Arte y ciencia para imaginar el futuro
Especulaciones sobre cómo habitar un planeta herido
Por Rocío del Pilar Deheza / Viernes 26 de setiembre de 2025

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«La conversación que se recoge en La conexión infinita deja entrever que muchas de las tecnologías y las artes de vivir en un planeta herido ya existen. Se trata de esas tecnologías que acompañaron a nuestra especie desde hace cientos de años y que habilitan un diálogo con el ambientalismo, las ecologías y los feminismos»: Rocío reseña La conexión infinita, de Donna Haraway y Ursula K. Le Guin, al tiempo que la conecta con Ciencia ficción capitalista, de Michel Nieva.
De buenas a primeras, La conexión infinita. Una conversación entre Donna Haraway y Úrsula K. Le Guin (2024) parece una síntesis, muy bien lograda, de la conferencia dictada por la famosa novelista Úrsula K. Le Guin en la Universidad de California, Santa Cruz, titulada «El Antropoceno: las artes de vivir en un planeta herido», en la que también leyó algunos de sus poemas. Pero más bien se trata de una carta de presentación al pensamiento de esta novelista, y de otras destacadas escritoras, sobre temas como el desarrollo científico-tecnológico, la crisis socioambiental que estamos atravesando, la responsabilidad que el modo de pensar y actuar patriarcal tiene sobre estos problemas y la posibilidad de imaginar otros futuros posibles a partir de la ciencia ficción especulativa.
La conferencia y lectura de poemas de Le Guin estuvo precedida por un discurso inaugural a cargo de Bettina Aptheker y Anna Tsing, al tiempo que le siguió una conversación entre la novelista de ciencia ficción Donna Haraway y James Clifford, todos pesos pesados de aquella universidad. Es un dato muy curioso que esta conferencia se haya celebrado en la costa oeste de Estados Unidos, cuna de muchas de las más brillantes mentes que reflexionan sobre qué hacer con este mundo en ruinas, al mismo tiempo que de los yuppies de Silicon Valley devenidos en los más poderosos empresarios no hacen más que apretar el acelerador en el camino a una catástrofe (inter) planetaria.
Sobre la necesidad de contar otras historias
En la conversación que recoge este libro, Donna Haraway prefiere hablar de Capitaloceno, en lugar de Antropoceno para evitar convertir la humanidad toda en agente geológico causante del desastre ambiental, y así colocar esta responsabilidad en el capitalismo y su modelo de desarrollo. Haraway es muy clara cuando se refiere a las consecuencias del Capitaloceno; estamos viviendo en un planeta herido, con tasas de extinción de bichos otrora inimaginables, en el que la pérdida de la continuidad es la regla. La dificultad de preservar o salvar no solo a la humanidad, sino a todos los habitantes de este mundo, nos coloca ante el desafío de convivir en un presente denso.
Las obras de Le Guin y Haraway tienen varios puntos de contacto, como la búsqueda por contar historias que incidan en las posibilidades de la historia del presente denso en el que vivimos, de lo que necesitamos para realizar esa tarea con todas las destrezas y habilidades imaginables en aras de un buen vivir y un buen morir (pp. 44-45). Es decir, historias de continuidad que posibiliten pensar en mundos alternativos más que en la cancelación de un futuro. Así es que Haraway repite como un mantra en sus distintas obras: importa qué historias cuentan historias, importa qué pensamientos piensan pensamientos.
Para ambas escritoras, la cuestión de las historias y las tecnologías se implican mutuamente, por eso entienden La teoría de la bolsa de la ficción de Le Guin como una teoría del relato esencial, como una teoría de la tecnología. Justamente, Haraway dialoga con la obra de Le Guin para desarrollar una teoría de la tecnología. Cabe aclarar que cuando ambas autoras hablan de tecnología no se refieren a los últimos y más recientes desarrollos de la tecnociencia. Más bien eligen centrarse en las tecnologías que acompañan a nuestra especie desde hace milenios, como la construcción, la albañilería, la carpintería, la costura y demás, y se enfocan en las tecnologías que necesitamos pensar y construir desde nuestras historias y narraciones.
Sobre la relación de amor-odio que sentimos por los asuntos de la ciencia y la tecnología
En La conexión infinita se presenta una crítica muy lúcida a la ciencia ficción «pura» y a las tecnologías «de punta». Ambas son leídas como sinónimos de lo masculino, en tanto colocan al hombre en el lugar de un dios o héroe individual devenido estrella, y tratan sobre actos de dominación, en tanto buscan la apropiación del valor y están al servicio de unos pocos privilegiados.
En esta misma sintonía, y más cerca en el mapa, Michel Nieva, en su ensayo Ciencia ficción capitalista (2024), nos recuerda que la ciencia ficción «dura» es ese género literario que emergió durante la década de 1930 en Estados Unidos y cuyo procedimiento central fue especular sobre los avances científico-técnicos con la mayor verosimilitud posible (dentro de los conocimientos existentes), mientras la calidad de la prosa se despreocupaba del estilo u otros valores literarios. Nieva también señala que este arquetipo de ciencia ficción dura, al cual coincide en calificar como «hipermasculina», tuvo como autores en su gran mayoría A hombres y presentó historias protagonizadas por hombres, todos ellos «viriles, emprendedores, pragmáticos e individualistas, que gracias al esfuerzo y trabajo propios, prosperaban y amasaban éxito, mujeres y fortuna» (p. 42). Lo anterior está muy alejado de la ciencia ficción a la que muchas personas se están acercando gracias a la reversión de El Eternauta, serie realizada por Bruno Stagnaro con base en la obra de Héctor Germán Oesterheld, ciencia ficción que propone la construcción de un héroe colectivo, por ejemplo.
