Literatura de viajes
Viajes de Marco Polo: la figura canónica del viajero
Por Teresa Porzecanski / Viernes 02 de setiembre de 2022
Marcopolo partiendo de Venecia. Miniatura c. 1400. Li Livres du Graunt Caam.
El registro de la experiencia del viaje no es novedad de la era tecnológica. Teresa Porzecanski relee Los viajes de Marco Polo y describe el lugar de esta obra en la literatura de viajes. El rol del viajero, así, es el de «constituirse en intermediario entre aquello raro o nuevo, maravilloso o monstruoso, y los lectores que harán de ese relato una leyenda, una ensoñación, o una fuente de temor y misterio».
Existe toda una historia de lo exótico que, tejida entre la realidad y la leyenda, se remonta a los tiempos más antiguos. Por nombrar solamente dos hitos, entre muchos otros, está la Odisea —el retorno largo y complicado al hogar— y Los viajes de Marco Polo: ambos pueden muy bien ocupar el lugar de canon en la literatura de viajes que ha caracterizado los últimos cinco siglos. A partir de que un cúmulo de naturalistas, dibujantes o meros aventureros acompañara a los descubridores en sus viajes de exploración y conquista, se fueron acumulando cartas, bitácoras, diarios y todo tipo de memorias y relatos orales.
La figura del viajero se vuelve central en la literatura, especialmente a partir de la modernidad, ya que implicó esa apertura al mundo «de los otros», posible ahora por las tecnologías mejoradas de navegación y orientación. Su perfil, el de un extraño, el de un observador que está de paso, el de un «outsider», aunque perfilado desde luego por el etnocentrismo implícito en su propia cultura de nacimiento, es el más fascinante por la tarea que se propone: constituirse en intermediario entre aquello raro o nuevo, maravilloso o monstruoso, y los lectores que harán de ese relato una leyenda, una ensoñación, o una fuente de temor y misterio.
En una Europa de fines del siglo XIII, exhausta por el esfuerzo de las fallidas Cruzadas contra el «infiel», la mirada se vuelve hacia un Lejano Oriente, fuente de misterio, de contraste, pero, sobre todo, de posible comercio y enriquecimiento. Los mercaderes de Génova y Venecia buscaron abrir las rutas de esas comarcas, precedidas, en la imaginación colectiva del Occidente, por mitos de exagerada abundancia y exotismo. La Ruta de la Seda nace como un entramado del deseo, la avaricia, la belleza y la criminalidad, todo al mismo tiempo.
En 1298, confinado en una prisión de Génova, el Marco Polo regresado de su viaje de casi veinte años por Asia, le dicta a Rusticiano de Pisa, su compañero de celda, el relato de sus viajes. Había llegado a Venecia en 1295, junto a su padre y su tío, vestidos los tres con las ropas tártaras y una barba que les llegaba al pecho. Según el biógrafo de Marco, Juan Bautista Ramusio, hablaban una extraña lengua ya que habían olvidado el veneciano, por lo que nadie creyó que eran los Polo que volvían por la tenencia de su negocio mercantil. Ese negocio, muerto el abuelo Andrea, había sido ocupado por extraños, quienes justamente se resistían a reconocer la identidad de los recién llegados.
Tras una cantidad de peripecias amargas, los Polo rescataron su propiedad y, tres años después, en la guerra entre Genova y Venecia, Marco, al frente de una galera integrada a las fuerzas militares venecianas, fue apresado por genoveses y conducido como prisionero de guerra a Génova. Allí, recluido en las mazamorras de un castillo utilizado como cárcel, encontró a quien haría de escriba para sus relatos. Un año largo le llevó a Marco contar sus viajes y a Rusticiano, versado en lenguas, escribirlo en francés con interjecciones típicamente italianas.
Según los datos históricos conocidos, recién en 1307, la copia del libro corregida nuevamente por Marco y regalada por este a Tibaldo de Chépoy, hermano de Felipe IV, de visita en Venecia, habría dado lugar siglo y medio más tarde a la primera versión impresa del libro, no con el título original De las maravillas que yo he visto, sino con el título El libro de Marco Polo, el veneciano. En tanto que la versión primera de Rusticiano jamás se encontró, otras copias que mandó hacer Tibaldo en Francia, antes de la impresión Gutemberg, habrían llegado a manos el Rey de Portugal e inspirado su decisión de enviar a Vasco da Gama a surcar esos mares desconocidos.
Lean este libro en el que hallarán las características más notables de los pueblos de Armenia, Persia, Tartaria, India y de muchas otras provincias. Y esto se lo contará el libro, ordenadamente, tal como Maese Marco Polo, sabio y noble ciudadano de Venecia, lo narra y como él mismo lo vio.
Esto es lo que anuncia Rusticiano en su primera copia, y advierte que el relato «hace referencia de aquellas cosas que él no vio, pero oyó decir a personas dignas de fe, de manera que, de cosas vistas dará por vistas,y de otras por oídas, a fin de que este libro sea verídico y sin ninguna falsía».
Tal invitación entusiasta, merecería, seguramente la aprobación de Marco, quien había sido ya un consejero del Kublai Khan, un embajador del Emperador de China, y hasta Gobernador del Imperio Mogol, no poco mérito para un aprendiz de comerciante, nacido en Ucrania, bajo el dominio de la principesca República de Venecia, en 1254.
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