Tan lejos de casa
Leé un avance de «La lengua de sus hijos», de Daniel Mella
Por Daniel Mella / Martes 24 de junio de 2025

Portada de «La lengua de sus hijos» (Ilustración: Sebastián González) y Daniel Mella (Foto: Manuel Rodríguez Rico).
No es todos los días que Daniel Mella publica un libro de poesía, y qué buena noticia. Un experimento que se aleja de la forma de sus obras anteriores, pero que, al mismo tiempo, ofrece versos en los que aparecen, tercos y descarnados, sus desvelos, obsesiones y arrebatos. Empezá a leer la conmovedora La lengua de sus hijos (Editorial Secreta, 2025), con ilustración de tapa de Sebastián González.
No quise dejar constancia
del horror
lo atroz
lo emocionante.
Nada de lo que existe merece ser conservado.
Si una vez hablé de la niebla temprana
sobre un cerro sin nombre
no fue para capturar la luz de ese instante
ni para embalsamar el momento.
Fue porque esas fueron las palabras
las que pude decir
al despertar
tan lejos de casa.
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Damas, caballeros.
Nadie dice nunca nada nuevo
así que sepan disculpar.
Tampoco yo.
Acá tienen, entonces, nuevamente
una historia que empezó como siempre.
Como si nada. Como un juego.
Una dama le dijo a un caballero:
«No te enamores de mí, por favor
mirá que ya volví locos a varios».
La vereda de un bar.
Eran dos más entre toda la gente que tomaba
y conversaba y se reía.
La noche hermosa. Y ella hermosa.
El caballero le retrucó:
«Una noche te pido, no más.
Es todo lo que preciso para arruinarte
al resto de los hombres».
Días después, ya no querían salir de la cama
por nada del mundo.
Él tuvo que escuchar: «Sos como un libro.
Te voy a leer de tapa a tapa.
Después te voy a poner a dormir
en un estante
pero no te preocupes, te voy a volver a sacar
de vez en cuando.
A mis libros favoritos los leo, al menos
una vez al año».
Luego, echados en el pasto
cuando se escaparon a las sierras
a él se le ocurrió decirle
mientras admiraban
la espalda de la luna:
«Un día te vas a ir. Te vas a morir
por descubrir
las geografías de otros cuerpos
pero no vas a necesitar
ningún otro mapa que este».
Era un modo que tenían de deslumbrarse
y de calentarse.
De quitarle importancia, supongo
a lo que les pasaba.
De darle un no sé qué de drama.
De atenuar la dulzura de todas
las más dulces dulces nadas
que se susurraban cuando soñaban durar
hasta que fueran viejos.
Lo que uno dice, damas, caballeros.
Lo que uno goza de escuchar
cuando está en plan de conquista
o de ser conquistado.
Al final se nos vuelve en contra.
Por más que la mitad de las cosas
que dijo él no fueran suyas siquiera
y las haya robado de unas canciones
que jamás le iba a mostrar.
La historia continúa demasiado.
Desde que a este caballero lo dejó su dama
se ha puesto a pensar, como nunca
en la Nada.
Se ha puesto a escribir versos, además
y cada tres versos que escribe
mete la palabra nada.
Se le cuela también, continuamente
la palabra muerte.
Por supuesto también
la palabra perder.
Que la tenga con la Nada le impresiona.
Será que está mal.
Será que se ha convertido
de un día para otro
en un legítimo filósofo oriental
o en lo que más temía:
un mísero tanguero.
Ojalá que esto último no.
Pero si resultara que sí
jura el hombre en cuestión, y lo jura
por su madre –que vive y resiste –
no será de esos tangueros que se dejan ver
en la milonga de los jueves
refregando su panza
siempre contra algún vestido nuevo
pensando sin parar
en lo que hubiera sido.
Pero esto de la Nada, debe admitir, le gusta.
Le interesa.
Es toda una novedad, una noticia.
Además de que es cortita, la palabra
y de que rima con muchas otras
es la única que se le ocurre
de la que se puede hablar sin poderla
representar con una imagen fiel
salvo por estas dos, que por ser dos y no una
queda en evidencia que son más falsas
que una casa para siempre:
una blancura infinita, una negrura infinita.
La muerte sería la puerta imaginaria
tras de la que te topás con alguna de ellas
al cruzarla.
Eso siempre y cuando, al cruzar esa puerta
quedara
alguien con la capacidad de apreciar
ya sea: la ausencia total de color
o a todos los colores reunidos en uno.
Si así fueran las cosas
y uno pudiera elegir
entre fundirse o perderse o nadar
infinitamente
en una de estas imágenes ficticias
¿qué elegiríamos?
¿fundirnos en lo negro?
¿perdernos en lo blanco?
Algunos prefieren nadar de noche.
Quizás después de muertos, también.
Pero al final, ¿qué sabe la gente?
Habla de la Nada.
Piensa cosas interesantes sobre la Nada.
Cosas como: la Nada es algo, claramente.
Algo que no sabemos qué es
y le pusimos nombre.
Piensa cualquier boludez abstracta
para no dejarse devorar
por el vacío que le quedó.
Escribe la palabra nada porque
le produce un espanto menor
que la palabra vacío.
Y es claro:
el vacío estaba ahí desde antes de que
conociera a la dama
siempre ordenándole ir
de un lugar extraño a otro
más extraño todavía.
A llevar a cabo acciones de cuyo efecto
jamás llegaría a enterarse.
Incitándolo, de continuo
a emanciparse o a rendirse.
Pero, ¿quién va y se emancipa?
¿Quién viene y se rinde? [...]