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Con y contra la literatura

Tener un mundo: entrevista a Diego Trelles Paz

Por Rafael Rey / Miércoles 28 de agosto de 2024
Foto: Nadia Rain.

Aunque vive hace más de veinte años fuera de Perú, la obra de Diego Trelles Paz (Lima, 1977), que incluye varias novelas y algunos volúmenes de cuentos, tiene a su país como tema, como escenario y como el eje central de su trabajo. Rafael Rey conversa con el autor peruano sobre lo que significa tener un mundo y el libro La lealtad de los caníbales (2024).


En su más reciente novela, La lealtad de los caníbales (2024), Diego Trelles Paz (1977), doctor en Literatura, licenciado en Cine y en Periodismo, cierra una fantástica trilogía, que incluye Bioy (2012) y La procesión infinita (2017), sobre la violencia política en Perú.

Amigo de Ida Vitale y Enrique Fierro, alumno y aprendiz también de este último, admirador de Onetti y de Bolaño, cinéfilo y melómano, Trelles Paz escribió una novela por momentos brutal, cargada de una violencia que se narra sin ambages y también sin regodeos, que no escatima en el humor y que refleja de manera brillante la oralidad de sus personajes, sólidamente construidos, contradictorios, nobles, a veces repugnantes, verosímiles siempre.

Ambientada en una ciudad de Lima que es prácticamente un personaje más, la novela, tan peruana como latinoamericana, aborda la violencia contra la mujer, el racismo, la corrupción policial, el narcotráfico y la pobreza material que ocasiona la ausencia del Estado. Es un cierre grandioso para una trilogía que está entre lo mejor que se ha escrito en español en lo que va de este siglo y que eleva a Diego Trelles Paz a la lista de los narradores más relevantes de su generación.


Hace un par de semanas escribiste esto en Facebook: «si tuviera que dejarlo todo mañana, resignarme a no escribir más, sospecho que me iría tranquilo. Bioy, La procesión infinita y La lealtad de los caníbales reflejan todo ese tiempo de lucha con y contra la escritura». ¿Cómo fue esa lucha con la escritura y cómo fue la lucha contra la escritura. ¿De qué luchas estás hablando respecto a esa trilogía?

Siempre la literatura ha sido una lucha para mí. Un compromiso desde muy, muy joven. Cuando saqué mi primer libro tenía 22, 23 años. Muy joven también decidí que quería ser escritor. Soy doctor en Literatura, estuve siendo profesor en varias universidades, he publicado ensayos, pero no me dedico a eso. En su momento, realmente dejé todo lo que podía tener, todo lo que había estudiado, para dedicarme a escribir. Y todo ese proceso, cuando yo hablo de con y contra la literatura, tiene que ver con eso. Yo me demoré de 2012 a 2024 para terminar la trilogía. Entonces, para mí la literatura es una cosa que me representa a veces mucho placer y a veces un poco de, no sé si llamarlo dolor, porque me parece muy posero, pero me siento un poco incómodo a veces, es como una adicción. Creo que hablaba de eso, porque, viéndolo en retrospectiva, cada uno de esos libros me costó lo que le cuesta a cualquier escritor hacer un libro que le demanda mucho esfuerzo, pero también anímica, psicológicamente, me costó mucho. De hecho, cuando terminé La Procesión…, que fue la primera que escribí en París, dejé de escribir por dos años.

Lo que quería comunicar en ese momento es que estaba más allá de la vanidad del escritor, no sé cómo llamar esa vaina, pero que me sentía… si tuviera que dejar de escribir y presentar solamente esta trilogía, pues diría, «no pasa nada, estoy contento, está bien». Me cuesta tanto escribir un libro, y eso es algo que se va diciendo en los libros, porque los personajes siempre están hablando de la literatura como algo que te quita la sangre, como algo que te produce dolor, está un poco disgregado por muchos personajes esta relación conflictiva con la literatura, esta relación que es placentera, pero al mismo tiempo puede ser dañina. Yo lo que hago siempre cuando emprendo un proyecto es dejar de escribir un poco. Las ideas las voy formando normalmente en la observación y voy recopilándolas en mi cerebro, escribiéndolas como notas, pero ya sabiendo más o menos hacia dónde voy. Si no lo sé, no escribo. Si todavía no lo tengo claro, me tomo mi tiempo para procesarlo y para que funcione. Nunca podría ser un escritor de bestseller. Yo le tengo mucho rechazo a la fórmula. Lo tenía tan claro cuando era joven que mi plan era: voy a tener un trabajo que me dé suficiente dinero para vivir, no sé si cómodo, pero vivir bien, normal o sin carencias muy grandes, y que esto permita que yo tenga una bibliografía de la cual me sienta tranquilo. 


