El producto fue agregado correctamente
Una tetera marrón

Correspondencia imaginada: las cartas de Celia Paul a Gwen Jhon

Por Gabriela Borrelli Azara / Jueves 02 de enero de 2025
Intervención sobre «Self Portrait with Letter», de Gwen John (1907).

Cartas escritas en un avión, cartas que aprehenden una temporalidad diferente en la que se materializa lo imposible. La artista británica Celia Paul (1959) ha sabido corresponderse en ausencia con su admirada Gwen Jhon (1876-1939). Según Gabriela, «ese cariño que traspasa el tiempo y la distancia y se suspende en las ideas es de las cosas más hermosas».

Yo también escribo sobre el aire. Suspendida como toda escritura, turbulenta o calma, atravesando las nubes como un colchón sin tiempo. Lejos, muy lejos, a muchos kilómetros de distancia, la tierra, los pies en ella como símbolo de realidad. Aquí, en cambio, en esta suspensión del vuelo, las ideas se abrazan con las fantasías y el tiempo transcurre de manera diferente. Cuando llegue al sitio a donde me dirijo las horas serán menos, bastante menos de cuando partí. ¿Dónde está ese tiempo? ¿En qué lugar? ¿Qué hice durante esas horas inexistentes? Pensé. Imaginé, fantaseé. Tal vez con escribirle a alguien que al igual que yo en este momento tiene el tiempo suspendido. La gran Mary Oliver en un poema habla de esta suspensión del tiempo (y por lo tanto de la vida) que es tomarse un avión. El poema está en su libro Primitiva Americana y esta hermosa traducción es de Natalia Leiderman y Patricio Foglia: 


A veces, 

en el avión,

ves a un desconocido

¡tan hermoso!

Su nariz 

con esa

forma griega antigua,

o su sonrisa como una

delirante fiesta mexicana.

Tenés ganas de decirle:

¿te das cuenta de lo hermoso que sos?

Te parás 

en mitad del pasillo,

no podés dejarlo 

ir hasta que te haya tocado

tímidamente, hasta que lo hayas rozado,

ah, leve,

como si encontraras

una moneda en el suelo 

brillando inesperada y 

sin pensarlo,

la tomás. Te quedás ahí, de pie

estremecida 

por la extrañeza,

la frescura de su tacto.


Esa fantasía aérea de Oliver, la distancia con la propia vida, abre el espacio del deseo de escritura infinita. Ya no la suspensión, sino la eternidad. Solo el roce con lo real y el gran cielo de la imaginación. 

La artista británica Celia Paul también escribe en un avión. Viaja primero de Londres a California para una muestra y de regreso no resiste las ganas de escribirle a Gwen Jhon, la artista galesa que admira, y con la que se siente identificada. 


Escrita desde el avión, 14-15 de febrero de 2019 

Querida Gwen: 

No pude esperar a llegar a Londres para escribirte de nuevo. Me alegra mucho que hayamos comenzado a comunicarnos, y me niego a hacer una pausa en este momento. Estoy en el avión, sentada al lado de la ventanilla, y hace ya un tiempo larguísimo, o eso parece, que sobrevolarnos Canadá. Solo sé que se trata de Canadá porque me lo ha dicho la amable norteamericana que se sienta a mi lado. Me contó que viaja con frecuencia entre Los Ángeles y Londres. Su aplomo contrasta con el paisaje extraño y despoblado que se despliega debajo —hecho de formas descoloridas como amebas que se entrelazan y dispersan y que no se parece a ningún otro paisaje. Me pregunto qué harías con él. El sabor de la aventura y la experiencia de estar lejos de casa por tan pocos días, y en otra franja horaria, me han hecho pensar en el tiempo y la memoria. En breve el avión virará hacia el Este. De pronto se siente como si fuéramos a lanzarnos hacia atrás en el tiempo, hacia el pasado. 


Más que sus coincidencias biográficas y artísticas (trazo, colores, temas) me interesa el ejercicio de imaginación que realiza Celia Paul: la escritura de cartas a alguien que ya no está, la osadía e insistencia de traerla al presente y «hablarle» como si el encuentro fuera posible. Es que en realidad lo es. Esa posibilidad es la escritura de cartas. Gwen Jhon murió en 1939. Celia Paul escribe en 2019. 


