Series y libros
Es más de lo que puedo decir de ciertas series: «Severance» y las cartas de Levrero
Por Patricia Turnes / Miércoles 27 de diciembre de 2023
Fotograma de «Severance», Apple TV.
Imanes que se atren: la serie Severance se entrelaza por razones más y menos evidentes a Cartas a la princesa, correspondencia entre Mario Levrero y Alicia Hoppe, recientemente publicada por Random (2023). La opresión del trabajo, la alienación, pero también la fuga de la realidad atraviesan la serie y el libro, según Patricia.
Severance se podría describir como una serie de ciencia ficción, pero es más que eso, tiene drama, algo de teatro del absurdo y hasta ciertos toques de comedia. En ella actúan tremendos actores: Patricia Arquette, Christopher Walken, John Turturro, Adam Scott, Britt Lower. Eso ya debería ser un imán para quienes nunca la vieron.
La primera persona que me habló de esta serie fue Milagros Lagarejo, una de las mejores escritoras que han surgido en los últimos años. A Milagros, que además es librera en Escaramuza, le compré el libro Cartas a la princesa, de Mario Levrero y comenté que tenía ganas de escribir sobre él para Intervalo. Pensando en voz alta le dije: «Quizá podría para mi columna podría asociarlo a la cuarta temporada de True Detective, ya veré…». «¿Viste Severance?», me preguntó ella. Sin saberlo, había abierto un portal. «No, ¿de qué se trata?», le pregunté. «Es esta serie de la gente que trabaja en un lugar en el que cuando entran se olvidan de quiénes son en la vida real, la de Ben Stiller».
En 1985, abrumado por las deudas y la falta de proyectos en Montevideo, Levrero aceptó trasladarse a Buenos Aires y dirigir un par de revistas dentro de una editorial. Vivía cómodo, pero sin disponer de tiempo para escribir. Es en este tramo de su vida que surge Diario de un canalla:
Aquí me estoy recuperando, aquí estoy luchando por rescatar pedazos de mí mismo que han quedado adheridos a mesas de operación, a ciertas mujeres, a ciertas ciudades, a las descascaradas y macilentas paredes de mi apartamento montevideano, que ya no volveré a ver, a ciertos paisajes, a ciertas presencias. Sí, lo voy a hacer. Lo voy a lograr. No me fastidien con el estilo ni con la estructura: esto no es una novela, carajo. Me estoy jugando la vida.
Mario Levrero se empezaba a hacer un nombre como escritor en el Río de la Plata, aunque se movía bajo la etiqueta de lo fantástico, o de la llamada ciencia ficción. En Diario de un canalla, que Levrero escribe en unas vacaciones, aprovecha para examinar la situación en la que se encuentra, pone por escrito sus sentimientos.
Es a partir de ahí que surge la faceta más autobiográfica del autor, que llegará a su máxima expresión con El discurso vacío. La correspondencia que da cuenta de su relación con Alicia Hoppe, publicada como Cartas a la princesa (Random, 2023), data de este mismo período. Pero antes de abordar la correspondencia en sí, habría que explicar que la relación de Levrero con Hoppe sufrió varias metamorfosis a través del tiempo. Jorge Varlotta conoció a Alicia porque él era uno de los mejores amigos de Juan José Fernández Salaverría, quien por aquel entonces era el esposo de Alicia y padre de su único hijo, Ignacio, cineasta cuyo último largo es justamente sobre su padre.
Portada de Cartas a la princesa (Random, 2023).
A principios de los ochenta, Varlotta/Levrero pasó a ser paciente de Alicia, ella se convirtió en su doctora y lo acompaño en varios devenires psicosomáticos. Con el tiempo se hicieron amigos. Levrero le recomendó a Alicia, que hasta aquel momento era médica internista, que también hiciera la especialidad en psiquiatría, consejo que ella siguió. Fue Alicia quien persuadió a Levrero de que se fuera a vivir a Buenos Aires y aceptara el puesto de redactor que un amigo le había ofrecido en esa ciudad. La amistad entre Alicia y Levrero devino en amor. El autor falleció el 30 de agosto del 2004 y en la actualidad Hoppe es su albacea literaria.
La correspondencia que integra Cartas a la princesa va de 1987 a 1989. Ahí está retratado el escritor que comienza a tener cierta notoriedad y hasta algunos fans. Levrero ya ha despertado el interés de la crítica especializada y cada tanto le hacen alguna entrevista. Somos testigo en estas cartas de un escritor que trata de romper con su mala suerte, de dar fin a una racha de fracasos que lo avergüenzan y que lo habían condenado en el pasado a depender económicamente de su madre. Consigue un trabajo como redactor creativo en una revista de crucigramas y entretenimientos. Con el sueldo que le proporciona su puesto en la revista de entretenimientos alquila un lindo apartamento en Buenos Aires, se pone como objetivo cambiar la pisada, triunfar en esta gran ciudad.
