Series y libros
Es más de lo que puedo decir de ciertas series: Fuguet y «La Mesías»
Por Patricia Turnes / Miércoles 30 de octubre de 2024
Escena de «La Mesías» (2023).
Una lectura lleva a una serie, o una serie nos encuentra en ciertas lecturas: Patricia Turnes dialoga con Ciertos chicos, del chileno Alberto Fuguet (y otros libros del autor), y la serie La Mesías (2023), de los Javis. Pero antes hay una reflexión sobre una literatura, la de los noventa, y una sensibilidad compartida entre Chile y Uruguay.
Conectando con un amigo
Decir Alberto Fuguet para mí no solo implica pensar en un escritor y cineasta chileno nacido en 1963. Su nombre evoca uno de los pocos amigos escritores que tuve en Latinoamérica antes de que yo escribiera o hiciera arte. Y conste que nunca lo conocí ni crucé correspondencia alguna con él. Pero Fuguet, al igual que mi yo en aquella época, había estudiado periodismo, había hecho crítica de cine, escuchaba la misma música que yo. Cómo no quererlo, si teníamos hasta los mismos referentes literarios. Cuando murió Salinger, de quien ambos éramos fans, él escribió: «La gente que lo lee no siente que está leyendo un libro, sino que se está conectando con un amigo». Eso mismo fue lo que me pasó con Fuguet.
Durante la transición de la juventud a la adultez, coleccioné en mi biblioteca los libros de Alberto Fuguet hasta que se volvió parte de mi ADN literario. Alberto Fuguet fue autor de aquellas novelas con nombres pop que hicieron escuela porque te hablaban con palabras con las que vos también hablabas, rescataba ese lenguaje juvenil común, más allá de que cada tanto te encontraras con un «huevón» y otras palabras muy chilenas.
Como ejemplo más acabado de su estilo yo elegiría Mala onda, aquella novela protagonizada por Matías Vicuña, un antihéroe en la línea de Holden Caulfield de El guardián entre el centeno. La novela se desarrolla en Chile a comienzos de los 80, Matías es un chico sensible que se siente un paria, no se adapta a las convenciones de la clase social a la que pertenece.
Digno representante de la generación X, Alberto Fuguet fue parte de McOndo (1996), la antología de cuentos de «nuevos escritores latinoamericanos». Este libro, preparado por Sergio Gómez y él, reflejaba el cambio que sucedía en la narrativa latinoamericana por aquel entonces. Se trataba de una narrativa posdictadura, más huérfana que parricida. Se escribía desde cierto lugar caótico, apocalíptico, desde un nuevo des/orden y a partir de la muerte de los grandes ejes modernos (léase la política, la revolución, la fe en la técnica y el progreso). Quizá lo que unió a esas narrativas fue cierto malestar, cierta ausencia. Esa falta, esa carencia, quizá sea lo que emparentó a estos escritores, entre los que estaban varios latinoamericanos como Rodrigo Fresán, Juan Forn, Martín Rejtman, Jaime Baily y hasta el uruguayo Gustavo Escanlar, pero también, de colados, algunos españoles como Ray Loriga. El prólogo de McOndo dice:
El gran tema de la identidad latinoamericana (¿quiénes somos?) pareció dejar paso al tema de la identidad personal (¿quién soy?) [...] Los cuentos de McOndo se centran en realidades individuales y privadas. […] No son frescos sociales ni sagas colectivas. Si hace unos años la disyuntiva del escritor joven estaba entre tomar el lápiz o la carabina, ahora parece que lo más angustiante para escribir es elegir entre Windows 95 o Macintosh.
El realismo mágico se dejaba atrás, también la idea de Latinoamérica como un paraíso mágico y ecológico. Aquella generación de escritores jóvenes no se sentía reflejada en la narrativa de la cual García Márquez era el máximo exponente. Por más que algunos de ellos admiraran al escritor colombiano, el espejo en el que mirarse había cambiado y se parecía más a una pantalla de televisión: «De paso, digamos que McOndo es MTV latina, pero en papel y letras de molde».
Este libro-manifiesto-broma del que Fuguet participó también fue parte de mi educación sentimental. Yo me sentí identificada con cada uno de los cuentos de aquel volumen. Y, si bien en aquella antología no había ni una sola mujer, lo cierto es que la propuesta del libro desbloqueó, habilitó cierta mirada que, como aspirante a escritora, yo ya había empezado a tener; me impulsó hacia adelante.
