Río secreto de nuestras lecturas
¿Cómo no iba a amarla?: las cartas entre Ursula Le Guin y Diana Bellessi
Por Gabriela Borrelli Azara / Martes 01 de octubre de 2024
Ursula K. Le Guin y Diana Bellessi
«¿Qué es lo que hace una lectura en una? ¿Qué es lo que provoca la admiración que se mezcla y confunde con el amor?»: un ensayo sobre las cartas entre la poeta argentina Diana Bellesi y la norteamericana Ursula K. Le Guin. Sobre conjuras poéticas y conexiones de desiertos y ríos distantes, pero en mundos allegados.
Esta flor quiere nacer es un deseo, amanece y amenaza.
El perfume de un jazmín puede ser la razón del fin del mundo.
Esta luz quiere nacer, es un deseo, amanece y amenaza,
abrir los ojos y ver puede ser la razón del fin del mundo.
Es Sylvia Meyer quien lo anuncia: la amenaza y el deseo, la luz que quiere ser, el aroma de un jazmín como razón del fin del mundo, una flor como el inicio. Todo eso puede caber en una canción de Sylvia Meyer. Todo eso podría quizás caber en una cajita que cruza el continente americano de sur a norte. Diana Bellessi lo intentó. Aromas, luces y nacimientos en una cajita que viajaría hasta una editorial: unos «capullos aterciopelados, de oro oscuro, que guardan las hojas de los plátanos y estallan y caen suavemente cuando las hojitas pueden salir al aire. Tienen un olor almizclado, intenso». La poeta enviaba esos pedazos de sur desde el río Paraná con la intención de que los recibiera la escritora Ursula K. Le Guin en el país del norte. Llegarían con un mensaje que era un amanecer y una amenaza a la vez: «What are you doing to me?» [¿Qué me estás haciendo?]. Es una pregunta que, sabemos, no busca respuesta porque ya la tiene. Los editores un poco embriagados por el olor almizclado, se la hicieron llegar a ella, la más grande escritora feminista de ciencia ficción. Le Guin respondió la correspondencia con otra caja que contenía una rama del desierto de Oregón, su pedazo de norte, intensamente perfumada también. Diana escribiría años después: «Casi sin palabras, pura materialidad del mundo que las dos amamos». Dos escritoras se unían a través de la naturaleza que las rodeaba tal vez para armar lo sobrenatural del encuentro, hecho de esas cosas ordinarias. Casi no usaron palabras para corroborar que se deshacen para volverse a hacer en los poemas.
El tiempo devora al tiempo,
el tiempo muere por nada,
teje su tela de sueños,
quedan hilachas
Así continúa la canción de Meyer que forma parte del último disco de la misteriosa y poética música uruguaya: «¿Quién?» La misma pregunta habrá aparecido en el pensamiento de Ursula «Who? Who is this woman?» ¿Quién es esta poeta, este puma de ojos dorados que le enviaba un capullo de amor naciente?
En el libro La pequeña voz del mundo, Diana Bellessi sostiene que su vida con la traducción es homologable a su vida en la escritura. Es decir, no concibe una sin la otra. Llegó a EEUU en la década del setenta con una mochila al hombro. La lengua extraña se sentía como una esfera sonora completamente diferente que Diana, poco a poco, siguiendo conversaciones en las calles o en el trabajo en una fábrica metalúrgica en al sur del Bronx, fue incorporando. Aprendió la lengua de sus compañeras obreras, la mayoría afroamericanas o latinas. Fueron ellas las que la hicieron acercarse afectivamente al inglés.
Cuando Diana salía de trabajar se hundía en un manual de gramática elemental y con un diccionario estudiaba el idioma para años después escribir esa pregunta a la escritora que admiraba: «What are you doing to me?» y en verdad, ¿qué le estaba haciendo Ursula K. Le Guin a Diana Bellessi ¿Qué es lo que hace una lectura en una? ¿Qué es lo que provoca la admiración que se mezcla y confunde con el amor? La literatura puede lograr esa conexión e intimidad con alguien distante pero cercano. ¿Quién puede negar ese querer inentendible, ese espacio misterioso entre quien escribe y quien lee, ese cariño sin fundamentos y desajustado? ¿Quién puede decir lo que sucede ahí? Mejor que lo digan las cosas.
