Brutal y conmovedor
Leé un avance de «No te mueras en diciembre», de Mariela Peña
Por Mariela Peña / Sábado 07 de junio de 2025

Portada y contraportada de «No te mueras en diciembre», de Mariela Peña (Forma, 2025).
«Aquí no hay hadas, hay mariposas reas. Es una habilidad que tiene la autora: lo bello, lo pequeño y lo emocionante se despojan del peligro de lo bobo. Es inspiración y técnica. Hay aquí un libro brutal y conmovedor»: leé un avance de No te mueras en diciembre, el último libro de Mariela Peña (Forma, 2025). Un preámbulo de la presentación, que será el jueves 19 en nuestra casa.
Ese ruido de motor corcoveante seguido de un silbido de contracción seca, carcajada ronca de fumador de otra época, de cuarenta parisiennes por día. Risa con tos. ¿Qué hace la risa de Carlos de nuevo acá? Estamos alrededor de una mesa redonda, en un espacio pequeño. Se respira un aire denso, fúnebre; estoy vestida con la misma ropa que usé el día de su velorio. «Servime más ensalada, Carinita», me pide mientras se sigue riendo con toda la boca abierta y exhibe los restos de carne que tiene pegados en las muelas, escupe sobre su plato y se limpia con el mantel. En ese momento, yo le pego un tiro y la pesadilla se resetea. El espacio se ensancha, se encienden unas luces. Alrededor mío cuelgan guirnaldas que no se sostienen de ningún lado. El terreno que habito está sucio y destruido como en el fin de una catástrofe. Que los cumplas feliz, que los cumplas feliz, que los cumplas, Marquitos, que los cumplas feliz. Abro los ojos de golpe, tengo taquicardia y la remera empapada.
Giro en la cama, hacia la ventana. Mi gato está en posición de ataque mirando para afuera. Entran luces, música de carnaval carioca y ese bullicio del infierno que me despertó. Tardo unos segundos en entender que es el cumpleaños de mi vecino y en su casa hay una fiesta. Es la primera noche que duermo en este apartamento. Agarro el celular, son las tres de la mañana. Me siento en el borde de la cama, me froto los ojos con bronca, voy al baño. Por todas las ventanas el ruido se cuela y se expande como una nube tóxica. Vuelvo a la cama enseguida e intento retomar el sueño, pero no puedo. Levantarme a hacer pis siempre fue una batalla perdida en mi guerra contra el insomnio. La música y, sobre todo, las voces se escuchan cada vez más fuerte.
No quiero quedar como una aguafiestas, es importante para mí llevarme bien con ellos. Necesito que funcione. Tienen más o menos mi edad, él dos o tres más que ella, pero no llega a los cuarenta. Es normal que cada tanto hagan estas cosas, que se diviertan. No toda la gente de treinta y pico es como yo, que desde los veinte soy una anciana. Hay gente que no perdió la vida en ninguna esquina del pasado. Hay gente. La voz de un tal Pali opinando de política no me deja pensar.
Mañana empiezo en el supermercado y necesito dormir. Abro el chat de vecinos al que prácticamente me obligaron a unirme, porque si pasa algo, me dijo el dueño, es bueno estar comunicados.
«Vecinos, soy Carina, del 104. Por favor, ¿podrían bajar un poco la música? Son las tres, mañana trabajo. Gracias y perdón por la molestia». Yo siempre pido perdón.
Doy varias vueltas. Pienso que están de festejo, que ni Marcos ni su mujer estarán pendiente del celular. No verán mi mensaje sino hasta dentro de una hora, con suerte. Una hora más de esto sería la muerte. Lo sé y no me resigno. Uno de los invitados, particularmente, tiene un timbre de voz que despierta mi costado asesino. Saldría así, como estoy, en pijama y descalza. Le quebraría el cráneo con un golpe seco del primer cacharro que se me cruzara en el camino. Lo dejaría desangrándose en el patio y volvería a dormir sin culpa y sin dolor.
Más de una hora después siento que alguna puerta se cierra y el ruido se aplaca. La fiesta sigue puertas adentro. Me cambio la remera, suspiro, me siento aliviada.
Yo te dije, boludo, que esa mina no sirve para nada, hay mujeres que mejor no tomarse muy en serio. ¡Lucas! ¿Me traés el encendedor que está en el bolsillo chiquito de la campera?
Los que salen a fumar vuelven a despertarme. Hablan a los gritos y se ríen como de mí. Son las cuatro y veinte. Mañana hago el turno de ocho a dieciséis. Voy a tener que soportarlo sin dormir por culpa de estos idiotas que mañana, seguramente, amanecerán a las tres de la tarde con resaca adolescente.
Abro el chat, el último mensaje es el mío, cerrar la puerta del patio fue su forma de responderme. Los que salen a fumar no están al tanto de nada o no les importa. Entonces gritan, hablan uno encima del otro, se hacen los cancheros. Forros. A ustedes también los mataría.