No había tenido hasta ahora la oportunidad de encontrarme con Tránsitos. Una cartografía literaria (2013), de algún modo lo que se podría considerar la autobiografía soterrada de Fuguet. A través de crónicas y ensayos, el autor repasa la obra de autores como Richard Ford, Marcela Paz, Mario Vargas Llosa, Roberto Bolaño o Gustavo Escanlar, entre otros. Por ahora, mi capítulo favorito viene siendo el que dedica a José Donoso. Fuguet recuerda cómo fue su paso por el taller de Donoso.
Para mí, José Donoso no fue un amigo o un confidente o un cómplice, y tildarlo de maestro sería, como él mismo lo hubiera dicho, «un poco siútico, ¿te fijas». No lo siento como mi yoda y creo que él no andaba por la vida recogiendo escritores vagos y perdidos, pero sí fue un gran aliado, un notable profesor, una suerte de súper abuelo como nadie podría pensar que podría ser un abuelo porque, por un lado, parecía de noventa años (siempre) y, por otro, estaba lleno de preguntas, curiosidad, pulsaciones, mañas, histerias, venganzas, vida.
Fuguet cuenta que Donoso lo echó de su taller literario por no haber leído a Dostoievski. Fuguet le respondió a Donoso, rápido, si había leído a Charles Bukowski:
Me dijo que no. Entonces yo le dije (tenía 21, 22) que cómo se atrevía a seguir publicando. Me preguntó qué estaba estudiando. Periodismo. «Lejitos vas a llegar…, es la peor profesión de todas y no tiene nada que ver con crear sino con robar». Luego me preguntó cuál había sido la última exposición de arte a la que había asistido. Le dije que nunca había asistido a una.
-Y tienes la osadía de querer crear, muchacho.
Años después, las cosas cambiaron. Fuguet leyó Memorias del subsuelo del escritor ruso y Donoso le dijo que había ojeado a Bukowski, aunque no le había gustado. Fuguet volvió al taller.
Capítulo aparte para el libro de Pilar Donoso, la hija adoptiva del autor de El obsceno pájaro de la noche, quien escribió Correr el tupido velo. Según Fuguet, esta obra se trata «una hija dañada que trata de hacerse fuerte ingresando a la locura y maldad y enfermedad de su padre».
Por estos días estoy con Ciertos chicos, la última novela de Alberto Fuguet. Como se explica en el libro, el título es más rioplatense que chileno. Aparece Tomás Mena, un estudiante que se siente incompleto a la vez que está hambriento de vida. También Clemente Fabres, que estudia periodismo, aunque escribe un fanzine de música, películas y libros, Ropa/ americana, que es su pasión a la vez que su modo de zafar del aburrimiento. Esta publicación, que distribuye gratuitamente, llevará a Clemente a cruzarse con Tomás en disquerías, cines y fiestas under. Es una novela sobre la experiencia de las disidencias sexuales en años en los que la represión era brutal en Chile, pero también sobre la ternura como forma de resistencia en tiempos de odio.
En Ciertos chicos, Fuguet vuelve a su época favorita, los ochenta, se centra en la escena contracultural de aquella década. Al adentrarme en esta novela de iniciación, me doy cuenta de que lo que me pasaba a mí en los tiempos en los que viví en Montevideo, o aun en Maldonado durante mi adolescencia, no era tan diferente a lo que sucedía en Santiago de Chile. Compruebo con cierta alegría que no estaba tan sola como creía, que los libros que leían los padres de los protagonistas de esta novela eran los mismos que leían mis padres en aquel entonces, que la música que escuchaban los chicos era la misma que escuchaba yo, que empezaban a organizarse festivales de rock. Alvin Toffler, New Order, The Clash, Bowie, The Cure, Talking Heads, Los Prisioneros, Sumo, peinados con gel, Montevideo Rock. Yo misma tuve una revista subte, apenas unos años después de haber usado gel. Por otro lado, había jóvenes que elegían militar en la juventud comunista: tuve amigos en Maldonado y en Montevideo que militaban en la UJC. Y es que, mientras se hacían patentes las consecuencias de las dictaduras en Latinoamérica y el descontento social crecía en nuestros países, mientras la grieta entre chetos y terrajas (parafraseando a Los Traidores) no hacía más que empezar, en este caldo de cultivo florecían las subculturas, aquellos chicos con raros peinados nuevos que necesitaban mostrar su rechazo hacia el viejo orden, su corte con las ambiciones y metas de sus padres, el «¡No sé lo que quiero pero lo quiero ya!» como cantaba Luca Prodan.
