Hacer lo imposible
Ciento cincuenta años son ciento cincuenta años son ciento cincuenta años: Gertrude Stein
Por Francisco Álvez Francese / Lunes 05 de febrero de 2024
Figura central de las vanguardias, experimental hasta el tuétano, mecenas de grandes artistas: celebramos a Gertrude Stein. Con motivo del aniversario de su nacimiento, el 3 de febrero de 1874, Francisco Álvez Francese comparte apuntes sobre una de las creadoras más innovadoras y desafiantes del siglo XX.
En el ensayo «Lo imposible», John Ashbery escribe que, para Gertrude Stein, el «poema es un himno a la posibilidad; una celebración del hecho de que el mundo existe, de que las cosas pueden suceder».
Cosas que sucedieron en el mundo: el 3 de febrero de 1874, en el seno de una familia de buena posición económica y cerca de Pittsburgh, nació Gertrude Stein.
Creció en California, tras abandonar sus estudios de medicina, se mudó a París en 1903 con su hermano Leo, y juntos se convirtieron en coleccionistas de arte de, entre otros, quienes luego serían considerados los maestros indudables de fines del siglo XIX y principios del XX: Paul Cézanne, Henri Matisse y Pablo Picasso.
En 1907 conoció a Alice B. Toklas, quien se convertiría en su pareja hasta su muerte, el 27 de julio de 1946.
Stein y Toklas fueron el centro de la vida artística de los expats estadounidenses en Francia, sobre todo durante el período de entreguerras. Como cuenta Ernest Hemingway en París era una fiesta (1964), los hombres hablaban de arte y literatura con Stein, mientras Toklas entretenía, en otra habitación, a las esposas.
Recuerda el crítico Donald Sutherland que Stein decía: «Si se puede hacer, ¿por qué hacerlo?». Como respuesta a esa frase, el texto de Ashbery: Stein se propondrá, en su escritura y en su vida, hacer lo imposible.
Escritos a partir de los años 1910, sus poemas se sirven de palabras sencillas que se conectan de modos poco convencionales para lograr una suerte de nuevo encantamiento. Hay fragmentos de diálogos cortados, hay puntos ubicados en mitad de la frase. Hay una sorpresa permanente del encuentro.
Recuerda Toklas en su emblemático libro de cocina, The Alice B. Toklas Cook Book (1954), publicado tras la muerte de la poeta: «Como Gertrude Stein no podía decidir si prefería setas, castañas u ostras en el aliño, se incluyeron las tres. El experimento tuvo éxito y se repitió con frecuencia; poco a poco entró en mi repertorio, que se amplió a medida que me volvía experimental y aventurera».
La adición experimental marcó a la pareja. Los libros de Stein parecen siempre desbordantes, generosos: pueden ser aburridos por momentos, fascinantes, fragmentarios y brillantes. Como su amigo Picasso, Stein fue desarrollando distintos modos de pensar la materia —en su caso, las palabras—, desde los textos cercanos al cubismo de Botones blandos: objetos, comidas, habitaciones (1914), en el que las cosas aparecen en sus muchas facetas simultáneamente, hasta una poesía más concreta, el juego con el dialogismo, la simpleza de sus voces impostadas, el teatro, o algo que, para Virgil Thomson, se asemejará al posterior expresionismo abstracto, puro forma y emoción.
Cuenta Thomson, quien la conoció a mediados de los años 20, que una década antes, en Granada, Stein había vivido «los placeres de escribir directamente en el paisaje», no simplemente en el exterior, sino rodeada de aquello sobre lo que estaba escribiendo en el momento. Desarrolló, en esa búsqueda, un auténtico arte de la descripción.
Dice Toklas que a ella le entusiasmaban los libros de cocina del mismo modo que a Stein le fascinaban las historias de crímenes y asesinatos. Así, Stein le regalaba cada Navidad —incluso durante la Ocupación— un libro distinto, con nuevas recetas para probar juntas.
Como cita Fredric Jameson en su clásico El posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado (1990), Stein decía: «toda obra maestra vino al mundo con cierto grado de fealdad en ella», y el trabajo del crítico es «ponernos frente a ella para recuperar su fealdad».
Después del Armisticio del año 14, Stein y Toklas recorrieron en auto unos 600 kilómetros para llegar a París a celebrar: «Gertrude Stein comió su parte de pan con manteca y pollo asado mientras manejaba». Al llegar a la capital, la fiesta seguía.
Todo, en ella, tiene algo de exceso, y mucho de control.
Elizabeth Eyre de Lanux la recuerda en los salones parisinos de Natalie Clifford Barney, sentada siempre en el mismo lugar: las piernas abiertas, vestida con pesados tweeds, con botas de montañista. «Parecía una guarda de caza escrutando los pájaros», con su poodle Basket sentado al lado.
Escribía en los cuadernos azules que usaban en la escuela los niños franceses de la época.
En 1924, repitió la experiencia de Granada en Saint-Remy, en la Provence, rodeada de agua. Luego se vio nuevamente rodeada de arroyos y caídas de agua en Belley, Francia.
Dice Toklas: «Ni a Gertrude Stein ni a mí nos interesaban los vegetales de raíz crudos, como no nos interesaba tampoco la espinaca en la ensalada».
Comenta Thomson que la memoria y los intereses de Alice era más bien visuales, y que podía recordar exactamente cómo estaban vestidas las personas de sus recuerdos, dónde se habían sentado, cómo estaba decorada la habitación, mientras que la memoria de Gertrude tenía más que ver con el sonido de una voz, el acento, la gramática y su vocabulario. Por eso, acaso, también permanecía menos en su recuerdo.