Calle Great Russell, 22 de junio de 2019 

Querida Gwen: 

¡Hoy es tu cumpleaños! Me da impresión pensar que tendrías ciento cuarenta y tres años. Como tus cuadros viven en un presente continuado, tu presencia también se siente siempre. Frank Auerbach dijo que un artista es como un pasajero en un tren. El paisaje cambia fuera de la ventanilla, pero él o ella no cambian. El mundo ha sufrido muchas transformaciones durante todos los años que he vivido en mi estudio. Pero mi vida interior sigue siendo la misma.


Es cierto estatuto del tiempo de la obra de arte el que Paul intenta trasladar a lo epistolar. Si en un cuadro el tiempo se suspende y es un presente continuado, el diálogo es posible. La vida cambia de escenario pero sigue en las obras. Es una idea optimista que recorre todo el libro publicado por Chai Editora en 2023.

Ahora bien, ¿qué es lo que visiblemente comparten las artistas Gwen Jhon y Celia Paul? Las dos son pintoras a la sombra de grandes nombres de artistas varones muy reconocidos en su época. Las dos también eran muy jóvenes cuando se enamoraron de ellos, y ellos ya eran grandes, bastante más grandes. Sin embargo, esta coincidencia o casualidad es la parte que menos me atrapa del encuentro que propone Paul. Son tiempos bastante conservadores para pensar las relaciones humanas, y aunque muchas veces en la diferencia de edad haya manipulaciones y poder, también es verdad que el amor entre personas de diferentes edades es una de las cosas más ricas y  comunes de una vida. El intercambio y el cruce de experiencias es otra manera de suspenderse en el tiempo trayendo uno los años ya perdidos y el otro la expectativa de los que vendrán. 

Gwen Jhon mantuvo una relación con August Rodin, el gran escultor de fines del siglo XIX y Celia Paul con Lucian Freud, nieto de Sigmund y considerado el más grande artista del arte figurativo. Esas relaciones no estuvieron exentas de los mandatos patriarcales de su época que los varones comprometidos en la relación sostuvieron. Las dos fueron tildadas de musas más que de amantes, las dos posaron para ellos, las dos están en sus obras. Las dos sufrieron el látigo que las condena a ser vistas a través de la obra de ellos y a ocultar la suya. No obstante, no en vano pasan las olas feministas ni la insistencia en desarmar los prejuicios que solo ponderan las relaciones personales de las artistas mujeres o se limitan a  leer sus biografías en las obras. No en vano. La potencia del ejercicio epistolar de Paul transita los terrenos de la biografía casi naturalmente, intercalando episodios de la vida de Jhon mientras comparte la suya. La despide con abrazos, le pide disculpas por la demora en las cartas «enviadas», imagina respuestas y sensaciones al leer esas cartas que leemos nosotras, no Gwen Jhon. Es que más allá de la anécdota que las une con esos hombres y nombres, la vida de Gwen Jhon es el prisma que en cualquier artista del siglo XX puede reflejarse: nacida en 1876, Gwen siguió a  su hermano Augustus (también artista) a Londres a la escuela de arte cuando tenía dieciocho años. Fue una estudiante destacadísima, pero le dijo a su hermano que su vida en Londres se sentía de alguna manera «apagada» o «invisible» y partió a París. En esa ciudad erigió su carrera de pintora y murió en 1939. 

Una de las pinturas que más fascina a Celia Paul de Gwen Jhon es una que se llama, justamente, Self Portrait with Letter [Autorretrato a la carta], y es de 1909. En esa pintura sutilísima, la artista sostiene una carta con su mano a la altura del pecho, casi como si la posara ahí. La boca semiabierta y la expresión en los ojos evidencian sorpresa. Gwen logró en esa pintura algo de la emoción de recibir una carta sin conocer el contenido. Podría ser la noticia más alegre o la más triste.

Dice Celia Paul sobre este cuadro: 


Su Autorretrato a la carta es una obra perfecta y sutil de autodominio. Aun en los momentos en que la pasión amenazaba con descarriarla, Gwen lograba mantenerse equilibrada en el trabajo. Se retrató sosteniendo una carta contra el pecho, cerca de la garganta. La boca está entreabierta, anticipando el placer. Quizá recibió una carta de su Maitre, y registra con sobriedad la exaltación que le produce. Trabajó con lápiz y acuarelas, y la inmediatez de los materiales concuerda con la espontaneidad de su reacción emocional. La frescura de la acuarela y las líneas definidas con claridad sorprenden por lo bellas. 