Punks, metaleros, surfers, new romantics constituyeron islas de resistencia cultural y generacional en Uruguay en la posdictadura. Para dar un poco de contexto histórico a lo que pasó en Uruguay en aquel entonces, digamos que todas estas tribus urbanas compartieron un rechazo al autoritarismo de derecha que se identificaba con la dictadura pero también a la izquierda armada, por su fracaso. Carina Perelli y Juan Rial en 1986 definieron a esta generación que creció y recibió educación durante la dictadura como «dionisíaca». Se trató, según estos investigadores, de una generación que intentó distinguirse de las generaciones de los autistas (una generación de mayores que ya tenía responsabilidades familiares antes del golpe de Estado, que se replegó al ámbito familiar preservando el mito del Uruguay como modelo de democracia) y de los marranos (adolescentes en el momento del golpe de Estado, quienes en su tránsito a la vida adulta acataron las reglas impuestas, al tiempo que mantenían a escondidas sus rituales propios de resistencia). El término «dionisíaco», propuesto por Friedrich Nietzsche, refiere al exceso, a la embriaguez y al abandono de sí mismo. Para esta generación sí era importante disfrutar del presente, a través del rock, a través del cuerpo, a través de los excesos. Parece que en Chile los modos de resistencia no fueron tan diferentes. Aunque Fuguet confiesa en entrevistas que él nunca tuvo una revista subte…
Es más, en reciente entrevista a la Revista Ñ, dice:
Después de tantos cuentos, libros, crónicas, documentales y largometrajes, me reivindico como un escritor que hizo películas. Hoy la literatura es un mundo más amigable, hace unos cinco años que no hago más periodismo ni cine. Todo es literatura aunque deseo seguir cerca del mundo de los actores. Estoy en una etapa donde aprendí a vivir la escritura como algo muy libre y divertido, ya sin pedir permiso y sin miedo. Mis últimas películas eran muy explícitas, de nicho gay, y no las vio nadie... Pero Ciertos chicos le debe mucho al cine, es muy visual. Quise hacer un libro que encontrara lectores, que los lleve de la mano de la imagen de tapa, esos auriculares que comparten los protagonistas que se hermanan por una música. El proceso germinó en emparentar la novela a una canción pop.
Si quieren revivir la presentación del libro que hizo el propio Fuguet les recomiendo ir a este video.
La serie: La Mesías
Oscura, perturbadora, incómoda, al límite del horror… estas son algunas de las palabras que han utilizado los críticos para definir La Mesías, la brillante serie que Javier Ambrossi y Javier Calvo estrenaron a fines de 2023. Esta serie fue el regreso de los Javis (con ese nombre se conoce al dúo de realizadores españoles) a la ficción televisiva después de Paquita Salas y Veneno.
Esta serie narra la historia de unos niños que crecen acostumbrados a malos tratos por parte de Monserrat, una madre tiránica cuyos delirios y abusos irán in crescendo a lo largo de los capítulos. Enric e Irene, mezcla de Hansel y Gretel con personajes de de Koreeda, crecen en el más absoluto desamparo, se crían prácticamente solos, a la vez que están sometidos a los caprichos y manipulaciones de la persona que debería estar a cargo de ellos. En este cuento de hadas macabro, los niños se someterán al fanatismo y la locura de su madre.
Monserrat, quien abandonó al padre de los niños y luego cargó con sus hijos como con un lastre, superará su etapa autodestructiva signada por el alcohol, las drogas y la prostitución, para entrar en una muy personal interpretación de la fe católica. Ana Rujas, Lola Dueñas y Carmen Machi son las encargadas de encarnar a Monserrat en sus distintas etapas. La aparición de Pep, interpretado por el músico Albert Pla (uno de los mejores personajes de la serie, por lejos), será fundamental en su vida; un antes y un después, se diría. Con él, Monserrat tendrá varias hijas que vivirán encerradas para que el mundo no las contamine, al estilo de la primera novela de Jeffrey Eugenides, Las vírgenes suicidas (1993), adaptada al cine en 1999 por Sofia Coppola. Estas chicas tienen en común con las protagonistas de la novela de Eugenides el ser hijas de progenitores católicos fervientes que las aíslan y les impide interactuar libremente con el mundo exterior para salvarlas del pecado. Salvo que, en vez de suicidarse como lo hacen las Lisbon, las múltiples hijas de la familia Puig Baró terminarán componiendo temas de electro pop cristiano. Las hijas de Monserrat y Pep se hacen llamar Stella Maris, en clara referencia a las Flos Mariae, una banda que alcanzó popularidad gracias a YouTube.