En una entrevista dijiste que publicar no te hace escritor. ¿Qué te hace escritor o qué te hizo escritor a vos? 

Yo creo que lo pensaba más bien por los jóvenes. En la literatura, el mundo ha cambiado. Cuando yo comencé a escribir y a publicar era completamente distinto. No había redes sociales, había gente que leía más, había también toda una cultura alrededor de la novela. Había un montón de cosas que eran menos individualistas, menos inmediatas, menos lógica de vitrina. Aunque yo participo de las redes sociales, porque a mí me gusta que me lean, evidentemente. Pero yo lo decía más bien por los escritores jóvenes, que siempre están muy interesados en lo que te puede dar la literatura: salir en un periódico, que te reconozcan, que te hagan entrevistas, que vivas como escritor. Y eso no es nunca lo más importante. Y eso me lo enseñó Enrique Fierro. Me dijo, «tú escribe, el resto ya viene. Si no viene, no viene». Yo me refería sobre todo a eso, a la idea de que, por ejemplo, los chicos que a veces me mandan sus cuentos, yo siempre les digo: «tú eres escritor cuando decides ser escritor». Ahora, puede ser bueno, puede ser malo, puede no tener condiciones, pero esa decisión, que para mí fue bien difícil y la hice muy joven, es una decisión de vida, es una decisión en la cual te vas con todo o no te vas en absoluto. Ya, si después publicas o no publicas, bueno, eso vendrá. Pero la idea es que tú escribas y lo hagas, digamos, sobre la base de todo lo que puedes dar. De repente no das mucho, pero diste lo que pudiste. Entonces, escribir es eso, para mí. No que tu libro salga, eso va a venir con el hecho de que tú asumas la escritura como una forma de vida.

[En ese sentido] Enrique e Ida, los dos, fueron muy importantes para mí, porque cuando yo llego a Austin, había publicado Hudson el redentor, pero estaba con esa duda de por qué me había metido a estudiar Literatura, cuando lo que yo quería era escribir, y ellos me dieron muchos consejos. Enrique era mi amigo, era mi profesor para empezar, pero después se convirtió en mi amigo y fue una persona muy importante para que yo entendiera un poco las cosas que te he dicho. Ida, pues igual, siempre ha sido muy auténtica, siempre una lectora extraordinaria, alguien que me recomendaba muchas lecturas. Yo los veía a ellos como figuras protectoras del momento en el cual yo iba desarrollándome como escritor y entendiendo qué es lo que quería. Entonces esos consejos me sirvieron para no marearme. Creo que me enseñaron a respetar el oficio y la profesión y, sobre todo, a entender que la literatura es una forma de vida. Eso fue lo más importante. Enrique fue una figura tutelar para mí. En El círculo de los escritores asesinos (2005), aparece como personaje, se llama Erasmo Fernández, y cuando se murió le dedico La Procesión junto a Oswaldo Reynoso y a Miguel Gutiérrez. Los tres murieron el mismo año, la puta madre. 


Sobre tu manera de escribir, has dicho que corregís de manera obsesiva y que no avanzás hasta que quedás conforme con lo que escribiste. Después de eso, ¿tenés una instancia de relectura en la que ya no exista esa presión de la corrección?

