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Narrativa uruguaya

Una tradición de gatos

Por Alejandro Ferrari / Lunes 30 de diciembre de 2024
«25 Cats Name(d) Sam and One Blue Pussy», de Andy Warhol (1954).

El repaso por la presencia de los Felis silvestris catus en las letras uruguayas desde 1820 le sirve a Alejandro Ferrari para analizar El país de los gatos (Ginkgo, 2024), nuevo libro de Fabián Muniz. En este sentido, observa el lugar que ocupan los felinos en la novela, pero también advierte que: «La prosa de Muniz es afiatada, eufónica: es un poeta que novela, cuidando el lenguaje». 

El 8 de marzo de 1820, Dámaso Antonio Larrañaga consigna en su Diario de la Chácara que «El gato rompió una maceta pedernal». Una apreciación banal, pero quizás la primera aparición, en papel y tinta, del felino hogareño en tierra oriental.

A miles de kilómetros de allí, en Roma, y casi cien años después, tras despedir el año de 1916, pocos meses antes de su muerte en un hotel de Palermo, José Enrique Rodó enviaba a la revista argentina Caras y Caretas una colaboración titulada «Los gatos del Foro Trajano». En ella contaba su experiencia alrededor de la Columna Trajana en la que descubrió en sus caminatas una colonia de gatos, a quienes no quería, y que se había apoderado del Foro ya en ruinas.

Apoyado en su animadversión por estos felinos, mientras contemplaba las ruinas imperiales, en el marco de la Gran Guerra aún en curso, Rodó describía la decadencia de la civilización —aquella que por la misma época estudiaba Spengler— parangonándola a la decadencia del gato como «parodia de la fiera»: la Gatomaquia se volvía una pintura de la civilización. Y concluía: «¿no será esta de que nos envanecemos una civilización de gatos?».

El pintor argentino Emilio Centurión plasmó con precisión, en la ilustración que acompañó el artículo, el cuadro que contaba Rodó. Muchos años después, la rusa Yenia Dumnova firmaba otro dibujo, este más jocoso, de los gatos romanos rodonianos en la edición Parabolas y otros escritos para niños (Arca, 1971).

Esta introducción nos ayuda, trayéndonos de aquella «civilización de gatos» a este «país de gatos», a analizar una obra novedosa y diferente que vuelve a tomar como referencia a los Felis silvestris catus, aunque no sea la única en la reciente narrativa uruguaya.

Como los gatos, de algún modo libres e inasibles, la novela El país de los gatos (Ginkgo, 2024) huye de una categorización evidente. Aunque quizás nos topemos con una condición que podamos extender a toda la obra narrativa de su autor, Fabián Muniz (Montevideo, 1988), profesor de Lengua y Literatura, periodista cultural, ensayista, poeta y narrador. A su ópera prima, La epopeya de las pequeñas muertes (Fin de Siglo, 2017) ganadora del premio Gutenberg de narrativa joven, le sigue la obra que comentamos.

Acostumbrados a narrativas más lineales, realistas, cartesianas, la variedad de tópicos o de registros que su autor va desgranando —y que con estudiadas dosis va haciendo aparecer a medida que transcurre nuestro ágil recorrido— nos conduce a otra experiencia de lectura. 

Quizás a esto colabore la escritura unitaria de la novela, sin capítulos, en trechos por lo general breves separados por tres asteriscos, en los que, por momentos, parece que nos encontráramos en un inquietante cuento de suspenso, en otros en una convencional novela realista, por momentos novela policial, salpicada de poesías, fragmentos de otras novelas en progreso, transcripción de correos electrónicos, titulares de prensa, entre varios recursos empleados. Hay una influencia notoria del relato cinematográfico, especialmente en el modo de mostrar el pasaje, por momentos vertiginoso, del tiempo. 

La prosa de Muniz es afiatada, eufónica: es un poeta que novela, cuidando el lenguaje. Quizás una muestra breve de este estilo propio lo encontremos en otro inclasificable relato/artículo previo del autor, titulado «Dos por día, o Tratado sobre un cuento que saltó por la ventana», aparecido en el libro colectivo Cuentos de la peste (Fin de Siglo, 2020), en el que se destaca un logradísimo terceto encadenado homenajeando a Dante Alighieri.

