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«Tengo ganas de risas raquel»: La poesía de Gandolfo

Por Roberto Appratto / Lunes 25 de abril de 2022
Fragmento de portada de «Tengo ganas de risas raquel» (EDUNER, 2022). Ilustración de Max Cachimba.

La reunión de toda la poesía de Elvio Gandolfo (Mendoza, 1947) es un acontecimiento que agita las dos márgenes del Río de la Plata (y el Paraná). Sobre Tengo ganas de risas raquel (EDUNER, 2022), escribe Roberto Appratto, quien además prologó la edición. «La escritura constante, la lectura de todo tipo de materiales, la sensibilidad ante lo estético dentro y fuera del arte, permiten una experimentación visible desde sus comienzos», apunta Appratto.

Elvio E. Gandolfo (Mendoza, 1947) es un escritor argentino que reside en Uruguay desde hace años. Como narrador, es conocido por La reina de las nieves, Boomerang, Las diez puertas y Mi mundo privado, entre otros muchos títulos; se desempeñó como redactor de El País Cultural desde su inicio, aparte de sus colaboraciones en Diario de Poesía, Página 12, Clarín, etc.; ha traducido tanto narrativa (mucho de ciencia ficción, por ejemplo), como poesía. Entre Montevideo, Buenos Aires y Rosario (donde pasó infancia y adolescencia), ha trabajado sin descanso en ese terreno mixto del periodismo cultural y la escritura, a varios niveles al mismo tiempo. En sus orígenes está la fundación, junto con su padre, el poeta Francisco Gandolfo, de la revista El lagrimal trifurca a fines de la década del sesenta. También en esos orígenes está su poesía, que había dado a conocer muy esporádicamente a lo largo de los años, y que ahora aparece, en su totalidad, publicada por EDUNER (la editorial de la Universidad de Entre Ríos) bajo el título Tengo ganas de risas raquel

Toda la poesía que escribió entre cuentos, novelas, notas sobre libros o fenómenos culturales de índole diversa, pero siempre cercanos a su interés más inmediato y privado, está reunida en este volumen. Lleva ese título en homenaje a un verso de Humberto Megget (1926-1951), poeta uruguayo que fascinó a Elvio desde que lo conoció a sus veinte años, y que puede ser cifra de un modo de entender la poesía: algo fresco, alegre, sin terminar, que pone en relación directa el arte con la vida.

La lectura de este libro, de más de cuatrocientas páginas, es también fascinante. Uno siente que la poesía abarca la trayectoria entera de Elvio: personajes, tiempos, lugares, episodios de la vida, referentes culturales de todo tipo, están ahí como una segunda voz de todo lo demás que iba haciendo. Su interés por la literatura, por el cine, por la historieta, generó poesía, por más que no la hubiera publicado. Esa es una de las primeras impresiones. Otra es la sorpresa ante los logros de esa poesía: puede verse que Gandolfo practica un humor suave, inteligente y atento al ritmo del corte de los versos, como en este texto de El año de Stevenson, titulado «Parleta»: «Decile / batile / cargala. // Si te deja / magreala / chamuyale, / pero también / irritala / arrimale / chimentale. // Susurrale / reprendela suave / declarale a gritos. // Sumale / restale / igualale / multiplicale / dividila / entrale / sacale / y dale. // Cansala / descansala / y si no / te da bola / bochala». Puede escribir sobre una instancia de la vida de esa manera, pero también apostar a la captación (de un modo que a veces se acerca mucho al cine) de momentos dramáticos centrados en el tiempo y en el detalle. 

La escritura constante, la lectura de todo tipo de materiales, la sensibilidad ante lo estético dentro y fuera del arte, permiten una experimentación visible desde sus comienzos, desde ese desconocido De lagrimales y cachimbas, de 1968. Es entonces que empieza a delinearse algo que puede llamarse «mundo privado», por aproximación al título de su volumen de relatos. La experimentación, y él lo sabe bien, es un juego con el lenguaje que, en su caso, se nutre también de su tarea de traductor: eso también es escribir, crear una versión del texto que pone a prueba la flexibilidad para captar estados de ánimo, situaciones dramáticas, el propio proceso de la escritura. 

En la poesía, como en la narrativa, Gandolfo apela al habla para configurar ese mundo privado. Asiste a lo que le ha pasado con una dicción simple pero atenta a lo complejo. Valga como ejemplo este poema: «Cada cual / aunque odie en parte / a la ciudad / o la vea / como un / plato hondo / de sopa / chata dilatada calurosa / elige una zona que ama. // El lugar donde besó / las pocas cuadras donde / no sabe por qué / entra como / en una novela / o en un cuento. // Pienso en la mía: / San Martín desde San Lorenzo / al río. […]» («Las zonas particulares»). Cada verso, una escena, una pequeña historia en la que encuentra una forma gracias a la respiración entre verso y verso. 

El armado del libro permite, además, asistir al conjunto como una serie continua de poemas de distintas épocas, breves o largos, que se leen de corrido como el despliegue de un talento múltiple: todo se convierte en experiencia; todo, apenas escrito, se abre para generar nuevas posibilidades de significación. La noción de mundo privado aplicado a la poesía ilumina el volumen y atrae la lectura. 

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