Asociada a esta ciencia ficción «dura», Le Guin y Haraway ubican la tecnología «de punta», la cual pareciera haber sido diseñada para un mundo descartable, de usar y tirar. Es la misma tecnología «de punta» que hoy, ante la evidencia del daño que ha causado, apuesta al techno-fix para reparar este planeta herido, bajo la creencia de que si la tecnología nos metió en este problema, la tecnología también nos va a sacar de él. Las protagonistas de la conversación que se desarrolla en La conexión infinita comparten que la solución tecnológica a estos problemas es una propuesta patriarcal, en el sentido estrictamente técnico y jerárquico del término; «La solución tecnológica es una especie de pesadilla, un sueño erótico del padre cuya tecnología ha fallado» (p. 85).
Aquí nuevamente invito a tener en el mismo escritorio o mesita de luz La conexión infinita y Ciencia ficción capitalista. Michel Nieva nos advierte que «vivimos en una era en la que el capitalismo enmienda el escepticismo de su catastrófico funcionamiento mediante estéticas y utopías hiperfuturistas» (p. 23). Así es que el capitalismo tecnológico, impulsado por magnates y CEOs de empresas del Norte Global como Bezos, Musk y Zuckerberg, con propuestas de turismo y extractivismo interplanetarios y sueños de inmortalidad basados en tecnologías «de punta», adopta una narrativa que se apropia del lenguaje de la ciencia ficción «dura» para especular sobre un futuro mejor para una (parte de la) humanidad, que podrá prescindir de este mundo en crisis. Justamente, un rasgo distintivo de la ciencia ficción capitalista, como señala Nieva, es la confianza en la tecnología como utopía libertaria y ecologista, en línea con el capitalismo verde o el ambientalismo empresarial (a costa de exportar al Sur Global sus costos socioambientales);
La ciencia ficción capitalista se edifica sobre una irresoluble aporía: que el mismo capitalismo puede solucionar con más capitalismo las mismas crisis que el propio sistema provocó, y puede colonizar otros planetas con las mismas tecnologías que destruyeron este (p. 32).
Sobre cómo deshacer, reparar o vivir con el daño que hemos causado
Le Guin y Haraway nos alientan a pensar alternativas a la idea de que la solución tecnológica es la respuesta a todos los problemas. Nos empujan a aprender otras formas de estar y de ser en el mundo, reconociéndonos como emparentados con esos otros que habitan el mundo, considerándolos seres compañeros, parentela. Nos animan a subjetivizar el planeta, partiendo de asumir a lo que hemos llegado al transformarlo en mero objeto.
La conversación que se recoge en La conexión infinita deja entrever que muchas de las tecnologías y las artes de vivir en un planeta herido ya existen. Se trata de esas tecnologías que acompañaron a nuestra especie desde hace cientos de años y que habilitan un diálogo con el ambientalismo, las ecologías y los feminismos.
Los saberes de pueblos originarios, nativos y todos aquellos pueblos cuyos mundos fueron destruidos pero que aun así consiguieron sobrevivir, brindan claros ejemplos de tecnologías que persisten en un mundo herido desde hace tiempo. Por eso, hoy más que nunca, es necesario conversar con esos pueblos sobre cómo vivir en un mundo que ha sido destruido.
Haraway también nos invita a escuchar las historias y narraciones de los nativos del Antropoceno y del Capitaloceno, esos nativos de un planeta que, tras una tremenda expoliación, están creando nuevas maneras de riqueza, de buen vivir. En palabras de la propia autora, «Necesitamos la poesía y la ciencia de estos nacidos, de estos indigenizados del Capitaloceno y el Antropoceno» (p.75).
Sobre la necesidad del arte y la ciencia para imaginar futuros de conexiones infinitas
Michel Nievas nos advierte que la ciencia ficción capitalista ha construido una narrativa de una «humanidad sin mundo», con turistas millonarios que viven mil años y viajan por el cosmos mientras la Tierra se prende fuego. Esta narrativa deja en manos del establishment corporativo la capacidad de pensar futuros, en tanto las sociedades tendrían cercenada su capacidad de proyectar los suyos propios.
La convergencia de prácticas creativas e investigativas que dan cuenta de los cruces entre el arte, la ciencia y la tecnología son un campo fértil para la reflexión en torno a la vida en un planeta herido, como así también para la construcción de otras narrativas posibles sobre el presente y el futuro. Le Guin destacó lo siguiente respecto a los aportes de cada uno de estos campos :
La ciencia describe con precisión desde afuera; la poesía describe con precisión desde adentro. La ciencia explica; la poesía implica. Ambas celebran aquello que describen. Necesitamos ambos lenguajes, el de la ciencia y el de la poesía, para dejar de acumular «información» infinita que no consigue informar nuestra ignorancia ni nuestra irresponsabilidad. (p. 14)
Ante este panorama, urge articular diversos lenguajes y diversas narrativas para crear otros presentes y pensar otros futuros posibles y deseables, que den lugar a esa conexión infinita y a ese orden naturalmente sagrado de las cosas al que aspira Le Guin.