poesía
Tras el rastro de un poeta: Cărtărescu
Por Roberto Appratto / Jueves 15 de setiembre de 2022
Interior de «Poesía esencial» (Trad. Marian Ochoa de Eribe y Eta Hrubaru. Impedimenta, 2021).
Sucede que Mircea Cărtărescu (1956) también es poeta, o primero es poeta, o siempre ha sido poeta. Roberto Appratto reseña Poesía esencial (Impedimenta, 2021) del autor rumano y conecta los puntos esenciales de una obra en la que el lenguaje es impetuoso y plenamente imaginativo. Y no deja de destacar el trabajo de sus traductoras, Marian Ochoa de Eribe y Eta Hrubaru.
Mircea Cărtărescu (Bucarest, 1956) es el escritor rumano más importante de nuestro tiempo. Sus novelas y colecciones de cuentos y ensayos lo han hecho famoso también fuera de Rumania en razón de la fuerza evocativa, la versatilidad y la imaginación que despliega su escritura; esta, a su vez, orbita alrededor del pasado de Rumania y el suyo propio encarados como un presente sobre el cual siempre es posible la creación, la visión de un paisaje por detrás del que describe y recuerda. También el sentido del humor figura, junto al realismo y a las imágenes a menudo monstruosas, como un factor que Cărtărescu incorporó a su universo literario de manera natural. Esas mezclas y dificultades, entre otras que plantea el idioma rumano, son trasladadas al castellano siempre por la misma traductora, la española Marian Ochoa de Eribe, que parece haber entendido perfectamente el sentido del ritmo, los cambios de plano temporal y el manejo del lenguaje que practica Cărtărescu. Es también ella, acompañada por Eta Hrubaru, la traductora de su Poesía Esencial, que apareció en Impedimenta el año pasado.
Sucede que Cărtărescu es también poeta. En este volumen se recogen textos de Faros, escaparates, fotografías (1980), Poemas de amor (1980), Todo (1984), que son sus primeros libros, los que cimentaron su fama en Rumania como integrante de un grupo de poetas de la generación del ochenta, creador de lo que se llamó el postmodernismo rumano. También están los poemas de Amor (1994) y Nada (2010), de épocas en que ya había empezado a escribir narrativa.
No es casual, y eso se percibe leyendo estos textos, su modo de entrar en la narrativa: Cărtărescu llegó a la literatura en los setenta, bajo la dictadura de Ceaușescu pero también como consumidor de cultura occidental, especialmente anglosajona: Bob Dylan, John Lennon, los poetas beatnik de los cincuenta (Alan Ginsberg, Lawrence Ferlinghetti, Jack Kerouac, Gregory Corso) en lo que tenían de contestatarios, de propulsores de otro modo de concebir el arte y la poesía. Eso caló hondo en el grupo de jóvenes al que pertenecía Cărtărescu y se nota no solo por la vía explícita de citar a Lennon y a Ginsberg (hay un poema que se llama «He conseguido un ejemplar de Aullido firmado por Ginsberg») sino en la apelación al desborde de las imágenes, controlado por la conciencia del lenguaje.
Lira de oro, mueve tus alas/hasta que acabe yo este canto,/ esconde hondamente tu cabeza de caballo en el silencio, / lira de oro, mueve tus alas/ hasta que acabe yo este canto. […] Remolinos de piedra entre circunvoluciones/ abstractos giros más acá de la piel/ y más allá de la piel/ más acá del viento y más allá del viento,/ un solo ojo teje a su alrededor/ una especie de luz, que otro ojo/ percibiría como noche y ofrecería / a los melancólicos dioses de la noche, / si hubiera otro ojo, pero así/ lo que asoma, lo que cristaliza/lo que ondea,/ es mucho más que la noche, pues la noche/ día se llamaría ante esta extensión/ de espacio violeta y de cúpulas.
Ese es el comienzo de «La caída», el primer poema del libro (y el que lo hizo célebre de inmediato); no se nota allí el fuerte índice de coloquialidad que más adelante signaría su poesía, el que lo acercaría tanto a los beatniks como a Nicanor Parra, pero sí la torrencialidad, el otro eje de su escritura. Es lo personal concebido como universal y digno de ese empuje expresivo de repeticiones y razonamiento incluido en el desarrollo, que después pasará a las descripciones demenciales de Solenoide o El cegador y que incluso se incrusta en el realismo «de atmósferas» de algunos textos de Nostalgia y de Lulú. Como Cărtărescu mismo señala en un reportaje, despliega en estos poemas y en esos pasajes narrativos un «mecanismo metafórico particular» que fue afinándose con el tiempo, pero que nunca perdió su fuerza asociativa, la capacidad de derivar de un punto al otro del paisaje evocado y abrir otra puerta a la imaginación cuando ya parece que no queda más aliento.
Ese mecanismo convive con la frescura de este otro poema, de 2010:
Cuando era mucho más joven me enamoré de Natalie Wood/ (todavía hoy pienso que de todas las actrices/ ella es la que más merece mi amor)/ Me pongo buena nota/ por no haberme encaprichado de BB o, válgame Dios, de Marilyn/ no me sucedió algo tan vergonzoso
Todo lo anterior cual demuestra que Cărtărescu es también un poeta de primera categoría, y que en el lenguaje está todo.
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