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Filosofía y tecnología

Mirar (muy) atrás para entender el presente

Por Javier Mazza / Martes 20 de junio de 2023
Detalle de portada de «La gran invención», de Silvia Ferrara (Anagrama, 2022). Trad. X. González Rovira.

Javier Mazza estrena una columna en la que une asuntos filosóficos con su interés por la tecnología. En este primer texto, reseña La gran invención, de Silvia Ferrara (Anagrama, 2022), un libro sobre lo irreductible de que «sin la escritura seguiríamos siendo "solo voz"»


La invención más grande del mundo. Sin ella, seríamos solo voz, suspendidos en un presente continuo. Nuestra esencia más sólida y profunda se encuentra soldada a la memoria, al deseo de anclarnos a algo estable y de mantenernos, a sabiendas de que, pese a todo, nuestro tiempo es limitado. Este libro habla sobre la urgencia de permanecer, la tensión hacia los demás, el diálogo con nosotros mismos. Este libro explica la invención de la escritura. 

Esta cita forma parte del prólogo del libro La gran invención, de Silvia Ferrara. Es uno de esos párrafos propios de prólogo, cargado de sentido condensado, lleno de ideas compactadas a las que uno deberá dedicar tiempo para desmenuzar si quiere penetrar en la complejidad que proponen. La idea de esta columna es ofrecer un adelanto —y ciertas reflexiones— sobre cada una de ellas, a modo de diálogo con la obra de Ferrara y desde una perspectiva filosófica, particularmente interesada en la tecnología. 

Para comenzar, pongamos en diálogo las dos últimas frases de ambos párrafos (a veces conviene empezar por entender el destino para dar sentido al camino): «la invención de la escritura» a la que alude Ferrara y la «perspectiva filosófica, particularmente interesada en la tecnología» que guía esta columna. He allí la razón por la que Ferrara habla de «invención». Porque la escritura es invención, la escritura es tecnología y es la gran invención. Habrá que dejar correr el argumento para evaluar lo último, pero solo lo último, en tanto lo primero está más allá del debate. Ahora, no por ello decirlo explícitamente es poca cosa, ya que justamente uno de los problemas que tenemos para pensar nuestros vínculos con la tecnología es que solemos no identificarla. 

Sobre todo, nos cuesta identificar aquellas tecnologías que, como la escritura, ya forman parte del escenario habitual de la existencia; aquellas que ya están tan incrustadas en nuestra condición humana que pensarnos sin ellas parece cuasi contra natura (aunque decir contra humanitas sería más adecuado). Este primer paso resulta entonces fundamental: enrarecer el artificio técnico incrustado, sacarlo de su lugar cotidiano y mirarlo (casi que como si fuera la primera vez) como algo extraño, algo que no necesariamente debería existir aquí y ahora de este modo. Es eso lo que habitualmente hacemos con las «nuevas tecnologías», pero que con las más viejas, como la escritura, hemos perdido el hábito. 

Sin ella [la escritura], seríamos solo voz, suspendidos en un presente continuo. 

Esta frase resulta un poco más sencilla de entender; sin embargo, es en la relación que establece Ferrara donde radica su lucidez. Nuevamente parte de dos hechos bastante obvios: la escritura trajo consigo el fin del monopolio de la oralidad en la cultura y cambió nuestra percepción del tiempo. Es cierto que el primer hecho es más obvio; pero alcanza con pensar en la esquela más rudimentaria («comprar pan», «llamar a mamá») para constatar como unos trazos sobre una superficie nos pueden transportar al pasado en cuestión de segundos. Ahora, con respecto a la relación entre uno y otro (decir que el fin del monopolio de la oralidad fue responsable de un cambio en nuestros modos de entender el tiempo), es una conclusión a la que difícilmente pueda llegar un físico, pero que para una filóloga resulta hasta banal. Lo más interesante es que esta alteración se repite en distinta modalidad en otros momentos de la historia. Ferrara no llega a hablar de la radio y la TV, o de internet y el smartphone (todos nuevos artificios de la palabra), pero si lo hiciera vería que, una vez más, nuestros modos de entender el tiempo han mutado tras la instalación de cada uno de los dispositivos anteriores. 

Hasta aquí las observaciones que venimos realizando tienen un tinte filosófico (con muchos matices de historia y filología en el trazo). No obstante, las próximas líneas son pura filosofía, podrían aparecer en un libro de Camus o de Sartre y no estarían fuera de registro: «Nuestra esencia más sólida y profunda se encuentra soldada a la memoria, al deseo de anclarnos a algo estable y de mantenernos, a sabiendas de que, pese a todo, nuestro tiempo es limitado». Ferrara decide poner a la escritura en diálogo con una de nuestras preocupaciones más humanas: el problema de la trascendencia, el dilema de qué será de nosotros cuando se nos acabe el limitado tiempo que nos toca de existencia. 

Pero, ¿qué papel juega en esto la escritura? Nuevamente, uno fundamental. Antes, en el presente continuo de la oralidad, quienes encontraban un lugar en la memoria trascendental de la humanidad eran quienes hacían algo digno de que sus hazañas fueran cantadas. Tras la escritura (al decir de Eric Schierloh, nuestra primera forma de inteligencia artificial), quienes escriban podrán al menos poner un pie en la trascendencia, dejar una huella detrás suyo como testigo de ese paso (tímido o rutilante), por este mundo. Porque, al decir de Ferrara, los seres humanos tenemos «urgencia de permanecer». Y, para esto, el artificio de la palabra escrita resulta mágicamente efectivo. De lo contrario intente leer la palabra «Ramsés» sin pensar en un antiguo faraón egipcio, o «Sócrates» sin pensar en el padre de la filosofía ateniense. Magia, altamente efectiva, a la que estamos adormecidamente habituados, pero que no por ello deja de ser magia. 

Ahora, ¿por qué leer un libro sobre la invención de la escritura en el -4000 en 2023? Porque la revolución que relata Ferrara es análoga a la revolución de la que hoy nos toca ser testigos (y quizás participantes). Una nueva revolución de la palabra nos atraviesa, una que convierte la escritura en cálculos que surcan océanos transformados en energía eléctrica. Una revolución que, como la de la escritura, transformará nuestra percepción del tiempo, alterará nuestros modos de pensar la trascendencia, nuestras relaciones con los demás y nuestros modos de pensarnos a nosotros mismos. No obstante, es importante decir que, sin la escritura, no estaríamos presenciando esta nueva revolución. Aunque hoy nuestras palabras sean más que marcas de grafito en un papel, aunque hoy nos hayan transformado en perfiles recuperables por un algoritmo, sin la escritura seguiríamos siendo «solo voz». Es por estas razones que, sin dudas, Ferrara no se equivoca en afirmar que la escritura es «la invención más grande del mundo». 

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