. Tengo un pie en el cine y otro en la literatura, pero vivo de lo primero. Siento que el tiempo literario es una cosa que tengo que defender. La herramienta es la misma: lo que está en disputa es el tiempo. Sé que es importante, en la creación, perderlo, admitir las digresiones y las curvas, no exigir al rato de escritura un camino exclusivamente asertivo, una puntería intachable, la eficacia, el rendimiento. Nos sentamos ante la computadora y pocas veces hay oro y a veces musgo y a veces nada, y la nada es importante, creo. 

Sobre las estrategias para favorecer que el impulso encuentre su cauce: creo que sirve la disciplina. Para asar un pequeño pez como si se gobernara un gran imperio (al decir de Tao Te Ching, una frase que a Mario Levrero le gustaba mucho) se necesita disposición y disponibilidad. El impulso puede brotar si hay tiempo. Luego, también, mirar el mundo con curiosidad, auscultar en los días y la vida cotidiana las conversaciones, las impresiones, las estampas, las ráfagas, las preguntas, el ridículo, el desencuentro, los sueños, los presentimientos, el sinsentido, las historias.

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Camila Fabbri (Buenos Aires, Argentina, 1989)

[Foto: Pilar Villasegura].


¿Cómo ha sido la dedicación a tu obra a lo largo de tu trayectoria?

La dedicación a mi obra estuvo siempre ligada al contexto. Hacia mis primeros veintis, cuando tenía distintos trabajos para pagar el alquiler y mis gastos, no tenía mucho tiempo para dedicarme a la escritura y aún así, creo que fue el período en el que más escribí. Como si hubiera habido una especie de entusiasmo ambicioso que me llevó a tener una cantidad de cuentos suficiente para publicar a los veinticinco años. Creo que después, hacia los treinta, hay algo que se mecaniza o se concientiza de otra manera, además del placer y del deseo de escribir, se suma el oficio, y la escritura tiene que ver con horarios, sueldos, contratos. Es como si ese deseo se reordenara de otra manera. La dedicación es permanente, se amolda, crece o decrece.

¿Qué importancia le conferís al construir una obra? ¿Tenés una noción de qué es lo que querés construir?

No tengo tan en claro qué es lo que quiero construir. Creo que voy armando una ruta en la escritura literaria y en la dramaturgia, y dentro de esa búsqueda aparecen matices, por ejemplo, la escritura y posterior dirección de mi primera película. La actividad principal siempre fue la escritura, y dentro de eso, puedo ir encontrandome con otras disciplinas con las que quiero quedarme y otras con las que no. En este momento estoy montando mi primera pelicula, por ejemplo, y no tengo mucha idea de qué y de por qué lo hago, pero ahí estoy, comprometida con el proceso. Quiero terminar esa historia que escribí. Quiero ver una primera versión para entender qué es lo que construí. Eso se sabe después, casi siempre se sabe después. 

¿Qué factores complotan en contra de tu impulso de crear? ¿Cuáles son tus estrategias para favorecer que ese impulso encuentre su cauce?

Factores que comploten en contra, infinitos. Incluso a veces pienso que son mas los factores que detienen que los que impulsan. Estamos rodeadxs de factores distractores que no nos dan nada: Gran Hermano, redes, TV, series, redes, redes. Nuestra cabeza entra en piloto y se queda en ningún lugar. El desafío de terminar un texto de cuatro mil caracteres es cada vez más grande en un presente repleto de pantallas, pero ahí estamos, igualmente lo hacemos, porque el deseo es una especie de máquina insuperable.

Mis estrategias para favorecer que el impulso se mantenga intacto quizás tienen que ver con encontrar espacios para la escritura como, por ejemplo, bares lejanos, colectivos, oficinas, salas de espera. Lugares con mucho ruido ajeno, donde la gente esté ocupada en otras cosas, donde la gente esté ocupada. Hay algo del silencio monasterio que, contrario de lo que pensaría el común denominador, impide que la atención se aquiete. Es como si el silencio ayudara a que se le suba el volumen a la cabeza. Algo así.

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