En La autobiografía de Alice B. Toklas (1933), Stein reproduce con asombrosa precisión, según comentan quienes las conocieron, la voz de Alice, sus manierismos, su forma sencilla de hablar. Así, cuenta su vida a través de la lengua de su pareja, se sale de sí misma para narrarse. Fue su libro más popular.
Antes de su primera conferencia en Estados Unidos, cuenta Toklas, Stein decidió cenar solas las dos, y pidió ostras y melón verde. El menú las acompañó durante toda su gira, aunque a veces las ostras debían ser reemplazadas por pescado o pollo. El melón aburrió rápidamente a Alice.
Tras la cena, Stein solía salir a caminar durante una hora.
En uno de los retratos que le hicieron, pintado entre 1905 y 1906 por Picasso —de quien compró múltiples cuadros hasta que se hizo tan famoso que ya no pudo pagar los precios—, se la ve con una especie de hábito de monje marrón sobre una camisa blanca. Es lo que usaba, aparentemente, para escribir: una vestimenta andrógina, cómoda, práctica, que a Robert S. Lubar le hace pensar en la robe de chambre con la escribía Balzac, como se ve memorablemente en la escultura del escritor hecha a fines del siglo XIX por Auguste Rodin, para desagrado de la Société des gens de lettres, que la había encargado.
En la gira por Estados Unidos a mediados de los años 30, recuerda Toklas, una vez Gertrude pidió para cenar un huevo poché y una naranja.
En un poema, en traducción de Esteban Pujals, dice: «Por qué una ostra es notar moverse un huevo. Por qué será el centro naranja».
El 4 de noviembre de 1956, escribe Susan Sontag en su diario: «En relación a la muerte de Gertrude Stein: salió de un coma profundo para preguntar a su compañera Alice Toklas: “Alice, Alice, ¿cuál es la respuesta?”. Su compañera respondió: “No hay respuesta”. Gertrude Stein continuó: “Bien, entonces, ¿cuál es la pregunta?”, y cayó muerta».
Cuenta Thomson: «Por la mañana leía, escribía cartas, jugaba con el perro, tomaba un baño, se vestía y almorzaba. Por la tarde salía en auto, caminaba, miraba vitrinas, gastaba algo de dinero. No hacía nada por encargo hasta después de las cuatro. En algún momento de su día siempre escribía; y como siempre esperaba el momento en el que estaba llena de disposición para escribir, lo que escribía surgía de la plenitud como un desbordamiento».
Su obra más experimental fue incomprendida en general, incluso en el contexto de las vanguardias, tal vez porque ella no adhirió orgánicamente a ninguna (de André Breton, según cita Eryn Shin, dijo que era un bufón «que halagaba cualquier cosa en la que pudiera poner su nombre»). Sin embargo, su trabajo peculiar con el lenguaje inspiró a las generaciones venideras, ya fuera los poetas de la Escuela de Nueva York, a los creadores del grupo Fluxus, a John Cage, o a artistas conceptuales como Joseph Kosuth.
Anota Ashbery que a menudo Stein utiliza (sobre todo en sus Stanzas in Meditation) el «ellos» en lugar de la omnipresente primera persona de la poesía. Lleva la mirada, así, del yo al mundo.
Si comparamos, como hace Janet Malcom, el libro de cocina de Toklas y «su» autobiografía escrita por Stein, se produce un extrañamiento. Sabemos que Stein se basa en la forma de contar historias de su pareja para desarrollar su propia prosa, pero nos queda la duda de si Toklas no sigue a su vez ese modelo cuando escribe con «su» voz, años más tarde, estas historias de comidas, personas, lugares.
Tras conocer a Toklas, Stein se serenó. Dice Thomson: «Su vida era como la de una niña a la que el peligro solo puede venir del exterior, nunca de casa, y cuya única urgencia es crecer. También era la de una adulta que exigía todos los derechos de un hombre junto con los privilegios de una mujer». La tranquilidad en el hogar es la base de la obra de Stein, basada en repeticiones, en desdoblamientos de palabras que varían, precisamente, cuando son replicadas.
Durante muchos años, la posición de Stein durante la Segunda Guerra Mundial provocó polémica: siendo muy amiga del colaboracionista Bernard Faÿ, pudo salir de París y conservar sus pertenencias. Judías y lesbianas, Toklas y ella sobrevivieron con relativa tranquilidad en una casa en la comuna de Belley, donde eran bien conocidas y estaban integradas desde los 20. En años recientes, estas acusaciones fueron matizándose y los estudiosos recuerdan los grises, su distancia con el régimen, el desagrado que le provocaban los soldados alemanes.
Dice Toklas: «Todos los años los avispones hacían un nido en el tronco de uno de los arbustos y tenía que cortarlo con un cuchillo afilado. Las avispas, los avispones y las abejas rara vez me pican, aunque mi trabajo con ellos siempre ha sido agresivo. A Gertrude Stein no le importaba ninguna de ellas, como tampoco las arañas, los ciempiés y los murciélagos. No tenía ningún sentimiento violento hacia ellos en el exterior, pero en casa pedía ayuda. Los instrumentos para deshacerse de ellos eran determinación, periódicos, una escoba y pinzas. Siempre eran eficaces».
En el cementerio del Pere-Lachaise hay una lápida que no es como las demás. Escrita en doble faz, de un lado dice en lo alto, en letras doradas sobre la piedra gris, «Gertrude Stein» y, más abajo, «Allegheny 3 February 1874 - Paris 29 July 1946»; del otro, de espaldas al camino principal, se lee en las mismas letras doradas, «Alice B. Toklas» y luego «San Francisco April 30 1877 - Paris 7 Mars 1967».
Una fotografía famosa de Félix González-Torres muestra un grupo de plantas florecidas, de colores delicados y estridentes a la vez. Se trata, dice el título entre paréntesis, de la tumba de Alice y Gertrude, una y doble.
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