Tiempo que reclama cuerpos
Tomar(se) el tiempo: un arte lento, salvaje, ecológico
Por AniMale / Miércoles 23 de julio de 2025

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«Y el tiempo, como un fuego que consume nuestros deseos, exige de todo nuestro ser para estar ahí, para devenir tiempo consciente, para devenir seres simbólicos flotando en los mares del reloj»: un nuevo ensayo del dúo AniMale sobre la lentitud en tanto cualidad para nuevas formas artísticas. En nuestra época de crisis, el potencial del arte en tanto pregunta acerca de la relación que entablamos con los seres y el tiempo.
Escuchar, contemplar, hacer lugar, compartir, cuidar, reparar, moverse lento pero sabroso, que el beat de nuestros deseos se expanda en el tiempo de nuestras vidas, to become, to come, juntes.
Empiezan a pasar los segundos, los minutos, las horas, y las extremidades pulsan de tanto moverse. Ese cuerpo atento, alerta, energético del inicio da lugar a otro más reservado, uno que cuida su energía, que modula sus intenciones. Un cuerpo que busca en y con el otro sostener el tiempo deviniendo relación, pregunta, problema.
Estamos en busca no del tiempo perdido sino de «un tiempo soportable, tiempo-K, para una época en la que el tiempo de la duración ya no está disponible» [1]. Lo duracional como una grieta en los tiempos de consumo frenético-capitalista, eso nos propone McKenzie Wark y por ahí es que deseamos chorrearnos con nuestras prácticas, colarnos entre la piel, por debajo de los ojos, entre los pelos, sentir que la obra se vuelve una manera más de habitar el tiempo cotidiano, provocando así que las horas, como olas, se ralenticen frente a las orillas de nuestros pies.
El tiempo que reclama tiempo deviene obra y la vida que atraviesa esos días también. El límite entre lo que es y no es arte se desdibuja y se levanta la metapregunta de qué significa ser y crear.
Luego del cansancio de las horas, de la insistencia del cuerpo por seguir, surge un movimiento que no está tan controlado, es decir, luego de que las ideas están agotadas, luego de que el cuerpo está exhausto, el movimiento se resuelve a sí mismo y aparecen flujos inesperados, movimientos no codificados, movimientos salvajes que no pertenecen al campo de signos de lo cotidiano, sino que son otra cosa.
Podríamos imaginar que se generan así las condiciones para que el movimiento se «resalvajee» [2], se produzca a sí mismo con la mínima intervención de quienes lo efectúan, y se le dé lugar a la propia lógica de ese devenir. El movimiento huye de su signo como un animal huye al bosque porque «una sociedad no es mejor que sus bosques» [3] y porque ya alguien lo dijo por ahí «Poeta es árbol» [4], lenguaje salvaje.
«Resalvajar» el movimiento no es tan solo una técnica, sino que implica un cambio radical de cosmovisión, de valores y velocidades, un movimiento en el tiempo visto como pura poesía, puro signo polisémico, porque «la poesía es el lenguaje de la naturaleza» nos diría Joaquín Araújo. Y variar el ritmo, enlentecernos, entregarnos a lo duracional puede llevar a ejercitar la contemplación, tan necesaria para relacionarnos con los otros seres, tan necesaria para abrazar la naturaleza, y buscar así esa poesía que nos permita escuchar el tiempo solar.
Isabelle Stengers propone el concepto de «ciencia lenta» como una respuesta crítica a la presión contemporánea por obtener resultados científicos rápidos —procesos cortos, publicaciones veloces, miradas fugaces—. En este sentido dice: «Es hora de que los científicos se tomen su tiempo» [5] y para tomarse el tiempo parece necesario bajar el ritmo. Tirando de este hilo podemos hablar de un «arte lento», con otro beat, que se inmiscuya más horas en nuestras vidas, en nuestro día a día, pero no como un producto de consumo, y más bien como una pregunta abierta por nuestra relación con los seres y el tiempo.
«No podemos permitirnos el lujo de no vivir en el presente» [6]. Lo duracional convoca al presente, porque evoca el tiempo. Y el tiempo, como un fuego que consume nuestros deseos, exige de todo nuestro ser para estar ahí, para devenir tiempo consciente, para devenir seres simbólicos flotando en los mares del reloj.
Lo duracional a su vez permite que la performance exista en un «continuum rave» que en este caso sería un «continuum dance». «La rave acaba la danza permanece» [7] y el calor debajo de nuestros pies sigue quemando, seguimos moviendo nuestros cuerpos al son de los segundos, de los minutos, de las horas, de los días y así hasta que se que nos incendien las imágenes cuando ya no nos quede más ritmo.
Un trabajo duracional es entendido como una toma de postura, una resistencia contra la mirada fugaz que lo devora todo sin detenerse a contemplar, un reclamo que llama al presente, que demanda un ritmo menos frenético que el que está llevando a nuestra época a la crisis climática, entre tantas otras.
Hoy ya han pasado varias horas, avisa el sol que, tras dibujar triángulos, huye del lugar y se lleva consigo el arcoiris y trae nuevos trayectos oscuros por los que discurrirá la obra, la escritura, el cuerpo, en este último par de gritos del día.
Las rodillas están algo sentidas y algo adormecidos también los sentidos, las agujas del reloj caen como gotas de lluvia una tras otra, resonando en el suelo que pisamos, inundando el paisaje de tiempo, un tiempo que reclama cuerpos para seguir siendo.
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Notas
[1] Wark, M. (2023) Raving. Trad. Mariano López Seoane. Buenos Aires: Caja Negra.
[2] Noss, R. y Soulé M. (1998) Rewilding and Biodiversity. Revista Wild Earth nº 3. Republicado por Environment & Society Portal, Multimedia Library.
[3] Araújo, J. (2020). Los árboles te enseñarán a ver el bosque. Cita a W.H. Auden. Madrid, Crítica.
[4] Idem. Cita a García Lorca.
[5] Stengers, I. (2018). Manifiesto por una ciencia slow. Trad. sin info. Barcelona: Ned Ediciones.
[6] Thoreau, H.D. (2007) Caminar. Trad. sin info. Montevideo: Séptimo Sello Libros.
[7] Wark, M. (2023) Raving. Trad. Mariano López Seoane. Buenos Aires: Caja Negra.