literatura infantil para adultos
Salir de los estereotipos y ofrecer diversotecas
Por Virginia Mórtola / Domingo 01 de julio de 2018
Linda De Haan y Stern Nijland
El pasado 28 de junio se celebró en todo el mundo el Día Internacional del Orgullo LGBT, y desde Escaramuza celebramos el amor en todas sus formas. Tomando este día como punto de partida, Virginia Mórtola nos acerca una necesaria reflexión sobre cómo sacar estereotipos de nuestra vida e incorporar el amor y la libertad, a través de estas historias para niños.
En los últimos años, los movimientos en las estructuras familiares —consecuencia de la incorporación de la mujer al espacio público y del hombre en la vida privada, la aceptación de variadas elecciones sexuales, los avances tecnológicos vinculados a la fertilidad, la multiculturalidad, etc.— se han visto reflejados en la producción literaria para niños y jóvenes. La familia, o mejor, las familias, no solo son el marco en el que se ambienta una historia: son protagonistas. Diversidad de nuevas combinaciones parentales han dejado atrás a la familia nuclear burguesa. Nada queda de los valores trasmitidos por la serie televisiva La familia Ingalls (1974-1983), nuestra sociedad globalizada e hiperconectada tiene en su Modern Family (2009) una heterogénea red de relaciones afectivas. Surgen libros dedicados explícitamente a las familias y el lugar de los hijos. La colección Les petites familles, de Ophélie Texier (L’École des Loisirs, 2004), con sesgo pedagógico, muestra varias opciones en las que los niños son hijos: únicos, adoptados, de padres separados, gemelos, con dos mamás. En el mismo sentido ¡Mi familia es de otro mundo!, de Cecilia Blanco y Daniel Löwy (Uranito, 2014) es un catálogo de modelos familiares que ratifican que vivimos en una sociedad dinámica, compleja y diversa. Presenta las historias de siete familias, y agrega, a los libros anteriores, la situación de los niños concebidos por fertilización asistida y familias monoparentales. Con humor y dinamismo ¡En familia! Sobre el hijo de la nueva amiga del hermano de la exmujer del padre y otros parientes, de Alexandra Maxeiner y Anke Kuhl (Takatuka, 2011) deja claro desde su título, casi un trabalenguas, los múltiples y complejos cruces que pueden dar lugar a una familia: monoparentales, patchworcks, homoparentales o arcoíris, de adopción, familias de acogida o multirraciales. De familia en familia, de José Nesis y Paula Szuster (Ediciones Iamiqué, 2015), hace del libro un cuaderno viajero de clase, donde cada niño cuenta sobre la intimidad de su hogar, sus variopintas configuraciones y modos de convivencia.
Este aluvión de libros sobre familias y elecciones de amor y convivencia son relativamente nuevos. Elegir no ha sido sencillo para las singularidades en nuestro mundo. Mirar al otro como semejante, sin amplificar la diferencia, tampoco. Estamos habituados y reproducimos mandatos, prejuicios, verdades con mayúscula que marcan un deber ser común. La literatura infantil es un gran analizador en este sentido. Hay libros que aparecen y provocan revuelo entre los mediadores: docentes, padres, madres, abuelos, tíos, libreros y otras categorías de adultos. ¿Qué es ese revuelo? El alboroto afectivo y moral frente a los límites de aquello que es adecuado ofrecer a los niños. Las ficciones narrativas, para ser admitidas como literatura infantil, deben inscribirse dentro de ciertos márgenes: lo que estimamos será comprensible y acorde a la habilidad lectora de los niños, es decir: «lo que pensamos que entenderán» y lo que creemos adecuado para los intereses infantiles, para su formación literaria y su educación moral, es decir: «lo que pensamos que les hará bien». Teresa Colomer, en su texto «Álbumes ilustrados y nuevos valores en el cambio de siglo», es muy clara en esto.
Ahora es políticamente correcto escribir sobre la diversidad y las elecciones singulares. Proliferan libros que tratan «temas»: la muerte, la diferencia, la separación de los padres, las nuevas formas de parejas, etc. Nicolás tiene 2 papás, escrito por Leslie Nicholls y Ramón Gómez, con ilustraciones de Roberto Armijo (Movilh, 2014), es un caso; también lo es La niña que no veían, con texto de Gastón Rosa e ilustrado por Fabricio Berti (Incluso, 2018). Estos libros levantaron una polvareda vinculada a la calidad estética y no a la ideología. Porque actualmente es políticamente correcto promover la comprensión de la diversidad, hecho que está buenísimo, pero, ¿cómo contar? ¿Qué pasa con la calidad?
Nicolás tiene 2 papás es un libro plano, no hay fisura. Describe un universo plenamente feliz, sin historia, donde se hace un inventario de actividades que realizan juntos Nicolás y sus dos papás. Ana Garralón escribe en su blog anatarambana: «La visión reduccionista del tema nos retrotrae a tres siglos atrás, cuando el “instruir deleitando” era la máxima para los libros infantiles».