En el primer capítulo, Enric ve atónito en la televisión de un hotel cómo uno de los videos de sus medio hermanas se ha hecho viral. Aún no sabemos nada de todo el infierno que han vivido juntos ni de la secta que la matriarca de la familia creó a su alrededor haciéndole creer a todos que Dios se expresa a través de ella. A partir de esta enviada divina que se cree la mesías y el mundo fanático que ha creado para «salvarse», se despliega la historia.
Hay que tener paciencia con los primeros dos capítulos. Son difíciles de entender ya que hay demasiados saltos temporales, cambios de perspectiva, de época histórica, de actores, sumado a que las actuaciones no terminan de convencer. Los capítulos de la serie son, para estos tiempos, demasiado largos. Pero vale la pena aventurarse, porque a partir del tercer capítulo la serie explota y levanta a niveles insospechados su calidad, es un derroche tanto a nivel visual como en lo narrativo. Se irá volviendo adictiva a medida que avanza.
Hay que destacar el trabajo de Hidrogenesse. Genís Segarra y Carlos Ballesteros, los integrantes de este dúo español formado en Barcelona en 1996, son los responsables de todas las canciones de las Stella Maris. Como explicaron Genís y Carlos a Infobae:
Las protagonistas eran un grupo de chicas encerradas en su casa que no tenían ningún tipo de estímulo del exterior, y por eso eran autodidactas. Eso quería decir que no tenían ningún input alrededor de lo que hacían, de si era bueno o malo, si cantaban bien o mal. Lo hacían con una falta de reflexión tremenda [...] En realidad, es lo que hacíamos nosotros mismos cuando empezamos, hacíamos temas que no se regían a ninguna norma, sin importar si un bajo dejaba de sonar o el estribillo no aparecía más.
Según cuentan en la entrevista, Ambrossi y Calvo les iban enviando los guiones de cada capítulo y ellos componían, complementando con explicaciones muy detalladas lo que querían en cada caso. Además, tenían un grupo de WhatsApp a través del que interactuaban, opinaban y recibían un feedback constante. Los temas quedaron pegadizos. En noviembre de 2023, al mes del estreno de la serie, Stella Maris publicó su primer disco, La Casa Huele a Gloria, disponible en Spotify. Compuesto por un total de nueve canciones creadas por Hidrogenesse, muchas de ellas ya sonaron en la serie.
Si se quedaron con ganas de saber más los Javis, estos directores millennials españoles, les cuento que además de ser socios y amigos, ellos son pareja. En una reciente entrevista en el periódico El Mundo de España, Calvo afirmó: «Ser lo que somos, nos da una independencia que nos permite no prostituir nuestro arte. Estamos cansados de ver a directores obligados a dirigir mierda y series en las que no creen». Habrá que ver Vestidas de azul, la miniserie que funciona como spin-off de Veneno, de la que ellos son productores ejecutivos.
Productos Relacionados
También podría interesarte
Una serie lleva a un libro, y un libro a una obra entera. De la serie Hacks a Teoría King Kong, de Virginie Despentes, y después rumbo a otras obras de esta autora francesa «karateka» e ineludible: Patricia Turnes explora todo lo que se puede decir sobre ambas cosas. Un buen comienzo de marzo...
Los sentimientos más desgarradores y diferentes formas de trascendencia: Patricia Turnes lee el último libro de entrevistas a Nick Cave, Fe, esperanza y carnicería, junto a la serie Love & Death (2023). Otro texto más de nuestro fanatismo por Cave + una serie que impacta.
Problemas con el alcohol, antiheroínas radicalmente genuinas y vidas dadas vuelta: Patricia Turnes revisa libros y los relaciona con series televisivas. Una mirada a la escritora tejana Mary Karr y muchas ramificaciones a partir de la serie Single Drunk Female. ¡Nuevas protagonistas a la vista!
Lo que empieza como un texto sobre A ver qué se puede hacer, de Lorrie Moore, se transforma en una reseña de The White Lotus. Patricia Turnes, emulando a la escritora norteamericana, se dedicará, de ahora en más, al género más contemporáneo: las series (y a los libros que siempre surgirán por el camino).
Imanes que se atren: la serie Severance se entrelaza por razones más y menos evidentes a Cartas a la princesa, correspondencia entre Mario Levrero y Alicia Hoppe, recientemente publicada por Random (2023). La opresión del trabajo, la alienación, pero también la fuga de la realidad atraviesan la serie y el libro, según Patricia.
Hay algo que une la serie Curb Your Enthusiasm, de Larry David, y el libro Cómo funciona la música, de David Byrne: la experimentación y los cruces con el sinsentido. Por qué una serie alcanza la longevidad y las apreciaciones siempre lúcidas de Byrne sobre la música de hoy, y de otras eras.