Hasta aquel momento, lo único que se había mantenido constante en la vida de Levrero había sido la escritura. Todo lo demás eran intentos vanos, como él mismo le cuenta a Alicia en estas cartas.
Es impresionante el juego de espejos cruzados que se da entre el escritor y Alicia. A medida que la relación se afianza, nos sorprenderá el contraste entre estas dos personalidades, entre estas diferentes formas de ver el mundo: él artista, ella profesional; él neurótico y somatizando todo, ella psiquiatra y médica; él, estudiante de medicina frustrado, ella doctora en medicina con dos especialidades; ella conservadora, con miedo a que la juzguen, él arriesgado y poco convencional, incluso excéntrico.
Nos enteraremos a través de estos textos de demasiados detalles de la vida solitaria de Levrero: que le encantaban las milanesas, aunque casi nunca le quedaban bien cuando él las preparaba, que le costaba elegir la ropa que se iba a poner, que somatizaba sus emociones, que en algún momento recurrió a escorts, que pedía plata prestada, que se hacía acupuntura, etcétera.
En este intercambio epistolar emerge el hombre adulto enamorado y apasionado. Levrero sabe que no es un dechado de virtudes, es bien consciente de sus limitaciones, casi un antihéroe. Pero por otro lado está convencido del poder transformador y liberador del amor. Con ese espíritu quijotesco, Levrero luchará por conquistar a su amada.
Esta correspondencia nos pinta de cuerpo entero a un Levrero ansioso, a la espera que la relación con Alicia se defina. Pero también encontramos al hombre lleno de esperanzas, a alguien que ve en la posibilidad del amor algo así como una tabla de salvación. Está dispuesto a buscarle la vuelta a la relación para que en algún momento los amantes puedan unir sus vidas, encontrarse en un lugar común y compartir algún tipo de proyecto de vida juntos —hay que recordar que Alicia Hoppe por aquel entonces vivía en Colonia del Sacramento—.
Levrero demuestra en estas cartas que podía ser tan neurótico como Kafka con su novia o tan hot como Joyce escribiéndole a Nora Barnacle. De hecho, Joyce es uno de los escritores que Levrero cita explícitamente en estas cartas.
Este Levrero íntimo no va a sorprender a quienes ya están familiarizados con la obra autobiográfica del escritor. De hecho, este intercambio epistolar podría considerarse el eslabón perdido entre El discurso vacío y La novela luminosa. Cabe recordar que el primero fue escrito durante los años de convivencia con Alicia en Colonia del Sacramento, unos pocos años después de que escribiera estas cartas, y que la génesis de La novela luminosa data de la misma década en la que se escribieron estas cartas, aunque se publicó de manera póstuma.
¿Podrá este Levrero tan trabajador continuar con ese nivel de esfuerzo? ¿Logrará al fin reunirse con su princesa Alicia? Aunque estas cartas no nos cuentan el desenlace de tales dilemas, los conflictos dramáticos nos mantendrán en vilo durante todo el transcurso del libro.
Lo mejor de este libro es que nos reencontramos con el humor levreriano. Cuenta Alicia en una entrevista que le realizaron en el programa Oír con los ojos que ella le llevó estas cartas a Ignacio Echeverría hace años para saber si él les encontraba valor literario. No queda más que agradecerle a Alicia por haber sugerido la publicación de la correspondencia al editor de Random House. Y a Echeverría por hacerse cargo de editarlas. En todo caso, y esto es algo que quiero subrayar, volver a conectar con la energía levreriana en cualquiera de sus formas es una celebración.
Cabe consignar que esta correspondencia no surge sola sino en un contexto positivo para la obra de Levrero, ya que por estos días casi todas sus obras vienen siendo reeditadas. El portero y el otro, publicado originalmente en 1992, es uno de los clásicos textos levrerianos que han sido reeditados por Criatura. Se trata de una colección de cuentos en las que el escritor explora su otra faceta, la más onírica y creativa. En la contratapa aparece la frase tan querida a la psicodelia y a los Beatles : «Nada es real». Esta frase, y también el período bonaerense en el que Levrero se vio obligado a sostener una vida tan productiva como alienante, me vuelven a conectar con Severance, la serie que nombré al principio y que se estrenó en febrero de este año en Apple TV+.
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Todos hemos sentido alguna vez que nos disociábamos en nuestros lugares de trabajo, solo que Severance lleva el concepto al extremo: retrata a personas que están literalmente escindidas en dos entidades independientes, ninguna de las cuales guarda recuerdos de la otra. La serie, creada por Dan Erickson y dirigida por el comediante y realizador Ben Stiller, ha sido definida como una «distopía laboral».