[Se ríe] No, porque yo básicamente doy manuscritos limpios. Soy un escritor obsesivo, soy un mal escritor en el sentido del método. Evidentemente esto es falsa modestia, pero me refiero a que si, por ejemplo, yo me gano una beca para irme a escribir al campo mirando las vacas sin tener nada que hacer, probablemente no voy a escribir. Yo terminé Bioy en un bus en Estados Unidos, en un Greyhound, en estado de locura, ya tomado completamente por la novela. Viajé toda una noche porque no me salía frente a mi computadora. Y tomé un bus y me fui a Nueva York y ahí escribí el final. Yo creo que en un momento el proyecto, sea un cuento, una novela, ya te toma; yo he escrito en el metro, yo escribo de pie y cuando esto pasa ya estoy en otra lógica y ya entré de lleno al proyecto. Incluso uno puede ver que mis personajes, muchos, algunos, son desagradables. Siempre son graciosos, pero son desagradables o son intensos, son personajes que ponen al límite aquello que podemos llamar lo sano, lo bueno, lo coloquial. Siempre están yéndose un poco más allá de los límites. A mí a veces me desagrada mucho lo que hacen, pero me divierte escribir sobre ellos. Y es cuando se independizan los personajes que tú te das cuenta. Evidentemente tú sabes por dónde van. Tú sabes qué es lo que quieres escribir. Pero cuando ellos ya toman una forma que va más allá de la lógica que puede ser la tuya… por ejemplo el personaje del cura en La lealtad…, que era desagradable. Hay una parte que era fuertísima, cuando lo está bañando a uno de los niños, pero a mí literariamente me parecía que estaba muy bien. Decía, «puta, qué desagradable esto, pues, pero está bien».


Es muy buena esa parte.

Me quedó genial, ¿no? (risas) Entonces va un poco por eso. Yo creo que la literatura en un momento ya te toma y tú manejas, pero no necesariamente tú guías la dirección. 


Nombrás mucho a Onetti como influencia sobre cómo entender y vivir la escritura, la literatura. Pero, ¿encontrás puntos en común entre tus libros y los de él, a nivel más formal, de estilo?

Yo intento, ¿no? (risas) Uno lee Onetti y en cada momento encuentra o frases extraordinarias o imágenes que son extraordinarias, pero al mismo tiempo son dolorosas. A mí me gusta mucho ese existencialismo del mundo de Onetti. Esa es una parte que está en mis novelas. Yo creo que lo que más he capturado es esa esencia de personajes que van por la vida un poco perdidos, definitivamente, pero siempre hay una mirada hacia la vida y hacia las cosas que no es amable, que tiene esa parte de pesimismo. Hay un pesimismo que está presente desde el primero de mis libros. Y al mismo tiempo creo que la idea del mundo literario que yo adopté desde el primer libro viene de Onetti y del boom, en realidad, y de Faulkner. Esa idea de tener un mundo. Tú vas a ver que algunos de los personajes se van cruzando entre novelas. El personaje Hudson, por ejemplo, que sale en mi primer libro, también sale en El círculo, es nombrado por ahí. Esta idea como de cameo cinematográfico me parece interesante. Y, al mismo tiempo, el Chato es un personaje que envejece conmigo, es intermitente, entra, sale. Y esa suerte de Santa María…yo no he creado una ciudad, pero me interesa mucho la idea de que toda tu obra repose en esa ficción que te acompaña, sabes que no existe, pero al mismo tiempo es lo más verdadero que tienes en tu vida. Eso me gusta. Y el desaliento, pero el desaliento canchero. Onetti tenía una cosa que yo no creo que tenga, que era muy bueno también para expresar verbalmente lo que hacía públicamente por escrito. Y bueno, yo no he tenido la vida de él, tampoco quisiera tenerla, porque, claro, termina metido en una cama.


Por elección.

Evidentemente, por elección. Pero sí siempre me ha fascinado un poco la vida de los escritores que van al límite. Eso también es algo que está presente en El círculo. Es algo que me ha marcado. Entonces, sí, Onetti cien por ciento.  Aparte, escribe extraordinario. Por más que ya no se escriba así. Ya nadie escribe como Onetti, porque tampoco es posible, pero las frases que él tiene y la manera en que las arma y los adjetivos que encuentra, la manera en cómo él presenta sus personajes enloquecidos y que parece que viven, pero porque tienen que hacerlo, respiran porque tienen que hacerlo, eso siempre me fascina.

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