Diana Bellessi sintió que Ursula K. Le Guin era «una creadora de mundos que sanaban el corazón». Tal vez nunca pudo salir de la intensidad que le provocó la lectura, por ejemplo, de La mano izquierda de la oscuridad o el impacto de Los desposeídos,que se hizo forma de envío postal, un envío que fue recibido. No es menor esto último aunque pareciera una parte natural de aquello que se manda. La mayoría de las veces las cosas no llegan al lugar al que son enviadas. No es un problema de los correos postales o de carteros olvidadizos, sino de un canal que se abre casi misteriosamente. Las cosas enviadas pudieron haber sido leídas de diferentes maneras; sin embargo, quien las recibió entendió y respondió: ¿de qué manera se recibe la belleza? «Gracias, mi puma de oro, por el regalo de tu poesía y de tu corazón.— Tu osita vieja», le diría años más tarde Le Guin a Bellessi como si le dijera gracias por ese regalo que recibí, por el regalo que juntas armamos. ¿Cómo hacerle lugar en el medio de la cotidianidad, en el medio de una vida? Después del primer intercambio, la correspondencia entre ambas escritoras se hizo asidua, hasta que un día Bellessi propuso un encuentro. Iba a verla a California, desde Florida. Escribió Le Guin:
De repente, inesperadamente, ella escribe: «Voy a verte. Estoy llegando desde Florida en el avión». Ahora estaba asustada. Ahora ya no era un juego de palabras, ahora era una persona, una poeta loca de Argentina volando hacia mi vida, desorganizándome. ¿Qué hago con ella, qué le digo, qué quiere de mí? Estoy en medio de un libro y no quiero parar por una extraña. Ella piensa que vendrá a ver a la heroína de los sueños que ella creó en su mente, y encontrará a una ama de casa de mediana edad que teme a la gente, tímida, egoísta, nada heroica, y se sentirá decepcionada. La decepcionaré, oh, ¿por qué viene?
Diana fue, y una foto se sumó al testimonio de sus correspondencias. Las dos juntas, cabeza con cabeza, apoyándose una sobre la otra, sonrientes. No pudo esconder esa foto el lazo intelectual que las unía y la emoción profunda en las sonrisas. En el documental sobre la vida de Le Guin (El mundo de Ursula K. Le Guin, de Awen Curry) aparece esta foto cuando Ursula narra el acercamiento a otras mujeres escritoras y cómo habían impactado en su vida. Lo más llamativo es que solo aparece Diana Bellessi, ninguna otra escritora feminista, solo Diana. El encuentro más fantástico posible, el encuentro del sueño en la vigilia, por eso su libro juntas se llama: Gemelas del sueño / The Twins, the Dream (Editorial Norma, Bogotá, 1998).
Las gemelas
Diminutas niñas del sueño,
niñas-almas,
plata y turquesa,
niñas tan antiguas.
Una en tu oreja como un susurro
bajo el leonado pelo,
en la sombra de álamos y la sombra
de palmas junto al río.
Una en la proa de un juguete,
alma canoa de los Yurok,
con cuatro piedras en las esquinas
del mundo y una en el centro.
¡Escucha como el río
susurra a tu cabaña!
Es el frío y dulce Klamath
que brilla de salmones bajo las sequoias.
Norte, norte, la niña llama.
Y el bote de sequoia carga
su pasajera acunando
mi sueño sobre las aguas
hondas del Paraná…
Sur, sur, la niña llama.
De norte al sur, y en recorrido inverso, la niña llama y acude. La conjura poética de las cosas que atraviesan el espacio y marcan el tiempo. ¿Dónde estarán esos capullos? ¿Dónde, ahora mismo, en este tiempo en que leés, está la rama del desierto de Oregón?
Esta historia que acercó a Diana y Ursula se tramó entre cartas y se conjugó en un libro casi incunable que circula cuidadosa y amorosamente entre lectoras de habla inglesa e hispana. Es un libro casi inhallable pero presente. Lo recordé cuando llegó a mis manos la primera antología en castellano de poemas de Ursula K. Le Guin publicada por Nórdica: En busca de mi elegía, una selección que reúne poemas de sus seis libros y, a la vez, incorpora inéditos. Las lectoras, al recorrer estos poemas traducidos por Andrés Catalán, no podemos dejar de pensar en las traducciones que hicieron una de la otra, Le Guin y Bellessi. La singularidad y sensibilidad de esos pasajes de una lengua a la otra se dieron como pocas veces en la literatura: una verdadera elegía. Se posa sobre esta historia una afectividad que atraviesa también la lectura actual. El «Hexagrama 49», por ejemplo, forma parte del libro que publica Nórdica. De ese poema quería hablarles, de cómo se proyecta sobre la obra de las dos.
Hexagrama 49
¿Cómo no iba a amarla? Ella
quiere lo que no se puede poseer, o conocer, o agotar;
su forma de buscarlo
es a través del otro, el yo
que persigue no existe, su
«nena, madre, amiga, hermana»
más pura, más fuerte de lo que yo
o cualquier mujer ha sido, su «interlocutora
en los secretos ríos de la mente»
Lo transforma todo en bosque.
Deja en ridículo la posesión, el saber,
la obtención de un fin, brilla
incandescente, sin compromiso.
Todo lo que se perdió y se perderá
es otro en los ojos del puma.
El fuego en el río secreto.
¿Cómo no iba a amarla?
El tiempo devora al tiempo, sigue insistiendo Sylvia Meyer, pero la tela de sueños se sigue tejiendo, porque el tiempo muere por nada, y en esa nada, cabe preguntarse, ¿cómo no vamos a amarlas en el río secreto de nuestras lecturas?
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