En una entrevista acerca de la primera temporada de la serie, concedida al medio The Wrap, el guionista Dan Erickson reconoció que la pandemia supuso una gran oportunidad para reforzar la temática de la relación entre el trabajo y nuestra vida, en tanto:
se convirtió en un catalizador para reexaminar el papel que el trabajo debe tener en nuestras vidas y qué debemos a nuestros empleadores y qué nos debemos a nosotros mismos y en qué punto exacto deberías trazar la línea entre qué de ti estás dispuesto a sacrificar por el beneficio de tener una nómina.
Cuando la pandemia llegó, dice su creador, se cuestionó si la serie que estaba realizando seguiría teniendo relevancia: «Era como "Dios, estamos haciendo una serie de oficina, ¿justo después de que las oficinas se extingan?". Me ponía nervioso el que fuese a destruir toda la relevancia que teníamos, era fascinante ver la relevancia cambiar».
Con el teletrabajo y el hecho de que tantos de nosotros estemos trabajando desde nuestras casas a seis metros de donde dormimos, según Erickson, se hizo mucho más importante la necesidad de trazar estos límites. Según el creador de la serie, en la actualidad tu jefe te puede llamar a las siete de la tarde y parece menos raro de lo que solía ser porque estamos todos en este mundo amorfo de oficina doméstica. «Así que creo que la idea de esa separación se volvió realmente interesante de un modo que no anticipé», agrega.
Cuando Dan Erickson escribió la historia de Severance, había una sensación de desesperación tanto en él como en todos los que conocía que trabajaban en oficinas. Y esa fue el principal motivo para escribir esto.
La serie sigue los pasos de Mark y de sus compañeros de trabajo mientras intentan aprender un poco más sobre la empresa. Los empleados de Lumon Corporation se dedican a cazar números en una pantalla y a otros trabajos que no saben muy bien para qué sirven. Ignoran cuál es el objetivo de la corporación en la que trabajan, más allá de que esta se esfuerza por generar un aura trascendente alrededor de su nombre, de sus fundadores y de ciertas normas que deberían cumplirse.
En Severance, Adam Scott interpreta a Mark, uno de los empleados más kafkianos de nivel medio en la misteriosa Lumon Corporation. Él, al igual que sus colegas, se ha sometido a un procedimiento quirúrgico que separa su personalidad entre el hogar y el trabajo, manteniendo a los innies ―como se les conoce en la oficina― sin saber quiénes son sus outies fuera del trabajo. Tiene un chip implantado en el cerebro que divide su vida en dos mitades. De 9 a 17 hs., Mark se olvida del dolor que siente por haber perdido a su esposa un par de años atrás, de su hermana que está a punto de tener un hijo y del resto de sus asuntos personales.
Cuando los empleados de Lumon suben al ascensor del trabajo sucede algo mágico para la audiencia de Severance: los outies se transforman en innies y cuando bajan vuelven a ser outies. Esto mismo resultó todo un desafío para los actores. Adam Scott habló en una entrevista acerca de lo que significó trabajar a nivel actoral esta sutileza en los personajes:
Tenía que cambiar de uno a otro muy rápido, obviamente. Y fue más un cambio interno que otra cosa. Tenía que tratar de descubrir cómo dejar que sucediera sin sentir que hubiera una gran transformación física.
Realmente Scott logró su cometido.
Mientras tanto, en el mundo exterior hay un grupo de activistas que se manifiestan en contra del procedimiento de la separación, hay un exempleado de la corporación que ha querido escapar a la barbarie y sufre las consecuencias de su rebeldía, también hay una vecina bastante chusma que vive en la casa de al lado de Mark y que tendrá un rol fundamental en su vida laboral.
En el gigantesco edificio de Lumon, con un diseño visual que incorpora estilos de distintas épocas, hay oficinas que los empleados conocen y otras que son secretas y subterráneas. Allí encontramos todo un catálogo de jefes tiránicos y un cuarteto de personajes excéntricos y, entre ellos, a una empleada sensible que cuestionará cada vez más los alcances del trabajo para el que fue contratada en Lumon. Lo ominoso se mezcla con lo fantástico, pero siempre hay un lugar para la comedia en esta serie.
Severance posee una fauna digna de ser admirada y giros dramáticos que nos sorprenderán. Esta primera temporada es lenta al principio, pero en determinado momento los acontecimientos dan un giro radical y ahí sí se empieza a picar la cosa. En resumen, Severance rezuma creatividad y pensamiento crítico, nos hará olvidar por un rato las preocupaciones y el absurdo de nuestra propia existencia ―lo cual ya es más de lo que puedo decir de ciertas series―.
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