En La niña que no veían, el narrador habla de Martina y cuenta sobre su incomprensión cuando la tratan diferente. El texto tiene subrayados que enfatizan el mensaje moral que quiere trasmitirse. El lector se entera de que es la única en la fila de los varones, de que su tía le regala un autito, de que se pone un vestido en el cumpleaños de una amiga y de que todo eso es raro para el entorno. Recién cuando sus padres lo nombran Martín se devela la incomodidad de los otros ante las conductas de Martina. El manejo de la información, que intenta aceptar a Martín como Martina desde el inicio, no es cuidadoso y resulta confuso, y el lector se siente engañado. La cuestión es que termina yendo a la psicóloga y luego todos felices comprenden que más allá de cómo sea nuestro cuerpo, lo que sentimos es importante. Pedagogía pura. Cuando se subestiman las posibilidades de la infancia se cae en una trampa sobreprotectora.
No todo lo que hay dentro de un libro es literatura. No nos olvidemos de la función poética (propuesta por Jakobson). Aquello que ha sido censurado y estereotipado en otro tiempo, al atravesar la picadora de lo políticamente correcto es absorbido por la maquinaria del mercado y devuelto como producto estereotipado. Funciona para educar en valores a los niños, tranquilizar a los adultos y aumentar las ventas que no siempre son sustanciosas en materia de libros. ¿Contaron cuántas versiones se editaron sobre Frida Kahlo en los últimos años?
La tensión teórica entre la función educativa y la artística ha sido —y es— constante en la literatura infantil. Cuanto más deliberado es el mensaje que se propone trasmitir, la dimensión artística es más dependiente de la pedagógica y mayor es el riesgo de caer en el didactismo; lo que se ha nombrado como «la madrastra pedagógica».
Siempre hay libros que juegan en estos límites, provocan polémica, incluso espanto y fuertes censuras. Sucedió en su momento con La historia de Julia, la niña que tenía sombra de niño, que fue escrita por Christian Bruel e ilustrada por Anne Bozellec y publicada en 1976 por la editorial Le Sourire qui Mord, en Francia. En España se publicó en 1980, con varias páginas censuradas. Recién la edición de 1997 volvió a respetar a la original. En 2004 la editorial Babel, de Colombia, publicó la versión a la que podemos acceder por estos lares.
Julia ya no sabe quién es ella,
pues debe comportarse como
otra persona para que la quieran.
La quieren mucho cuando
no está peinada como Julia.
La quieren mucho cuando
se siente mejor que Julia.
La quieren mucho cuando
habla menos que Julia.
Su madre le grita que es un muchachito. Una mañana Julia amanece con sombra de niño y no sabe cómo deshacerse de esa oscuridad impuesta, repetida por su familia, que la persigue. El mensaje que atraviesa este libro es explícito: tenemos derecho a vivir sin etiquetas, más allá de las voces autoritarias que fuerzan y anulan. La gente dice que las niñas deben comportarse como niñas y los niños deben portarse como niños. «No tenemos derecho a hacer cosas distintas. ¡Es como si estuviera cada uno en un frasco!» Hay una clara dirección ideológica, pero lo que transforma a este libro en una obra valiosa es el modo de contar tanto desde el texto, desde la ilustración, como desde el diseño. El discurso materno es tan agresivo como cotidiano, el padre está allí para repetir el rechazo hacia Julia cuando la madre lo demanda. ¿Julia quiere ser un niño? No. Julia quiere ser Julia, y que la quieran. La grafía es un elemento fundamental a la hora de narrar, su tamaño varía según el énfasis que se busque resaltar y está ubicada estratégicamente en las páginas. Las ilustraciones, en blanco y negro, están rodeadas de páginas rojas que gritan el enojo que Julia no manifiesta y, cuando aparece la sombra, se traduce en tristeza. Utiliza acertados recursos como viñetas, secuencias, el zoom en varias imágenes para destacar detalles y un precioso diálogo con la sombra que ilustra sus contradicciones.
Otros libros muy censurados fueron: Rey y rey, álbum ilustrado creado por Linda de Haan y Stern Nijland (Ten Speed Press, 2000) y Tres con Tango, texto de Justin Richardson y Peter Parnell, ilustrado por Henry Cole (Simon Schuster Children’s Publishing Division, 2005. Al español nos llega la edición de Kalandraka, 2016).
