Mundos en relación
Con el aleteo de los pájaros se echa a andar el viento
Por AniMale / Jueves 16 de noviembre de 2023
«El movimiento es el vector que nos unifica, nos iguala, todes somos lo mismo frente a él»: el dúo Animale propone otra forma de relacionarse con seres que no comparten nuestras coordenadas de existencia. Y lo hace por medio del bailar, en tanto posibilidad de imaginar mundos en relación.
Con el aleteo de los pájaros
se echa a andar el viento
La hoja es acariciada por la brisa, incitada a moverse. Las raíces se agarran al piso con fuerza y se extienden en busca de alimento. La corteza se tensa. Las ramas son guiadas por las hojas y las flores que abrazan semillas son las que más bailan, impulsadas por este viento primaveral.
También el agua mueve el árbol. Convertida en lluvia obliga a que sus ramas caigan o cedan unos centímetros y, como río que fluye del suelo a las nubes, hace que el árbol se estire lo más posible para crecer y asegurarse un pedacito de sol.
El pasto, las flores, las nubes, todo se mueve al ritmo de las caricias de aire convertido en viento por las diferencias de presión que se dan en la atmósfera. Todo se mueve y también les humanes, aunque pareciera que por razones distintas entre sí y motivados, dirán algunes, por sus propias decisiones o intenciones, aunque eso quedará por verse en otro ensayo que no es este. Ahora lo que sí veremos es que les humanes se mueven y que todo a su alrededor se mueve también.
Lo que nos interesa aquí es el movimiento, algo compartido por todo lo que habita el tiempo. Y podríamos decir que el tiempo es en sí puro movimiento, según nuestra lógica occidental y ordenada por un reloj que no se detiene nunca. De este razonamiento se desprende la idea de que si todo lo vivo y no vivo comparte tiempo, también entonces comparte movimiento. El movimiento, la danza, iguala a todos los seres que la practican nos dice Jérôme Bel en su obra Jérôme Bel (2021).
¿Cómo podría intentar, yo humane, comunicarme con lo no humane? ¿Es posible una escucha recíproca entre seres que no comparten las mismas coordenadas de ser? Se trata de una pregunta que actualmente la ciencia, la filosofía y también el arte se están haciendo. Y esto no es nada nuevo pero es algo que surge con fuerza en estas épocas de decolonialidad y posthumanismo, en las que buscamos maneras más dignas de cohabitar la Tierra.
Primero es a la derecha, suave, continuo, sin interrupciones, luego como si el todo reaccionara a lo recién nombrado, las hojas al viento giran hacia la izquierda. Veo una danza de tres hojas perdidas del otoño girando en el aire. Supongo que hay una relación entre ellas que se me escapa, se mueven juntas guiadas por el viento pero quizás también por la necesidad de ir lejos, de abrigar alguna porción de suelo descubierto, de dar hogar quizás a insectos que, desprotegidos, esperan a que caiga un abrigo del cielo y les proporcione un refugio.
Salgo a la calle para mirar más de cerca esta danza y me doy cuenta de que a los pocos minutos todo mi cuerpo baila al unísono con las hojas. El viento es fuerte y mueve mis pelos largos pero también mis ropas. Primero a la derecha y luego, al ratito, a la izquierda. El viento es desordenado, no va de un lado a otro sino que da vueltas sobre el mismo lugar. El movimiento es en este momento, así como lo es el lenguaje cuando estamos entre humanes, un conector, es la vía a través de la cual nos podemos comunicar las hojas, el viento y yo.
Dicho esto se podría pensar que el movimiento es per se una vía de comunicación interespecie, un dispositivo democrático, todos lo poseemos o somos poseídos por él. El movimiento nos permite pensarnos como otra cosa, fabular cómo sería ser otre y no solo otre humane sino otro ser, otra cosa [1]. De la mano de la idea de mimesis como la presenta Byung-Chul Han en su libro Vida Contemplativa [2], podemos experimentar al menos cómo es movido el junco por el agua en un río y cómo nos mueve también a nosotres una vez dentro. El movimiento compartido sería un buen camino entonces para propiciar el encuentro.
El tiempo como movimiento nos constituye y se nos escapa, fluye a través de nosotras. Pero si ese movimiento se repite una y otra vez podemos con el paso del tiempo llegar a saber cómo y cuándo se produce. En Cómo piensan los bosques esta es la clave para la comunicación interespecie: los ciclos, los movimientos que se repiten, generan signos capaces de ser entendidos por otros seres. Por ejemplo, que llueva todas las primaveras ayuda a los monos a entender cuándo brotarán los frutos de los árboles. Así, la lluvia, a través de la repetición en el tiempo, genera un signo que puede ser leído por un mono. El movimiento entendido en su ciclo permitiría la comunicación entre lo humano y lo no humano.
En estos posibles encuentros no se trata de decir algo y ser escuchado, sino de habitar el mismo tiempo, el mismo movimiento, de estar en el mismo lugar y, por ende, entender con mis materialidades el mundo que creo, me crea, que habito y me habita. Materialidades distintas se entienden como parte de un mundo, como parte de un todo, en esta danza irrefrenable del cosmos.
Las artes vivas trabajan sobre el movimiento, tienen un expertise en esto, mucha tinta derramada y mucha teoría encuerpada en la práctica, lo que las hace privilegiadas a la hora de proponer metodologías que permitan imaginar un posible diálogo entre las cosas humanas y las no humanas. No hay que dejar de bailar, de celebrar las relaciones del mundo, no solo por la alegría que lo festivo produce sino porque es un canal que tenemos a la mano para imaginar nuevos mundos en relación.
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Notas
[1] Ponce de León, R. Una práctica sin nombre. Ed. Espacio de Arte Contemporáneo, 2022.
[2] Kohn, E. Cómo piensan los bosques (Hekht, 2021) y Han, B-C. Vida contemplativa (Taurus, 2023): «El estado mimético es un estado de desapego en el que se logra un lúdico tránsito hacia el otro».
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