Tras su comienzo calmo, controlado (la historia de un escritor exitoso pero en circunstancias paradójicas), en la novela se van superponiendo capas que dialogan entre sí y que podríamos sintetizar en tres ítems principales: diversas problemáticas del presente, los conflictos de la adultez y la literatura misma contemplada desde el ejercicio del oficio del escritor.

El país de los gatos es una novela del presente, pues afloran en ella diversas preocupaciones que los politólogos llamarían «agenda» y los filósofos «espíritu de los tiempos»: el clima intelectual, cultural y social presente que incluye cuestiones vinculadas al bienestar animal, el combate al especismo (la discriminación de las especies no humanas por considerarlas inferiores), la militancia de acción directa en causas de esta índole, el feminismo, la defensa del lugar de las mujeres en el mundo del trabajo, la ciberseguridad de niños y adolescentes en las redes sociales, entre otras. La originalidad de Muniz radica en que estas cuestiones van emergiendo y son tratadas con absoluta libertad narrativa, a veces con toques de humor, en las antípodas de una novela de tesis; son el marco y a veces el pretexto en que se plantean cuestiones vinculadas mayoritariamente a la libre elección de los personajes, que son protagonistas vivos, que progresan en la narración, que padecen y gozan.

El país de los gatos es una novela adulta, que desarrolla asuntos afines a la conformación de la familia, a los vínculos afectivos, a la maternidad y paternidad, a la herencia, la enfermedad mental, la justicia, la autonomía, la vocación, el castigo y el premio por las acciones y, también, la muerte. Es, además, aunque quizás lo sea en primer lugar, una novela sobre la literatura misma y, específicamente, sobre la figura del escritor y su relación con el mundo editorial, sobre lo que comúnmente llamamos «inspiración» y su contracara el «bloqueo» del escritor, el uso del seudónimo como escondite y cárcel, la suplantación de identidad y, vinculada al presente, la literatura feminista y su aceptación comercial y su validación académica.

Temática y estilísticamente, El país de los gatos dialoga expresamente con su antecesora La epopeya de las pequeñas muertes. Son múltiples las relaciones, comenzando por la presencia de animales (una jirafa allí, los gatos acá). Pero, fundamentalmente, y en tono satírico, el mayor nexo es el tratamiento de la figura del escritor, impelido interiormente a escribir a pesar del mercado, que es rechazado por editores, aunque logra triunfar y ser famoso y comercial.

Otra constante es el uso de lugares de nombre ficticio para nombrar el territorio: Applecore en La epopeya… y San Cupertino aquí, aunque en una escena importante de la novela, basada en un caso real de intromisión de animalistas sucedido en el ruedo de la Criolla del Prado montevideano, encontramos el parentesco con la capital uruguaya. El autor ironiza sobre «la población de la ciudad, ajena a sus raíces el resto del año pero arraigada a su origen e identidad cimarrona durante los días en que ocurre el festival» en «la pantomima de una vida gaucha for export». 

En nuestra novela los gatos aparecen de varias maneras y termina siendo la argamasa que une la narración: primero lo hace con nombre propio (Etelvina), luego como nombre de una mansión gatuna poblada de felinos llamada El País de los Gatos y, por último, en el deseo de una niña que anhela un gato como mascota y que mira videos de gatitos en las redes sociales. Y aparece en un lugar más: en la portada del libro, no solo en el título sino en las dos ilustraciones incluidas de Verónica Alves, que acompaña explícitamente elementos del texto, concretamente una escena de la novela, quizás el acontecimiento desencadenante de toda la acción, lo cual revela una buena lectura de la artista.

Aunque sea una obra autónoma, de alguna manera El país de los gatos integra una tendencia en aumento: la «animalidad» presente en el universo narrativo de la última década en el Uruguay, ya de animales en lugares rurales o zonas poco pobladas (Rosario Lázaro Igoa, Tamara Silva Bernaschina) o de animales urbanos, domésticos, donde destacan nuestros gatos literarios, especialmente en dos cuentos del último lustro: «Animales que vuelven», en el libro homónimo de Gonzalo Baz (Pez en el hielo, 2020), y en «Se mudan» de Jorge Fierro, del libro Mal aliento (Pez en el hielo, 2021), en el que aparece el gato en su relación con las personas y el espacio citadino en apartamentos con azotea.

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En febrero, Alejandro Ferrari va a dictar el taller «Perros y gatos literarios uruguayos y recientes» en nuestra casa.

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