El inicio de Rey y rey es el de un cuento clásico: «Hubo una vez un palacio en lo alto de la montaña donde vivían…» Y finaliza: «Y todos viven felices y contentos». En el cuento hay un príncipe, un castillo y una reina. Recurre a este esquema conocido, que enmarca la historia desde la estructura del cuento tradicional, para hacerlo funcionar como andamio que produce otra comprensión. La primera ruptura aparece en las ilustraciones: vemos, en el entorno del escenario del castillo aviones, bicicletas, y otros elementos que parecen discordantes. La reina, que está harta de gobernar y quiere jubilarse —sí, ese es el término que se utiliza—, irrumpe en el cuarto del príncipe y ordena a su hijo que se case. En la mano sostiene un palo de amasar, elemento que le otorga autoridad sumado a su cara agria. En una doble página, su grito es como un vómito construido con collage: «¡Estoy harta! ¡Boda! Hay que celebrar una boda real». Aquí hay un mandato que se impone con violencia. La reina consulta el catálogo —sí, este es también el término que utiliza— de princesas de todo el mundo y se encarga de llamarlas. Desfilan: Aria de Australia canta, Dolly de Texas hace malabares, la Princesa de Cabo Verde no muestra ningún atributo, la princesa Rahsjandimashpittin de Bombay tiene largos brazos para saludar. Ninguna logra conquistar el corazón del príncipe, hasta que llegan la princesa Margarita y su hermano, el Príncipe Azul (el nombre del príncipe es un gran guiño al modo clásico de nombrar al gran amor de las princesas). El texto dice: «Amor a primera vista» y vemos una hermosa princesa rubia de largos cabellos y a su hermano asomar tras la puerta. Pero el príncipe queda encantado por el Príncipe Azul. Se resuelve el problema y se celebra la boda, que es muy especial porque hasta la reina llora de la emoción. En Rey y rey, si bien hay un mandato social —el rey debe casarse—, cuando, finalmente se elige a otro rey, no se cuestiona su elección. El mandato, que viene de una madre dominante y avasalladora, genera un efecto interesante al no cuestionar la elección. Y el uso de términos como «la reina quiere jubilarse» o «busca en el catálogo de princesas» aportan ironía a la historia. Es una parodia. Tanto en La historia de La historia de Julia, la niña que tenía sombra de niño como en Rey y rey hay un modo coral de construir sentido, donde se encuentran múltiples lenguajes: la palabra, la imagen y la edición como articuladoras estéticas del diálogo, en el plano del desarrollo material del libro. Y, a su vez, se confía en que el niño que lea ese libro podrá con él.
Otro libro que toca este tema desde otro costado es: El vestido de mamá, escrito por Dani Umpi (Criatura, 2011). La historia es la de un niño que se prueba el vestido de fiesta de su mamá. Se mira al espejo y maravillado decide salir a jugar. Orgulloso luce su vestido y se encuentra con la mirada que censura y se burla de los otros niños. A su vez, hay un guiño humorístico vinculado a lo diferente: todos sus amigos, los que se burlan, son bien distintos: uno tiene lentes, otra es japonesa, una es pelirroja, también hay una niña rubia y un niño negro. Caricatura de la inclusión. Cuando los padres ven al niño con el vestido de fiesta de su mamá se asombran. El niño les cuenta muy afligido lo sucedido. Y aquí el remate: sus padres le dicen que los vestidos de fiesta no son para usar en cualquier ocasión. Los padres se alejan de la censura vinculada a qué es para niñas y qué para varones y se posicionan en otra postura: los usos sociales de la vestimenta. El lector queda en evidencia con sus prejuicios. El tema de la censura en torno a la vestimenta está presente también en: Ricitos de oso, de Stéphane Servant y Laetitia Le Saux (Juventud, 2013) y ¿Puedo?, de Janaina Tokitaka, editado en el 2017 por Topito Ediciones.
Cabe preguntarse, sostiene Cecilia Bajour en su artículo «La orfebfrería del silencio», acerca de la recepción y reconocimiento de los estereotipos en los libros con los que se conecta la infancia. Así, inventa el neologismo diversoteca estética —que juega con la noción de textoteca creada por Laura Devetach—. La diversoteca refiere a ofrecer a los más pequeñitos multiplicidad de visiones, lenguajes, modos de representar el mundo para poner en jaque el aspecto más conservador del estereotipo: «el de la captura y acomodamiento en modos congelados de representación» (Bajour, 2017). Lejos de referirse a los temas tratados, considera los estereotipos desde su dimensión estética. Romper estereotipos tiene que ver con los modos de contar que tiene un libro; respetar al niño-lector y saberlo capaz de dilucidar los misterios que allí se presentan. Al respecto dice: «Cuando los lectores son desafiados a habitar con sus saberes, imaginarios, incertidumbres y silencias la espera de lo no dicho o lo dicho a medias, se vuelven más artífices de la trama siempre abierta de los significados».
En todo caso, siempre hay que considerar el encuentro-desencuentro del niño y el adulto que lee. El libro llega con su historia y el niño las recibe desde su posibilidad, y las ubica en su universo conocido; diferente al del adulto. Caperucita roja tal como se la contaron a Jorge, de Luis María Pescetti, presenta con mucho humor la divergencia de imaginarios entre quien cuenta y quien escucha. En ese caso, la ilustración de O’Kif muestra, por un lado, la Caperucita que pretende contar el padre y, por otro lado, la que recibe el niño. Y así andamos por el mundo.
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Una hermosa nota que surge a partir de la lectura de un libro de Adolfo Córdova: «El dragón blanco y otros personajes olvidados», y en la que Virginia Mórtola nos invita a reflexionar sobre los personajes secundarios de las historias que más nos gustan y cómo pueden ser protagonistas en otras.
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