El libro se transforma también en un recorrido emocional y arbitrario por la obra de Gwen Jhon, ya que son varias las obras núcleo que unen a las artistas. Paul analiza los autorretratos de Gwen identificando cambios en la expresión o la postura. Puede distinguir la diferencia de un autorretrato en que se la ve cómoda con su cuerpo y su lugar en el mundo, mirando con «descaro» al espectador con la mano en la cintura en actitud prepotente antes de conocer a Rodin y el autorretrato posterior, en que la expresión devela, para Paul, pérdida y soledad. Sin embargo, hay otra obra inquietante que las encuentra por fuera de ellas: La Iris, mensajera de los dioses, de August Rodin, que Lucian Freud tenía sobre la mesa de trabajo. Iris es una obra osada de Rodin: una figura femenina sin cabeza, abierta de piernas, suspendida con los genitales en el centro exacto de la escultura. Pareciera ser la genitalidad femenina el tema de la obra que, aunque estática, intenta el movimiento continuo. Detrás de esa escultura está la relación de Lucian Freud y la de Rodin, por eso Celia Paul la coloca como una escena principal en las cartas a Gwen. 


Sobre la mesa de su sala, Lucian tenía la Iris, una escultura de Rodin. En la mitología griega, Iris es una mensajera de los dioses. Rodin hizo varias versiones, Lucian tenía la versión sin cabeza. La eufórica figura de bronce de Iris levanta una pierna y la sostiene con la mano para que sus genitales, expuestos, se conviertan en el centro de atención. Lucian se inspiró en esta obra cuando pintaba desnudos recostados o sentados en una pose igual de manifiesta. Su intención era que la cabeza no fuese más que otra extremidad. Estaba obsesionado con los genitales, tanto masculinos como femeninos. Trabajaba a partir de un punto, desde el que luego se desarrollaba e irradiaba el resto del cuadro. 


Muchas lectoras de estas cartas encontraron a Celia Paul fascinante. The Guardian por ejemplo la definió así, «un personaje fascinante». Yo no tanto. Sí, me fascinó el ejercicio que hace. Me importa menos su relación con Lucian Freud que la forma en que habla con otra artista, muerta en 1939, y la hace parte de sus días, la hace hermana y colega.  


Hace treinta y ocho años que vivo en este lugar y con tal de repeler intrusos potenciales me ocupé de que sea muy poco hospitalario. No hay ningún espacio cómodo donde sentarse, no tengo cortinas vidrios dobles, no tengo televisor, no cuelgo cuadros de las paredes, no hay plantas de interior o jarrones con flores. Las habitaciones están vacías.

Me gustaría que lo vieras, y que mi austeridad no te asustara. Te volviste más austera, más austera que yo, en los últimos años, cuando ya no tenías que preparar la habitación para recibir a Rodin. Quisiera que hubiésemos sido amigas en tiempo real. Sé cuánto te gustaba el té. Una vez, para un cumpleaños, mi madre me regaló una pequeña tetera azul. Me dijo que le recordaba la tetera marrón del cuadro tuyo que está en el Fitzwilliam Museum de Cambridge, cerca de donde vivía. Si vinieras a visitarme, me acordaría de servirte el té con esa tetera. Con mi cariño, 

Celia


Aquí estas cartas imaginadas practican una manera de amistad literaria que seguramente ustedes, lectoras, lectores de Intervalo, practican con algún artista amado. Esas identificaciones imaginarias, ese cariño que traspasa el tiempo y la distancia y se suspende en las ideas es de las cosas más hermosas. Los secretos del corazón, encontrarse con alguien que ya no está, imaginar, fantasear, perderse en lo no sucedido: ese terreno que forma parte de la vida igual que lo real. Así los imagino entonces a ustedes en este final y comienzo de año, esperando reencontrarnos, y en el siguiente, y tal vez en el otro siglo, cuando bailemos juntos en la suspensión de lo escrito y leído. 

En una de las cartas Celia Paul cita un verso de T.S. Eliot de los Cuatro cuartetos que dice: «le dije a mi alma, quédate inmovil». El extenso poema de Eliot comienza con una reflexión sobre el tiempo: «el tiempo presente y el tiempo pasado./ Acaso estén presentes en el tiempo futuro/ Y tal vez al futuro lo contenga el pasado / Si todo tiempo es un presente eterno/ todo tiempo es irredimible».

Productos Relacionados

También podría interesarte

×
Aceptar
×
Seguir comprando
Finalizar compra
0 item(s) agregado tu carrito
MUTMA
Continuar
CHECKOUT
×
Se va a agregar 1 ítem a tu carrito
¿Es para un colectivo?
No
Aceptar